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Juanjo Francisco

Tras la tempestad llega la calma. Un ripio que ni pintado para esta semana en la que el sol y las altas temperaturas intentan contribuir a olvidar todo lo que trajo por aquí la gran nevada.
De esa borrasca han quedado unas cuantas secuelas que están siendo cuantificadas economicamente para paliar en lo posible las pérdidas que ha originado en explotaciones agrarias y ganaderas.
Pero, fuera del ámbito económico, la nieve ha vuelto a poner de manifiesto la fragilidad humana, lo vulnerable que es la sociedad del bienestar, el  escalofrío que produce la falta de luz como energía motora de la vida. 
Me gusta, en momentos como los vividos, escuchar a los mayores porque, otra cosa no tendrán, pero experiencia y bagaje personal para establecer comparaciones les sobra. Suelen tirar de retrovisor nemotécnico y acordarse, por ejemplo, de 1971, cuando una nevada descomunal no ha sido olvidada por muchos de ellos y, en consonancia, desvirtúan las proporciones del temporal más reciente. 
Parece que todo lo que pasó antes fue mucho más grave que lo sucedido ahora sin que  tengan la percepción de que se originase tanta alarma y quejas como ocurre  en la actualidad.
Y es que, en esos recuerdos añejos no figura la tremenda repercusión social que ahora tienen las redes sociales, la espectacularidad de los videos y de las imágenes instantáneas y el sobredimensionamiento de las cosas que ello implica. Por todo ello, creen que ahora somos un tanto quejicas y que nos hemos convertido en seres acomodaticios porque vivimos en medio de comodidades. Y sí, vivimos con un confort que ellos no tuvieron, pero eso no mide la potencia de las nevadas. Tal vez la cuantifiquen los destrozos que causan y Gloria ha traído unos cuantos. Y a cuenta de esto, aunque las nevadas de antaño no tiraban polideportivos y naves, o granjas, entre otras cosas porque no estaban construidas, habría qué preguntarse, no obstante, qué criterios de seguridad y solidez han seguido los responsables de esas construcciones, sobre todo las realizadas a cuenta de las administraciones. Una sociedad frágil y acomodada no tiene necesariamente que ser también chapucera.