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Raquel Fuertes

En pleno deshielo la realidad no permite que los periódicos se queden con las páginas en blanco y nos brinda día tras día razones para seguir contando, para seguir siendo necesarios. Muchas veces oigo aquello de “no leo periódicos porque solo cuentan malas noticias” o “no pongo el informativo porque no hay más que desgracias”.

Por desgracia, la definición de noticia prácticamente lleva implícita el adjetivo “mala”. Las buenas noticias duran apenas unos minutos y su ciclo de comunicación es más corto. El ser humano es así: nos recreamos con lo que nos preocupa, entristece o indigna mientras que lo bueno parece que nos sabe a poco cuando da para poco más que un chascarrillo (siempre nos queda el criticar, otro deporte nacional).

Así, si la semana pasada el temporal nos dejaba nieve y agua, pero también muerte y destrucción, esta semana la amenaza viene en forma de virus con corona. De unas pocas noticias diseminadas a una información constante y el saber que en Alemania (uy, eso está más cerca y la semana que viene voy para allí) ya hay casos de contagio en territorio europeo solo han pasado unos días.

Y vuelve a aparecer el miedo. Me recuerda a los tiempos de expansión del sida, cuando aún no se entendía bien cómo se propagaba y se creó una especie de casta de apestados. De aquella marginación, mucho más cercano fue todo lo que ocurrió con el ébola. Mucho miedo y otra amenaza para la humanidad. 

Ahora, mientras intentamos saber qué es el pin parental, qué habló Ábalos con Delcy y cuándo se irá Torra, el coronavirus sigue su propagación exponencial sin que nadie parezca tener controlada la situación y sin que esté claro siquiera cómo se va a repatriar a los españoles de Wuhan. En estos momentos de desconcierto en los que nos damos cuenta de nuestra fragilidad es cuando deberíamos sentarnos a reflexionar sobre qué somos como sociedad y qué es lo que no estamos entendiendo en nuestra relación con el planeta y la naturaleza.

Después de una dura semana de temporal en la que la Tierra se reveló con fuerzas devastadoras que no controlamos, ahora viene un enemigo invisible y silencioso que, una vez más, pone de manifiesto que por aquí solo estamos de paso.