Síguenos
Como lo pintaban Como lo pintaban

Como lo pintaban

banner click 244 banner 244
Raquel Fuertes

Cuidado con lo que deseas. Después de años suspirando por poder quedarte en casa para trabajar tan cómodamente desde tu rincón favorito, conciliando, sin tener que arreglarte cada mañana, sin preocuparte por despegar la última legaña y sin someterte a la tortura de la ducha matinal en un día frío y lluvioso, tus deseos han sido escuchados: ya puedes teletrabajar.

No habías imaginado que fuera por algo tan trágico y tampoco que el último día te echaran de la oficina cargando con torre (“¡cachis!, ¿por qué no me pasé al portátil?”), monitor, ratón y teclado con cajas destempladas. No estaba muy claro cómo te ibas a conectar, ni si las reuniones iban a ser a través de Zoom, Google Meet o Houseparty. Todo asimilable a chino. El caso es que, de pronto, te has visto con el ordenador (“vaya trasto”) en una casa que es la tuya y que descubres es demasiado pequeña para los dos.

Bueno, superado el primer trámite de “dónde” llega la hora del “cómo”. ¿Cómo que no va con wifi? ¿Que necesito una antena o una conexión por cable? Descartado el cable porque te ataría a la smart tv del salón, buscas una antena en Amazon (siempre hay quien hace su agosto cuando todo se desmorona). Te llega: ya puedes, oficialmente, conectarte… siempre y cuando no lo hagan todos los vecinos, tu pareja y tus hijos (“¿de verdad yo quería conciliar?”) a la vez. Cosa que, por lo visto, sucede muy a menudo. Ruidos, papeles que no encuentras, la lavadora te reclama… Aunque desde el confort de tu pijama favorito todo es más llevadero, no puedes evitar percibir que el resto de confinados arrugan la nariz al olerte pasar. Sí, tal vez seis días (con sus noches) sean demasiado hasta para el más leal de los pijamas.

Lo de la ducha parece que ha pasado al plano de lo optativo y todas las costumbres se relajan al máximo hasta que un día pasa lo inevitable: hay una reunión con video. Y te van a ver. Ducha, ropa, pelo… Deprisa y corriendo intentas recuperar el aspecto de persona respetable. Y, cuando al fin lo logras, hasta te sientes mejor. Después, mientras pones las lentejas, te das cuenta: la oficina no era un lugar tan inhóspito. Y teletrabajar no era como lo pintaban. Pero ahora no queda otra: quédate en casa. Ya volverás. Esto pasará.