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Cristina Mallén, presidenta del Centro de Estudios del Maestrazgo: “El lavadero era un espacio para socializar y mantener los roles de género” Cristina Mallén, presidenta del Centro de Estudios del Maestrazgo: “El lavadero era un espacio para socializar y mantener los roles de género”
Cristina Mallén, en el lavadero público de Cantavieja, situado en pleno centro del pueblo. Sonia Sánchez

Cristina Mallén, presidenta del Centro de Estudios del Maestrazgo: “El lavadero era un espacio para socializar y mantener los roles de género”

Ofreció una charla sobre el papel de estos edificios como lugar de encuentro femenino
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Cruz Aguilar

Cristina Mallén es licenciada en Historia, técnico de Turismo y Cultura del Maestrazgo y presidenta del Centro de Estudios del Maestrazgo Turolense (Cemat). Fue la encargada de pronunciar la ponencia Los lavaderos. Un espacio de mujeres en Teruel.

- ¿Qué papel jugaban los lavaderos en la sociedad rural del pasado?

- Muy importante. Antes la gente lavaba en acequias, ríos y a finales del XIX o principios del XX empieza a haber una conciencia de mejorar la salubridad y se canaliza el agua. Normalmente se aprovecha una acequia o una fuente para construir el lavadero junto a ella, lo más habitual a principios del siglo XX es que haya un conjunto de fuente, lavadero y abrevadero. Tienen una importancia capital porque lavar la ropa es una necesidad, se intenta concentrar la actividad en un espacio para que sea más higiénico y también más cómodo y organizado, es algo que tienen que hacer todas las mujeres.

-¿Lavar era una labor eminentemente femenina?

-Las mujeres son las que realizan las labores de casa, van a por agua y a lavar. Los hombres van alguna vez al lavadero a ayudar a llevar la ropa, aunque es verdad que a veces iban a mirar, a verlas. Tengo que profundizar más, pero he visto que en otros sitios hay incluso una normativa para que no vayan allí los hombres. Las mujeres allí socializaban, era un espacio de cierta libertad para ellas.

-Contar con este espacio es fundamental para un sector de la población que no tenía otro lugar de encuentro en una época en la que la mujer no iba a la taberna, ¿no es así?

-Sí, leí que era como el casino femenino, los hombres alternaban en la taberna y ellas iban al lavadero. Era divertido, les gustaba juntarse allí, incluso de bien niñas les hacían ir a ayudar y a lavar alguna cosa para que se fueran iniciando, que vieran también cuál era su misión en el futuro. Las jóvenes hablaban de cómo había ido el fin de semana, las mayores de la crianza de los hijos, de preocupaciones cotidianas, era un momento de libertad para estar con otras mujeres y reunirse.

-¿Sería como una terapia comunitaria?

-A las mujeres siempre les ha ido bien juntarse y hablar de sus preocupaciones, supongo que sí habría una labor de psicología comunitaria.

-¿Hasta cuándo se usaron?

-Hay en pueblos que todavía los utilizan, hay gente que ciertas prendas les gusta ir a lavarlas al lavadero porque quedan mejor y se dañan menos. Alrededor de los años 70 llega el agua corriente a los pueblos y se instalan los lavaderos en casa, son pequeños, con tablas de madera. A finales de los 70 llega la lavadora y caen aún más en desuso.

-¿Cómo cubren en esos años la socialización, porque siguen sin ir al bar?

-No lo sé, pero queda un paso hasta que llegan al bar. Mis padres dicen muchas veces que su red social es ir a misa, la iglesia es donde se siguen viendo, pero ese espacio cerrado, que son los lavaderos, están más resguardados de miradas ajenas. Hay un impás en el que ese cambio fue paulatino, poco a poco, no todo el mundo se pondría lavadora o lavadero privado a la vez. 

-¿Los usa hoy alguien?

-En Cantavieja se mantiene, llevan prendan más grades o ropa de trabajo más sucia, en Tronchón y La Iglesuela del Cid también he visto mujeres. 

-¿Cómo era la sociabilidad de la niña en el lavadero?

-El lavadero tenía otro importante papel, contribuía  al mantenimiento de los roles de género. Allí solo entraban los hombres si venían a traer la ropa a la madre, hermana o esposa. En muchas ocasiones las niñas acudían acompañando a las madres o hermanas mayores y observaban los comportamientos y actitudes del resto de las mujeres. Mediante juegos de imitación no solo aprendían a lavar practicando con pañuelos y pequeños trozos de jabón, también iban asumiendo cuáles eran las características que estaban bien consideradas en una mujer a través de comentarios como “qué bien lavas”, “qué limpia eres”, “cuánto madrugas”, “cómo ayudas a tu madre”, “qué mayor”. 

-Ahora no se usan pero se siguen conservando?

-Sí, llama la atención que todos los pueblos han reconocido que eso es un patrimonio y han invertido en tenerlo recuperado. En Fortanete por ejemplo lo arregló la sociedad de Cazadores, en Luco de Bordón la asociación cultural. En Dos Torres incluso se juntan aún a lavar algún rato, lo tienen muy arreglado. Es un patrimonio que dejó de usarse no hace tanto y no se ha perdido, lo han querido mantener. 

-También hay un patrimonio lingüístico ligado a ellos, ¿no es así?

-En los lavaderos públicos nacieron expresiones muy relacionadas con el tema, como es “lavar los trapos sucios” en relación a contar intimidades de otros u otras, y “hay ropa tendida”, como modo de avisar que no se puede hablar de según qué cosa delante de una persona determinada o de algún niño que no debe escuchar lo que se dice.