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Insomnio Insomnio
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Elena Gómez

En estos días, debido a unos hechos que he vivido de cerca, he meditado mucho sobre la maldad. Siempre he creído que el ser humano no es malo por naturaleza, que dentro de todos nosotros habita la solidaridad y la empatía. Podemos cometer errores que causen daño a otros pero, por lo general, esas decisiones no son tomadas con el afán de destruirlos.

Sin embargo, algo existe en el interior de algunas personas que les hace actuar de forma vil y rastrera. Sé que existen muchos estudios acerca del origen de esos comportamientos y no voy a ser yo quien solucione el dilema en unas pocas líneas.

Lo que pasa es que me asusta hacia dónde estamos derivando en esta sociedad en la que hemos ido a parar. El egoísmo y la indiferencia es algo tan generalizado, que la mayoría de nosotros somos incapaces de compartir ni un trozo de pan. Aunque tengamos delante a alguien con los mismos problemas que nosotros, procedemos de forma fría y distante. Y casi siempre, calculando las probabilidades de que el otro nos ayudara en la misma situación.

El desapego emocional es tan grande, que a menudo presenciamos actitudes violentas hacia las personas más vulnerables. Y no me refiero solo a la violencia física, sino también a la verbal y psicológica. Me causa una gran angustia saber de cuidadores lastimando a ancianos, de personas sin techo ignoradas por la gran mayoría o de niños víctimas de malos tratos o de bullying en el colegio. 

Otras veces el poder, aunque sea poco, nos vuelve del revés y abusamos de los demás desde nuestra posición de superioridad.

Quizá una de las cosas que más influye en estos comportamientos es el poco tiempo que dedicamos a meditar nuestros actos. Estoy convencida de que muchas de esas conductas inexplicables, que nos llevan a hacer sufrir a nuestros congéneres, no se darían si pensáramos en las consecuencias.

Por eso, cuando veo que alguien comete alguna maldad sin razón, le deseo muchas horas de insomnio. Para que tenga tiempo de recapacitar y decida enmendar sus faltas.