Síguenos
Historias de la Historia, con Javier Sanz: Carlos IV llevó la vacuna viva de la viruela a América en 22 niños huérfanos (y III) Historias de la Historia, con Javier Sanz: Carlos IV llevó la vacuna viva de la viruela a América en 22 niños huérfanos (y III)
Los actores que dieron vida a los 22 ángeles de la película con el mismo nombre que narra la historia del viaje de la vacuna de la viruela que impulsó Carlos IV y salvó la vida de millones de personas en América

Historias de la Historia, con Javier Sanz: Carlos IV llevó la vacuna viva de la viruela a América en 22 niños huérfanos (y III)

Fue la campaña sanitaria más importante de todas las que se han desarrollado en la historia
banner click 244 banner 244
Javier Sanz

En algunos lugares, las campañas de vacunación chocaron frontalmente con las creencias religiosas y los rituales asociados, como en la India, donde los hindúes adoraban a Shitala, la diosa de la viruela. Esto explica que, cuando la Organización Mundial de la Salud emprendió la vacunación masiva se diese de bruces con esta diosa. Parece ser que Shitala viaja en burro y conforme se mueve va dejando caer los granos de arroz de un cesto que lleva en la cabeza, y al caer sobre sus devotos se convierten en la características pústulas. ¿Y luego? Un juego de azar, porque si te tocaba un grano malo morías de viruela y si te tocaba uno bueno sobrevivías. Y los devotos de Shitala argumentaban tres motivos para no vacunarse: que la variolación, que ellos ya utilizaban desde hacía siglos, estaba asociada a un ritual de culto a la diosa; por la creencia de que la enfermedad era una bendición enviada por ella y porque pensaban que las vacunas se obtenía de las vacas, un tema tabú en la religión hindú. Y por si esta fuera poco, los enfermos de viruela eran adorados como elegidos por la diosa, por lo que sus parientes y amigos acudían desde lejanos lugares para rendirles homenaje, con lo que se facilitaba el contagio de la viruela. Y si ya estáis pensando en lo absurdo y peligroso que es adorar a esta diosa, no os rasguéis las vestiduras, todavía, porque hay muchos dioses de este perfil. 

La religión Yoruba africana venera a su propio dios de la viruela, Sopona. Si el dios se mosqueaba con los humanos, les enviaba un brote de viruela a través de sus sacerdotes. Así que, había que tener contento a Sopona y, sobre todo, a sus matones. Cuando se esclavizó a los africanos y fueron arrastrados al nuevo mundo, llevaron con ellos a sus dioses. En China tenemos a Tou-Shen Niang-Niang, otra diosa de la viruela, que se entretenía desfigurando la cara de los niños mientras dormían, pero solo de los guapos. Y las madres, como siempre piensan que su hijo es el más guapo del mundo, les ponían a todos máscaras con caras feas. Hōsōshin, el dios de la viruela de Japón, que, por cierto, le tenía miedo a los objetos  de color rojo y a los perros. Quiero pensar que los japoneses no pintaron a sus perros de color rojo para librarse de la viruela, pero lo que sí consiguieron es que el tratamiento con color rojo (eritroterapia) llegase a Europa y muchas gentes de posibles tiñesen de rojo sus vidas. Y aunque lo pueda parecer, no es un tema baladí, porque algunos médicos europeos, a principios del siglo XX, todavía postulaban la bondad de esta terapia, argumentando que reducía la severidad de las cicatrices. 

El médico danés Niels Finsen aisló a varios enfermos de viruela en locales oscuros y colocó cortinas de color en las ventanas en las que incidían los rayos de sol. Los resultados fueron buenos y siguió trabajando en esta alternativa terapéutica creando “habitaciones rojas” en los hospitales para los enfermos de viruela. También inventó la llamada lámpara de Finsen, una máquina que generaba luz artificial y mediante un tubo la proyectaba sobre las afecciones cutáneas, siendo especialmente efectiva para el tratamiento del lupus. Por sus contribuciones a la fototerapia y el descubrimiento del efecto germicida de la luz ultravioleta recibió el Premio Nobel de Medicina en 1903.  Y para terminar con las cuestiones sagradas, aunque de menor calibre, ya que hablamos de un santo de la Iglesia católica y no de un dios, tenemos a Nicasio de Reims, que  sobrevivió a un ataque de viruela en 394 y se convirtió en el santo patrón de la enfermedad. 

De regreso a las cuestiones terrenales y al mundo profano cabría recordar la Real Expedición Filantrópica de la Vacuna, organizada por la Corona española a comienzos del siglo XIX, de la que el propio Jenner llegó a decir... “No me imagino que en los anales de la historia haya en el futuro un ejemplo de filantropía tan noble y grande como este”.

A comienzos del XIX, llegaban noticias de América de una gran epidemia de viruela, y el rey de España Carlos IV, en cuya familia también se habían sufrido sus consecuencias, ordenó que se elaborasen proyectos para llevar la vacuna al nuevo continente. En cortos espacios de tiempo, el líquido de las pústulas, que contiene el virus, se podía mantener y trasladar entre cristales y sellado con parafina, pero aquí hablamos de un viaje transoceánico de casi dos meses, por lo que había que pensar en un método alternativo que mantuviese vivo el virus durante tanto tiempo. Se presentaron varios proyectos y, tras la oportuna deliberación de los pros y los contras, se eligió el del médico de la Corte, Francisco Xavier Balmis, que consistía en trasladar el fluido de brazo a brazo a través de una cadena humana de niños. El día 5 de junio de 1803, Carlos IV firmaba la Orden de la Real Expedición Filantrópica de la Vacuna para llevarla a América y financiada por la Corona. Los objetivos de tamaña empresa eran tres:

Llevar la vacuna desde España a todos los territorios ultramarinos (no solo al continente americano). 

Instruir a los médicos locales de las poblaciones visitadas para continuar la vacunación a lo largo del tiempo. 

Crear en los diferentes territorios las Juntas de Vacunación, centros para conservar, producir y abastecer de vacunas activas para mantener la campaña de forma permanente.

Al frente de esta expedición de enfermeros, practicantes y otros ayudantes, estaban los médicos Francisco Xavier Balmis y su segundo José Salvany. Para ello se reclutarían niños que estuviesen sanos, con edades entre 6 y 9 años y que no hubiesen pasado la viruela ni hubiesen sido vacunados. La elección de niños responde al hecho de que había menos posibilidades de que hubiesen estado expuestos a la viruela que un adulto y, por tanto, que no hubiesen generado los anticuerpos, ya que se necesitaba que desarrollasen las pústulas. El plan de viaje y el proyecto de traslado de brazo a brazo consistía en inyectar en el brazo de dos niños el virus de la viruela bovina, que, a lo largo de una semana, más o menos, desarrollarían las pústulas características de la viruela vacuna, de las que se extraería el líquido con el patógeno y se inocularía a otros dos niños. Y así sucesivamente hasta llegar a su destino. Los niños actuaron como auténticos reservorios, por eso se los llamó los niños vacuníferos. Según los cálculos de Balmis, para cruzar el charco se iban a necesitar 22 niños. Y como nadie iba a prestar a sus hijos para semejante menester, se pensó en los que estaban bajo la tutela de la Corona: los niños expósitos, los huérfanos de los hospicios.

Habría que puntualizar que, a pesar de ser una expedición muy costosa, que solo generaba gastos, y los beneficios, si se veían, serían a largo plazo, el rey se rascó el bolsillo y no puso ni un pero a las peticiones de Balmis, tanto en personal como en material. El mes de septiembre se traslada todo el operativo hasta La Coruña, desde donde partirá la expedición y donde se reclutarán a los niños vacuníferos. Tras la selección de los 22 niños de la Casa de Expósitos de La Coruña, la rectora del centro, Isabel Cendales Gómez, le planteó al director de la expedición que ella quería acompañarlos y desempeñar el papel de figura maternal. Algo que no estaba previsto. De hecho, en la relación de nombres de los miembros de la expedición que el rey aprueba cuando parten de Madrid, no aparece ninguna mujer. Así que, viendo que la relación de los niños con Isabel es casi, como ella plantea, maternal, entiende que será beneficioso contar con su participación y envía una solicitud al monarca que, lógicamente, aprueba.

El 30 de noviembre de 1803 partía del puerto de La Coruña la corbeta María Pita con su tripulación, los integrantes del convoy humanitario (Balmis, Salvany y dos cirujanos más, dos practicantes, tres enfermeros, Isabel y los 22 niños), los útiles necesarios y cientos de ejemplares del Tratado histórico y práctico de la vacuna de Moreau de la Sarthe, traducido por Balmis, a modo de manual. Antes de continuar el viaje, un pequeño detalle que puede pasar inadvertido pero que demuestra la urgencia y la importancia de este proyecto sanitario: la agilidad burocrática para poner en marcha una empresa de estas dimensiones. Aunque tradicionalmente la burocracia en España ha sido lenta, ardua y farragosa, en esta ocasión apenas se tardaron unos meses para organizarla. 

Tras este pequeño inciso, regresamos a bordo. Llegan a las islas Canarias en enero de 1804, donde vacunan a la población y establecen un centro de vacunación; a Puerto Rico en febrero y a las costas de la actual Venezuela en marzo. En Caracas se fundará la primera Junta de Vacuna del continente, desde donde se difundirá, se conservará y se producirá, se enseñará a los facultativos de la zona y se entregarán ejemplares del tratado. Esta Junta de Vacuna sirvió de modelo para las muchas que se instauraron a lo largo de toda la expedición. 

En Caracas la expedición se dividió en dos grupos: uno dirigido por Salvany, que tomó rumbo al sur para llevar la vacuna a los territorios de América del Sur, y otro, bajo la dirección del propio Balmis, que volvió a embarcar para llegar hasta La Habana, regresar al continente y recorrer Guatemala, Costa Rica... hasta México. Siguiendo el modelo de Caracas, se fueron estableciendo Juntas de Vacunación estratégicamente para cubrir el mayor territorio posible. Hecho el trabajo al otro lado del charco, en febrero de 1805 la expedición de Balmis embarcó en el puerto de Acapulco con dirección a Filipinas. Y allí, nuevamente, hubo que utilizar niños vacuníferos para atravesar el Pacífico y llegar hasta Manila. En esta ocasión fueron 26 niños mexicanos. En abril de 1805 llegan a Manila, donde se estableció otra Junta de Vacunación como centro de difusión para las islas Filipinas. Conocedor de que la vacuna no había llegado a China, fuera de la ruta prevista inicialmente, Balmis solicitó —y le fue concedido— el permiso para desembarcar en Macao, bajo soberanía portuguesa, desde donde se adentró en territorio chino. De regreso a casa, se embarca en un navío portugués que lo llevará a Lisboa. La travesía no es directa y requiere una escala técnica en la isla de Santa Elena. Balmis desembarca y no tarda mucho en darse cuenta de que allí tampoco ha llegado la vacuna, y, a pesar de ser territorio de la Corona británica, inicia las vacunaciones. Casi tres años después, el 7 de septiembre de 1806, Balmis llegaba a Madrid, donde fue recibido por Carlos IV con todos los honores. 

La expedición de Salvany fue más larga en el tiempo y más penosa. Recorrió Cartagena de Indias, Santa Fe de Bogotá, Quito, Lima y La Paz. En 1810 falleció Salvany en plena cordillera de los Andes, a más de 3.500 metros de altura,  y Manuel Julián Grajales, uno de los cirujanos, se puso al frente y continuó hasta Santiago de Chile y las islas Chiloé, para completar toda Sudamérica con la llegada a la Patagonia... en ¡¡¡1812!!! Con todos estos datos creo que no es muy descabellado decir que fue la campaña sanitaria más importante de toda la historia por muchos motivos:

- Por la dimensión geográfica que abarcó: una vuelta al mundo y recorrer el continente americano.

- Por el tiempo que duró

- Por las dificultades organizativas de una empresa de ese calado: la financiación, viajes transoceánicos, con sus tormentas y los correspondientes asaltos de piratas, la gestión de los “reservorios” -además de los 22 niños españoles, los 26 mexicanos o los 3 esclavos que hubo que comprar para el trayecto de Caracas a la Habana- y, en ocasiones, la escasa colaboración de las autoridades locales.

- Por la creación de las Juntas de Vacunación, que constituyeron la primitiva red de salud pública de todos estos territorios.

- Y, sobre todo, por la vacunación masiva, sin tener en cuenta la raza ni la condición social, que salvó millones de vidas. 

- El viaje permanecerá como el más memorable en los anales de la historia

- Fueron las palabras de Alexander von Humboldt, naturalista y explorador alemán, considerado el padre de la geografía moderna.