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Juan Corellano

La polémica de esta semana corre a cargo de la educación. Más concretamente la ha protagonizado el denominado “pin parental” que Vox ha promovido en Murcia con la inestimable ayuda de PP y Ciudadanos. Para el lector despistado, esta medida pretende otorgar a los padres la potestad de decidir que sus hijos acudan o no a charlas y actividades complementarias en el colegio.

Aunque todavía me queda lejos el poder dar mi opinión como padre, no me resisto a compartir mis impresiones como hijo y antiguo alumno. Por escandalosa que resulte la medida, esta solo es la última muestra de la progresiva pérdida de autoridad del profesorado en favor de padres y alumnos. 

Todo empezó cuando el “algo habrás hecho” dejó de ser la respuesta de los progenitores después de que reprobaran a su retoño en la escuela. Con esta inercia, nos hemos acabado creyendo que la culpa de que el muchacho no fuera a selectividad era del profesor de matemáticas. Porque a él que más le daba ponerle un cinco al chaval. Si total solo le había quedado una, defendían unos padres dispuestos a pelear el aprobado en Estrasburgo si hace falta.  

El problema de fondo reside en un profesorado al que no solo se le ha maltratado y malpagado con infinitos recortes, sino que encima no se le deja hacer su trabajo. Pero mientras tanto, los tertulianos, políticos y tuiteros discuten sobre si los hijos son propiedad de sus padres o de la Pachamama. Porque el debate acalorado solo entiende de coyuntura y no de contexto. Y cuando ya crees haberlo visto todo, de repente, la gente le recuerda a Vox y compañía que el Papa Francisco defiende que los niños no son de nadie, solo niños. Porque sabe Dios que es a la Iglesia a quien hay que preguntarle en materia de menores. 

Si algo es este debatido pin, es paternalista e inocentón en el peor de los sentidos. Como si enfundar un plátano en un preservativo en clase les fuera a descubrir el mundo a muchachos y muchachas de quince años. 

En cierto, sentido entiendo a los padres que lo defienden. Resulta mucho más fácil censurar que admitir que tus hijos van siempre dos pasos por delante de ti.