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Desde el balcón Desde el balcón

Desde el balcón

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Juan Corellano

Tengo suerte. El piso de Madrid que me sirve de refugio tiene un balcón de unos tres metros cuadrados. Ahí he pasado los últimos cuatro días. Durante la jornada voy moviendo mi silla a lo ancho del suelo embaldosado. Siempre buscando el rincón en el que más fuerte pega el sol, como una lagartija. A ratos leo. A ratos escucho música mientras trasteo con el móvil. Otros ratos no hago nada. Cuando se apaga la luz y comienza a apretar el frío vuelvo adentro y dejo mis cosas sobre la mesita. No las recojo, con la certeza de que mañana volveré a mi rincón. 

Aunque el balcón da a una calle secundaria de un barrio nada céntrico, desde él se puede ver todo. Desde el balcón he visto a un país que, incluido un servidor, se despertó bravucón y descreído el lunes, y el domingo se fue a dormir mudo y parsimonioso. 

También he visto como cada noche, a las diez, ese silencio se rompía durante cinco minutos en una ovación unánime. Para los trabajadores que siguen ahí fuera y, en especial, para el personal sanitario. Un gremio al que hemos castigado con tijeretazos y desobedecido hasta la saciedad durante estos días pese a sus continuas advertencias. Un colectivo tan generoso que, pese los desplantes, encuentra en un aplauso diario el reconocimiento suficiente para seguir adelante. 

Desde este balcón también se ve a esa España tan intrínsecamente contradictoria. La España que, para cumplir el sencillo cometido de quedarse en casa, prácticamente ha forzado a su sistema democrático a sacar a la calle los tanques que casi acabaron con él. 

La España que se reconoce suficientemente adulta para independizarse de su tierra y de su madre, pero que ahora, después de años de olvido y en el único y preciso instante en el no debería, regresa acongojada a por un abrazo de ambas.  Suele decirse que las situaciones límite sacan lo peor y lo mejor del ser humano. Yo creo que simplemente nos dejan ver con mayor nitidez cómo somos, con nuestros fallos y nuestros aciertos. 

Quizás, más que el virus, eso es precisamente lo que nos aterra. La introspección y autorreflexión que intrínsecamente acompaña a esta cuarentena. En el balcón ya no queda luz. Creo que por hoy ya he visto suficiente.