Siempre he sido un poco conspiranoica, algunos me llamarán loca y otros persona con criterio, pero tiendo a no creerme todo lo que nos cuentan por medios oficiales o de comunicación masiva. Aunque siempre hago mis cábalas con prudencia, muchas veces mi intuición no falla y a la larga se confirman mis sospechas.
En estos días, la epidemia mundial del coronavirus COVID-19 está en boca de todos. Es inevitable hablar sobre ello, a pesar de que no parece una enfermedad grave. Bajo mi punto de vista, cuando ocurren estas cosas, la información es confusa y a veces contradictoria. Eso nos genera una sensación de malestar que nos vuelve a todos un poco paranoicos.
Nos están repitiendo hasta la saciedad que se trata de un virus parecido a la gripe, con baja tasa de mortalidad y que se cura en la inmensa mayoría de los casos. Sin embargo, las imágenes que nos llegan de las zonas calientes son apocalípticas. Son las autoridades y no la población las que han establecido protocolos de aislamiento, cuarentenas obligatorias, protección sanitaria extrema e incluso violencia física para aquellos que no cumplan las normas. Esto con una gripe normal no ocurre nunca, como mucho te mandan a tu casa para que hagas reposo.
Por un lado piden a la población que no entre en pánico y, por otro, nos bombardean con imágenes muy poco halagüeñas. Esto me hace pensar que algo no cuadra y que la información que recibimos no es completa.
En otro orden de cosas, me incomoda sobremanera el tratamiento informativo que se está dando a los fallecidos. Dicen que en todos los casos los enfermos tenían patologías previas respiratorias y este virus las ha agravado. Por la enfermedad que padezco, yo estoy dentro de ese grupo y observo muy poca sensibilidad cuando se intenta tranquilizar a la población en general.
No he entrado en pánico, pero mi estado de alerta es alto. Quizá por no establecer protocolos más estrictos en España, la vida de personas como yo esté en riesgo. Así que tomaré precauciones, por si acaso.