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Siempre es domingo Siempre es domingo

Siempre es domingo

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Raquel Fuertes

Un domingo lento y perezoso. De esos en que cuesta hasta levantarse del sofá o incluso hablar. Con un libro en el brazo del sofá, el móvil en una mano y el mando en la otra. Con la única salvedad de esas horas delante del ordenador que ahora suplen las que pasabas en la oficina. Aun con eso, parece domingo.

Te asomas a la ventana y, aunque la calle tiene supermercado, panadería y farmacia, no ves más que a un par de despistados que se rehúyen con media cara tapada. Uno se deja arrastrar por un perro, el otro le esquiva. Pasa un coche solitario. Después, un autobús casi vacío. Y, por si fuera poco, al invierno le han entrado ganas de venir a despedirse después de haber pasado su momento casi desapercibido.

Un domingo largo en el que ni siquiera queda el regusto de lo que produjo la resaca. En el que no te atreves a recordar cuándo fue la última fiesta o la última cerveza con los amigos. Porque cuando las viviste no eras consciente de que iban a ser las últimas en mucho tiempo. No, mejor no pensar en eso. Ni en cómo nosotros que somos de tocar, agarrar, abrazar, besar… vamos a pasarnos meses esquivando no solo el contacto sino hasta el aura (llamémosla distancia social) del sospechoso que se cruza con nosotros en esa incursión cada vez menos deseada al territorio inhóspito en el que se ha convertido esa calle que ves por la ventana.

Nunca pensaste que alguna vez anhelarías más que nada que volviese a ser lunes. Pero sí: demasiado tiempo conviviendo con problemas del primer mundo nos hizo perder la perspectiva de que lo importante eran los otros. El contacto. La amistad. El compañerismo. La conversación. Las relaciones. Porque en este largo domingo nos daremos cuenta de que nunca valoramos lo suficiente el valor de la camaradería, la oportunidad que te prestaba ese café de las mañanas para conocer a esos que hasta ahora compartían tu vida sin que tú les hubieras prestado nunca mucha atención. Total, era lo seguro, lo de siempre. La rutina.

Ahora, este día sin fin escrito nos da la oportunidad de aprender a apreciar lo que dimos por supuesto y de hacer todo lo posible para que pronto llegue ese lunes en el que podamos volver a abrazar. Quédate en casa.