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Historias de la Historia, con Javier Sanz: La viruela, la enfermedad que se propagaba por la saliva y la ropa (I) Historias de la Historia, con Javier Sanz: La viruela, la enfermedad que se propagaba por la saliva y la ropa (I)
Ramsés V murió de viruela en Egipto como ha desvelado el análisis de su momia

Historias de la Historia, con Javier Sanz: La viruela, la enfermedad que se propagaba por la saliva y la ropa (I)

Ha sido una de las epidemias que más muertes ha causado a lo largo de la historia
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Javier Sanz

La viruela, enfermedad contagiosa causada por el virus variola y que se propagaba fácilmente de una persona a otra por las gotas de saliva o por contacto con prendas o sábanas utilizadas por el enfermo, ha sido una de las que más muertes han causado a lo largo de la historia -mataba a un tercio de los contagiados y muchos de los que sobrevivieron quedaron con las marcas en la piel o sufrieron secuelas, como quedar ciegos o estériles-, hasta su erradicación en 1980 gracias a la colaboración de todos los países del mundo con campañas de vacunación masivas. Por cierto, la viruela es la primera y única enfermedad infecciosa humana en ser erradicada del planeta. Hecho que no significa que ya no exista el virus porque, en la actualidad, todavía quedan dos muestras: una en un laboratorio de Rusia y otra en uno de los Estados Unidos. El debate sobre si estas muestras se han de destruir o no está abierto en la comunidad científica y choca contra las reticencias de rusos y estadounidenses a destruir sus muestras, conocedores como son de las posibilidades que tiene el virus como arma biológica. Y a mi, la verdad, me da un poco de miedito, porque un fallo en el protocolo de un laboratorio británico en 1978 infectó a Janet Parker, una fotógrafa que trabajaba en el departamento de Anatomía de la Facultad de Medicina de Birmingham (Reino Unido).

Janet llevaba unos días encontrándose mal y su madre llamó al médico, quien diagnosticó varicela. A pesar de que la madre no estaba nada convencida, porque recordaba que la había pasado de pequeña, no le quedó más remedio que aceptar el diagnóstico y seguir las recomendaciones del galeno. Pasaban los días y no sólo no mejoraba, sino que se cada día estaba más débil y los pequeños bultitos en la piel se convirtieron en pústulas. La llevó al hospital y la ingresaron. Los médicos no lo podían creer, tenían ante ellos un nuevo caso de viruela. Cuando la Organización Mundial de la Salud estaba tratando el tema de hacer pública la erradicación de la viruela, aparecía un nuevo caso. No podía ser. La noticia hizo saltar todas las alarmas y se iniciaron los protocolos de aislamiento de Janet y la cuarentena y vacunación de todas las personas que hubiesen tenido contacto con ella. Fueron casi un par de semanas de tensión, lo que dura el periodo de incubación, hasta ver si aparecían nuevos casos. De las más de 500 personas que estaban en cuarentena, solo su madre dio positivo y consiguió superar la enfermedad sin mayores problemas. No así Janet, que días más tarde fallecía infectada de Variola major, la variedad más mortífera de viruela que existía. 

Llegados a este punto, todos se preguntaron cómo había sido posible. Y la respuesta estaba justo debajo de su lugar de trabajo, donde se encontraba el laboratorio de la Universidad. Allí, el  profesor Henry Bedson, un experto reconocido a nivel internacional, trabajaba con una cepa de viruela. Estaba claro que el origen del contagio había sido un fallo del protocolo en la manipulación del virus, ya fuese porque se filtrase por el conducto del aire hasta el piso superior, por contacto personal o a través del uso de un equipo o aparato contaminado. 

Aunque la investigación posterior exoneró al profesor, no pudo superar aquel error fatal y se quitó la vida. No sería la única víctima colateral de aquel contagio, el padre de Janet también falleció de un paro cardíaco durante del periodo de cuarentena, posiblemente provocado por la tensión de aquella situación. La muerte de Janet no fue en vano, desde aquel momento se cambiaron los protocolos de seguridad de los laboratorios con autorización para manipular enfermedades contagiosas. 

Y si Janet fue la última víctima mortal de la viruela -ya sea de contagio natural o accidental-, el primer ser humano del que tenemos conocimiento que murió por este virus fue el faraón Ramsés V, si Amón y Anubis me permiten tratarlo como humano. Es harto difícil situar su aparición en el tiempo, pero se puede especular que lleva con nosotros desde los tiempos de las llamadas civilizaciones fluviales, las concentraciones de población surgidas en las cuencas de los ríos Tigris y Éufrates, en Mesopotamia, el Nilo, en Egipto, o el Indo en la India. 

La viruela se extendió luego hacia las rutas del comercio que se abrieron en el mundo conocido (Asia, África y Europa), llegando finalmente al continente americano y a Australia, e incluso los habitantes de una remota isla volcánica en la Polinesia sufrieron en sus carnes los devastadores efectos de la viruela. Una isla alejada de cualquier lugar del mundo, tanto como que el lugar con población estable más cercano se encuentra en la costa de Chile a más de 3.500 kilómetros. De hecho, la viruela fue la responsable de dar la estocada final a la debilitada cultura Rapa Nui y los famosos moáis de la isla de Pascua. Debilitada, curiosamente, por una fiebre muy contagiosa de aquella época, la fiebre del guano -una especie de fiebre del oro pero en las islas del Pacífico-.

El mejor fertilizante

A mediados del siglo XIX el guano comenzó a utilizarse como fertilizante para enriquecer las tierras de cultivo. Su recolección se hacía casi en exclusiva en las islas Chincha, en Perú. Esta zona del Pacífico está poblada de gaviotas y pelícanos que durante años han ido depositando sus excrementos en la superficie insular, formando una capa de varios metros de espesor. Perú controlaba la producción e Inglaterra su comercio. 

Como es de suponer, otras muchas islas del Pacífico eran también potenciales productoras del preciado fertilizante y, en 1856, para no depender de la importación desde Inglaterra y reducir costes,  el Congreso de los Estados Unidos aprobó el Acta de Islas Guaneras, por la que se autorizaba a ciudadanos de los Estados Unidos a tomar posesión de las islas con depósitos de guano:

Cuando cualquier ciudadano de los Estados Unidos descubra un depósito de guano sobre cualquier isla, roca, o cayo, no dentro de la jurisdicción legal de cualquier otro gobierno, no ocupada por ciudadanos de cualquier otro gobierno, y tome posesión pacíficamente y ocupe, ya sea, isla, roca o cayo, puede, según la discreción del presidente, ser considerado perteneciente a los Estados Unidos.

Depósitos de guano

Más de cien depósitos de guano fueron reclamados como estadounidenses bajo esta ley. Hoy en día, varias de estos territorios insulares todavía siguen bajo dominio estadounidense. ¿Nacería el colonialismo yanqui con la ley Guanera? Vete tú a saber. El caso es que la respuesta conjunta de Perú e Inglaterra no se hizo esperar: aumentaron la producción de las islas Chincha e intentaron acaparar el mercado. Para ello necesitaban contratar más mano de obra y, a ser posible, que lo fue, barata. Se enviaron barcos a China donde prometían a los humildes campesinos trabajos bien remunerados en las minas de oro. Cuando llegaban a Perú, eran enviados a las islas para trabajar en las minas de guano en condiciones de semiesclavitud. En último tercio del siglo XIX había más de cien mil chinos en Perú. A causa de la alta mortandad de los trabajadores asiáticos (enfermedades, accidentes o suicidios) y la disminución de nuevas remesas, cuando comenzaron a llegar a China las noticias de las falsas ofertas de trabajo -por cierto, origen de la expresión “te han engañado como a un chino”-, tuvieron que buscar la mano de obra en otras lares.

Para desgracia de los rapanui, el nuevo objetivo fue la isla de Pascua. A finales de 1862, ocho barcos zarparon de Perú y tras recorrer más de tres mil setecientos kilómetros llegaron a la isla de Pascua. Tras un intercambio de baratijas y regalos, los marineros rodearon a los polinesios y los capturaron. Algunos fueron abatidos en la huida, otros luchando y algunos  se despeñaron por los acantilados. Unas 1.300 personas, la mitad de la población indígena, fueron hechos prisioneros y llevados a Perú para trabajar en las minas de guano. En el largo viaje hasta el puerto del Callao fallecieron cientos de rapanui por disentería, la clásica enfermedad provocada por el hacinamiento y la desnutrición. 

Puntilla a los Rapanui

Aunque llevaban varios años mirando para otro lado y lucrándose del trabajo de los esclavos -recordemos que la esclavitud en Inglaterra quedó abolida en 1833-, en 1863 los ingleses entendieron que los peruanos se habían excedido y les obligaron a liberar a los prisioneros isleños. El duro trabajo y una epidemia de viruela que asoló Perú había diezmado a los rapanui, hasta el punto de que, cuando se repatrió a los supervivientes, sólo quedaban cien hombres con vida. En el trayecto de vuelta a casa, la viruela siguió haciendo de las suyas y mató a ochenta y cinco. Solo quince volvieron a pisar la isla de Pascua y, con ellos, el virus letal que siguió mermando a los isleños. Unos 20 años más tarde, cuando Chile se anexionó la isla, apenas quedaban algo más de 100 isleños. La viruela dio puntilla a los rapanui, la cultura que construyó los enigmáticos moáis.

La propagación de la viruela, de la que eran ignorantes portadores los descubridores de territorios ignotos -desconocidos para ellos, que los que vivían allí los conocían sobradamente-, también causó gran mortandad en el continente americano, ya que los indígenas  carecían de defensas naturales. Hubo intercambio de personas y bienes entre dos zonas del planeta separadas durante milenios por una gran masa de agua y por el océano del desconocimiento mutuo, pero también de enfermedades contagiosas que mataron más que las armas. Pensar que algo más de cien hombres y unos cuantos caballos dirigidos por Hernán Cortés barrieron a un imperio enorme, muy bien organizado y de alto nivel de civilización como el azteca de Moctezuma -por cierto, su hermano Cuitláhuac murió a causa de la viruela-, es desconocer la realidad o, peor aún, tergiversarla.