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Tiritonas Tiritonas
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Juanjo Francisco

Son estos días propicios para hablar de héroes y tumbas. No exactamente en los parámetros que utilizó Ernesto Sábato, pero igual de idóneos para describir la realidad. Hay héroes en cada esquina de este país y tumbas para hartarse. Las segundas tienen números, se cuantifican cada día en unas cifras que, sin embargo, han perdido, a fuerza de repetirse, su impacto emocional más allá de los directamente implicados. Los primeros se van conociendo poco a poco, los tenemos alrededor, son nuestros vecinos, nuestros amigos, nuestra familia e, incluso, el amor de nuestra vida. Ellos necesitarán tiempo para ser valorados en su justa medida porque ahora nadie reflexiona más allá de lo que ocurre en el mismo instante.
Y es ese, el instante mismo, el que pone de relieve la epopeya humana que viven muchos congéneres. De todos los testimonios que se desparraman por las televisiones o las redes sociales quiero destacar uno que me ha llegado especialmente y que resume perfectamente en qué momento nos encontramos, ese que nos pone contra el espejo y nos pregunta ¿y tú, quién eres?, sabiendo perfectamente que ninguna respuesta te va a evitar el miedo.
El testimonio al que me estoy refiriendo es el que proporcionó el actor español Tristán Ulloa, que acaba de pasar el coronavirus ingresado en un hospital de Madrid, en los momentos más duros y crueles de la pandemia. Un Ulloa desmejorado, pachucho a más no poder, detallaba a la cámara de su ordenador, en medio de un llanto apenas controlado, cómo había pasado varios días en un pasillo sufriendo tiritonas, fiebre alta, tos incontrolable, hecho un despojo vamos, rodeado de personas en su mismo estado y preguntándose con las miradas quién aguantaría y quién se dejaría vencer. Lo explicó de tal manera que fue inevitable trasladarse por un instante a la piel del propio Ulloa, un cuerpo casi abandonado a su suerte. Casi, porque, de tanto en tanto, entre la vorágine del pasillo del hospital algún sanitario, sin importar categoría profesional, se paraba para cuidarlo, para sujetarlo en la lucha. Tristán pasó aquello y llegó a una habitación convencional donde pudo combatir mejor la fiebre y el miedo. “Son unos putos héroes” dijo de sus cuidadores antes de dejarse llevar y romper a llorar.