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La doble preocupación de los extranjeros en la provincia: pensar en sus familias y en protegerse La doble preocupación de los extranjeros en la provincia: pensar en sus familias y en protegerse
Carolina, junto con su marido y su hijo

La doble preocupación de los extranjeros en la provincia: pensar en sus familias y en protegerse

Las familias de los residentes foráneos están muy alarmadas por las noticias que llegan sobre el avance de la pandemia
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Puede decirse que los ciudadanos de otras nacionalidades que viven en España tienen ahora mas que nunca el corazón partido y el pensamiento a miles de kilómetros. Lo tienen en sus familias, que viven en países donde el Covid-19 todavía no se ha extendido tanto como en España, de ahí que la preocupación por el estado de salud entre parientes viaje más de allí hacia aquí que viceversa. Todos las personas que ofrecen sus opiniones en este reportaje coinciden en que la imagen que tienen sus familiares de nuestro país en este momento es que España está infestada de coronavirus. Las cifras de infectados y de muertos son tan alarmantes que las llamadas telefónicas y los mensajes preguntando por la situación son diarios con la familia directa e incluso parientes más lejanos. 

Lisa Moore y Carlos Muñoz son británicos residentes en la comarca del Matarraña. Se enamoraron de la pequeña toscana española y decidieron fijar aquí su lugar de residencia. Lisa está más tranquila ahora que tiene aquí también a sus padres, que han fijado su residencia en la zona, aunque no deja de pensar que son población vulnerable por la edad. Intentan mantenerse “positivos y ocupados”, explica la británica, manteniendo las rutinas diarias, haciendo el pan en casa, cocinando y mejorando su español en linea. Aún con todo, no dejan de mantener el contacto con sus familiares y amigos en Reino Unido. 

La crisis sanitaria les ha afectado “como a todos”, enfatiza la pareja. Van a la tienda a comprar “lo esencial” aunque echan de menos eso de “tomar un café y socializar”. Consideran que esta situación debería ayudarnos a valorar “lo importante que es el contacto humano y social, ver que nos necesitamos, porque ningún hombre es una isla”, apostilla Lisa, cuyo pensamiento está en los “parientes mayores” que siguen en Reino Unido. Allí la pandemia “va unas dos o tres semanas por detrás de España”. Por eso está convencida de que allí “empeorarán las cosas”.

En su país de origen “las escuelas, colegios y universidades, bares, restaurantes, cines, teatros e instalaciones de ocio y todas las tiendas, excepto supermercados y farmacias, están cerradas”, al igual que parte del  transporte público. Ya instan a la gente a trabajar desde casa y a salir sólo si es necesario, aunque allí, a diferencia de lo que ocurre en España, se permite salir a hacer ejercicio una vez al día, por ejemplo, caminar o andar en bicicleta. Se aconseja a las personas que practiquen el "distanciamiento social”. 

El Gobierno británico se ha comprometido a pagar el 80% de los salarios de las personas durante tres meses si no pueden ir a trabajar porque su negocio ha cerrado debido al virus. “Todos tienen una moratoria de tres meses de los pagos de la hipoteca y hay exenciones de impuestos para las empresas, si bien existe presión para ayudar a las personas que trabajan por cuenta propia”.

Leticia es francesa y mantiene contacto directo diario a través de las nuevas tecnologías con su padre y sus hermanos. “Nos llamamos a diario y me cuentan lo que está pasando allí, la evolución del problema, y la verdad es que tenemos más contacto que de costumbre”. En Francia su familia está preocupada, “porque somos uno de los países con más contagios del mundo”. Los franceses necesitan “un salvoconducto para salir de casa, incluso para ir a comprar, y si la policía les pregunta deben enseñar una ficha rellenada. Los niños sí pueden pueden salir un rato, a diferencia de aquí”, cuenta.

Su familia “está muy preocupada por nosotros, aunque es cierto que ellos viven en París, donde ya hay muchos casos y los hospitales están llenándose poco a poco”, añade Leticia.

Dos sacerdotes 

Entre la comunidad de extranjeros, hay algunos sacerdotes. Juan Esteban es colombiano y vicario de Alcañiz, mientras que Lucas Gos, de Polonia, es párroco de varios pueblos en el Bajo Aragón y Matarraña. Ambos mantienen más que nunca el contacto con sus familias, en algunos casos alarmadas por las noticias que llegan de España.

Lucas Gos envía un mensaje a sus fieles cuando lleva ya 15 días sin dar una sola misa en los pueblos que tiene asignados: “vuestro párroco ofrece la misa por vosotros y aunque no podéis rezar conmigo, yo la hago por vosotros y os la dedico”. Lucas atiende todos los días por teléfono a compañeros que le llaman y también a sus familiares, que le telefonean preocupados por las noticias que les llegan de aquí. Y es que “en Polonia se sigue mucho en la televisión todo lo que pasa en Italia y España”. Todos los días “hablo con mi hermano, con mi madre, con mi padre y los intento tranquilizar”.

Polonia tiene cerradas las fronteras y “solamente pueden entrar los que van a trabajar o tienen familiares o la residencia fijada allí”. Nunca, asegura, ha vivido algo parecido.

Juan, vicario de Alcañiz, mantiene contacto “todos los días” con su madre, también en cuarentena, aunque allí la pandemia “apenas acaba de empezar”. No obstante, recuerda que en su país “hay que andar con mucho cuidado, porque el sistema sanitario no es muy bueno”. Aún con todo, “las noticias que llegan desde España hacen que estén más preocupados por mí que yo por ellos”. En los últimos días ha tenido “un bombardero de saludos con gente con la que hace tiempo no contactaba: tíos, primos terceros que me preguntan cómo me encuentro...”, detalla Juan. No se considera alarmista a pesar de que ve la situación “complicada, sobre todo por el estado de ánimo que noto en la gente, que siente desconcierto por toda la incertidumbre”.

De sudamérica

Al otro lado del atlántico están las familias de Carolina, Nora y Betty.

Carolina Riveros reza para que la pandemia del coronavirus no se extienda en su país Venezuela, “porque si lo hiciera no sería una pandemia, sino una peste”. Carolina reside en Calanda con su hijo de cinco años y su marido. Ambos han diseñado “estrategias” para mantener al pequeño entretenido. 

La “crisis larga y sostenida” que padece Venezuela se ha acentuado más que nunca. “La gente pasa horas y horas sin luz, sin servicio eléctrico y con un sistema de salud colapsado, así que si el coronavirus se hace fuerte allí, habría unas consecuencias terribles”, dice preocupada. El Covid-19 no se ha extendido allí y espera que no lo haga, que mantiene cerradas fronteras con Brasil y Colombia. 

Los venezolanos “están más preocupados por la crisis que arrastran desde hace cuatro o cinco años que por el coronavirus. El sistema sanitario se ha venido abajo, muchos especialistas se han ido y tenemos un sistema precarizado a pesar de ser un país con muchísimos recursos”, se lamenta esta venezolana, cuyo pensamiento está en su madre y en su tía, que murió recientemente precisamente porque el sistema sanitario fue incapaz de atenderla. 

De Guatemala procede Nora Mayorga, que vive en Teruel. Parte de su familia ha emigrado de su país. En California tiene a tres hermanos y en Guatemala le quedan dos. Como la venezolana Carolina Rivero, cruza los dedos para que el Covid-19 no se extienda en su país por la fragilidad del sistema sanitario. Si la pandemia se extendiera, allí no hay un sistema de protección a la europea. En Guatemala  “la gente trabaja para vivir día a día, no como aquí. No se pueden quedar en casa, porque necesitan trabajar para subsistir a diario, así que va a ser un poco difícil que se llegue a una cuarentena como la que se ha decretado en España”. Además, el sector económico, con mucho poder allí, insiste en que hay que ir a trabajar para sacar el país adelante para no quedarse a la cola de América. Opciones de teletrabajar hay pocas.

Las noticias que llegan de España hablan del número de muertos e infectados. “Mi familia está preocupada, me insisten en que no vayamos a donde hay gente enferma, me preguntan si salimos a la calle, si compramos comida…” Los primeros infectados en Guatemala -y también en algún otro país de América Latina- procedían de Madrid.

En su país de origen desde el domingo pasado se endurecieron las medidas para intentar frenar al coronavirus: implantado el toque de queda, de manera que solo se puede salir de cuatro de la mañana a cuatro de la tarde. La sensación entre la población es que no se está informando de lo que ocurre realmente en el país.

De Bolivia es Betty Daza, que tiene a dos hijos en su país de origen y otro en España. Tiene alquilada una habitación junto con su marido en un piso de Teruel y comparte la cocina y el baño con los dueños. Confinada entre cuatro paredes, espera que pronto pase este encierro obligado, porque la única ventana de su habitación está en el techo. Su remedio para sobrellevar esta situación es “la paciencia, porque hay momentos en los que te pones muy nerviosa”, cuenta la boliviana.

Su familia también está muy preocupada por la situación aquí, aunque “ahora soy yo la que empiezo a preocuparme por ellos, porque en Bolivia la sanidad no está como aquí”, asegura. Ellos suelen hacerle “videollamadas, porque no se fían cuando les digo que estoy bien”.

La primera persona contagiada en Bolivia también llegó a través de un vuelo procedente de Madrid, de ahí el miedo a todo lo español. Otro problema es la ignorancia, el desconocimiento y la falta de información sobre el virus. Según Betty, “hace unos días llevaron a un señor a enterrar a un cementerio en la zona donde vive mi familia y la gente le tiró piedras a la familia porque no querían que lo enterraran allí”. 

En Bolivia también están cerradas las escuelas y ahora han reducido el horario de trabajo desde las ocho de la mañana a las dos de la tarde. “La gente sale a comprar según los días que les corresponden, a partir de la terminación de su DNI, no hay autobuses operativos y mucha gente ya no va a trabajar”. Lo más preocupante para Betty, como para muchos ciudadanos latinoamericanos: que la pandemia avance ante un sistema sanitario precario y con una baja protección social de la población.