Síguenos
¿Quién lidera tus decisiones? ¿Quién lidera tus decisiones?

¿Quién lidera tus decisiones?

banner click 244 banner 244
Grupo Psicara

Por Berta Maté Calvo

Bienvenido al Rincón de la Psicología. Un espacio donde todos los miércoles, los psicólogos y psicólogas de PSICARA (Psicología Aragonesa en Acción) abordamos curiosidades relacionadas con la psicología. Esta semana hablaremos de nuestros recuerdos. Pero antes de empezar, me gustaría que el lector se imaginase el siguiente escenario:

Supongamos que nos disponemos a realizar una larga caminata. A lo largo del trayecto atravesaremos caminos escarpados, durará varios días y cargaremos con una pesada mochila en la que guardaremos provisiones. La travesía puede ser dura. Es posible que aparezcan dolores musculares, hambre, sed, cansancio, incluso fatiga en algunos momentos. Sin embargo, las personas que realizan este tipo de actividades (largas caminatas, maratones, etc.) aseguran, en la mayoría de los casos, alcanzar altos niveles de satisfacción y realización personal. Por tanto, ¿qué misterio se esconde detrás de esta paradoja?

La respuesta a esta cuestión, junto con otras, condujo a Daniel Kahneman, psicólogo de profesión, a recibir el Premio Nobel de Economía en 2002. Resulta llamativo que el Nobel de Economía se le concediera a un psicólogo, sin embargo, fueron sus relevantes aportaciones sobre aspectos psicológicos a la disciplina económica los que le llevaron a ser merecedor de este galardón.

Retomando la caminata de la que hablábamos al inicio, Kahneman se aventuró a explicar la razón por la que la gente se siente tan dichosa a pesar de haber realizado una agotadora maratón. Según él, existen dentro de cada persona dos “yo”: El “yo que experimenta” y el “yo que recuerda”.

Entonces, qué nos hace más felices ¿la experiencia en sí misma o el recuerdo de ella?

Cada uno de los dos “yo” percibe la felicidad de manera diferente. El “yo que experimenta” es el encargado de registrar los eventos mientras éstos suceden, mientras que el “yo que recuerda” dota de sentido a esas experiencias. Ambos son importantes y cumplen su función, pero sin duda, es el “yo que recuerda” el que gobierna nuestras decisiones.

Veamos un ejemplo que lo refleja con más claridad: Un hombre estuvo escuchando una canción grabada en un disco que estaba rayado al final de la reproducción. 

Cuando el audio estaba a punto de acabar, producía un ruido estrepitoso. El oyente aseguró que ese desastroso final arruinó toda la experiencia. Pero la experiencia no fue realmente arruinada, sino la memoria de la misma. El hombre había disfrutado la mayor parte de la canción; no obstante, el ruido del final hizo que la valoración general de la experiencia fuese negativa. 

Confundir la experiencia con el recuerdo de la misma es una poderosa ilusión cognitiva que nos hace esclavos de unos recuerdos que, en ocasiones, reflejan de manera distorsionada las experiencias vividas.

Prestemos atención al siguiente experimento llevado a cabo por Kahneman y su equipo en 1993:

El experimento fue denominado Situación de mano fría y constaba de dos partes.

•En la primera situación se pidió a los participantes que introdujesen su mano en un recipiente con agua fría, concretamente a 14 ºC, durante 1 minuto. 

•La segunda situación era como la anterior pero incluía un añadido: tenían que mantener la mano sumergida 30 segundos más, aunque durante este tiempo la temperatura del agua ascendería a 15 ºC.

 Posteriormente, se les comunicó a los participantes que iban a repetir una de las dos pruebas que acababan de experimentar y que eran libres de elegir qué condición querían repetir.

Bajo el punto de vista del “yo que experimenta” la experiencia larga era, evidentemente, peor. A pesar de ello, el 80% de los sujetos optó por repetir la situación larga, de modo que estaban dispuestos a sufrir 30 segundos de dolor añadido por un ligero y casi imperceptible aumento de temperatura, causante de que tuviesen un mejor recuerdo de dicha experiencia.

Los participantes no eran masoquistas. No les gustaba sufrir. En cambio, tomaron una decisión desacertada liderada por su “yo que recuerda”. Eligieron, libremente, el malestar más duradero.

Existen numerosos ejemplos en nuestro día a día que nos demuestran que las decisiones que tomamos están modeladas por los recuerdos. Dejarnos llevar por éstos, es un arma de doble filo. Esto significa que, en ocasiones, realizaremos actividades que a priori no parecen tremendamente satisfactorias, como un gran esfuerzo físico en una maratón, pero cuyo recuerdo será tan gratificante, que alimentará nuestra motivación para repetir esa actividad. A su vez, debemos ser cautelosos debido al riesgo que corremos de que nuestras elecciones y preferencias no siempre vayan a reflejar nuestros intereses.