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Gruñón Gruñón
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Juan Corellano

Teresa Rodríguez y Pablo Iglesias anunciaban esta semana una nueva escisión en el núcleo de Unidas Podemos, un partido que va camino de superar en número de divorcios a Sara Montiel. Lo hicieron a través de un vídeo en redes sociales, en un loable intento de mostrar que las separaciones también pueden llegar sin las uñas fuera. 

Más allá del mensaje, mi mente dispersa no podía evitar centrarse en la lucha interna de Pablo Iglesias. 

Ahí estaba él, un tipo serio y tosco, peleando por endulzar el tono y relajar un ceño que lleva fruncido desde las intervenciones en La Sexta noche que le catapultaron a la primera plana. Pablo lo intentó, pero hay gente a la que simplemente no le sale eso de sonreír, personas con carrillos de cemento. En esto de la política los hay peores, especialmente esos que se mueven en las sombras a los que llaman ‘barones’. Siempre he pensado que el sobrenombre venía porque, además de ser señores enfadados, son señores enfadados que huelen a Varón Dandy. No sé, cosas mías. 

Gruñones los hay de todos los colores. Los hay congénitos, como Fernando Fernán Gómez, o que se avinagran con el tiempo, como José Sacristán. 

Los hay pausados, como Carlos Boyero, o vehementes, como Arturo Pérez Reverte. Los hay ficticios, como Clint Eastwood en Gran Torino, o de carne hueso, como Clint Eastwood. 

Más allá de coincidir o discernir con sus opiniones y significaciones políticas, lo cierto es que todos ellos me despiertan cierta simpatía, pues me reconozco entre sus filas. 

Para posible sorpresa de quienes no me conozcan y certeza de quienes sí lo hagan de verdad, soy un gruñón de pies a cabeza. 

Sin embargo, desde hace un tiempo lo soy en contra de mi voluntad, pues tengo el firme deseo de, como Pablo, desfruncir el ceño, pese a que el paso de los años y el hacerse mayor no reme precisamente a mi favor. 

La razón es simple y sencilla: vivir enfadado es muy costoso y cansado. La reflexión de un exgruñón es mi principal motivación en esta lucha: “Voy hacia la muerte aterrado, habiendo malgastado la vida enfadado. Ahora me da pena irme, porque el tiempo que gasté en odiarme no me sirve”. Kase.O tiene razón. Como siempre.