Cuando dejé de trabajar por las graves limitaciones que me producía la Atrofia Muscular Espinal, sentí asomarme a la orilla de un enorme abismo de dudas. ¿Qué haría a partir de ahora? ¿A qué dedicaría mis horas?
Mi capacidad intelectual seguía intacta, así que tenía muy claro que quería disfrutar de libros y películas que habían quedado atrás por la falta de tiempo. También quería escribir, mi gran afición desde niña. Sin embargo, me daba miedo a afrontar la inactividad en aquellos momentos en los que te encuentras en el dique seco o estás harta de sumergirte en la ficción creativa.
Por eso decidí ofrecerme a ayudar con mis conocimientos y capacidades a cualquiera que me lo pidiera, siempre y cuando no se me exigiera un horario fijo (necesito muchas horas de descanso y no estoy igual de bien todos los días) y fueran cosas que pudiera hacer desde mi ordenador adaptado, mi fiel compañero.
De este modo, me convertí en una chica fácil. Durante estos siete años me he acostumbrado a no saber decir que no a nada, lo que me está llevando, en algunas ocasiones, a una situación límite.
Yo, que siempre he predicado la asertividad como mejor herramienta para vivir en paz y relativamente feliz, me encuentro hoy en día gestionando las redes sociales de un comercio amigo, siendo jurado en diferentes certámenes, escribiendo artículos para una revista cultural, publicando esta columna los viernes, gestionando trámites burocráticos de mi familia y aledaños, organizando quedadas de tuiteros, dando alguna charla sobre barreras arquitectónicas, haciendo voluntariado en una fundación (redactando contenidos), e intentando producir mi creación literaria.
Mientras tanto, mi vida es tan normal como la de cualquiera. En casa me ocupo de todo lo que tenga que ver con los temas informáticos y administrativos, y parece que todavía tengo tiempo para dedicárselo a las personas que quiero.
Hay noches que llego a mi cama destrozada pero satisfecha de seguir estando en la brecha. Me gusta ser una chica fácil.