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Periodismo garrapiñado

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Javier Silvestre

Miles de ataúdes. Morgues llenas. Funerales express con sólo tres familiares. Hornos crematorios a pleno rendimiento las 24 horas del día. Famílias buscando las cenizas de sus abuelos y padres que han fallecido y a los que no han podido coger de la mano... Es la realidad que han vivido más de 16.000 familias pero que no vemos en televisión. 

Es mejor dar una cifra diaria, deshumanizar la muerte para que no nos afecte demasiado. Siempre es mucho más edificante para el ciudadano ver cómo los heroicos sanitarios se reinventan con coreografías, fiestas de disfraces y demás paripés para celebrar cada victoria contra el coronavirus. Eso por no hablar de los vecinos: el confinamiento siempre se lleva mejor con una discomóvil, una boda improvisada o una procesión de Semana Santa en el balcón de delante. Eso sí, móvil por delante para poder tener la cuota de fama nacional asegurada. 

Edulcoramos la tragedia para digerirla mejor. Creemos que así nos afectará menos. Hasta que la muerte llama a nuestra puerta y nos noquea sin piedad. Es entonces cuando todo resulta ridículo y cuando sentimos que nos han estado engañando. Nos han vendido una pandemia de fogueo que resulta ser letal.

Pero vivimos en una sociedad infantilizada que sólo sabe enfrentarse a una muerte de cartón piedra. Podemos cenar viendo pateras llenas de cadáveres en nuestro Mediterráneo o echarnos la siesta con una película donde se ejecuta a gente con todo lujo de detalles. Pero como nos pongan un ataúd o un familiar llorando a sus padres muertos, entonces nos llevamos las manos a la cabeza. Porque los medios sólo buscan el morbo o vender más o responder a maquiavélicos intereses políticos.

Pero la cruda realidad está ahí fuera, silbando a milímetro de nuestras sienes cada día. Estamos anestesiados ante la magnitud de la tragedia que cada día se lleva por delante al equivalente a cuatro accidentes aéreos como el de Spanair o Germanwings. ¿Se imaginan que cada día se estrellasen en España cuatro aviones repletos de pasajeros? ¿Les entra en la cabeza que a diario descarrilasen ocho trenes Alvia como el de Santiago? ¿Cómo lo retrataríamos los medios de comunicación? ¿Cómo reaccionaría la sociedad?

Pero el caso del Covid 19 es diferente porque la prioridad es animar al personal. ¡Que no decaiga el ánimo durante el encierro! Resulta extremadamente duro quedarse en casa durante unos días, rodeados tecnología y con la nevera llena… así que mejor no recordarle a la gente que a unos metros de su salones hay personas ahogándose y muriendo. 

Y miramos al futuro diciendo que esto “va a cambiar al mundo” o que nos hará “mejores” como sociedad. Pero yo sólo creo que esto nos hará más idiotas si cabe, más egoístas, más polarizados, más hooligans adoctrinados. Porque sin ataúdes no hay muerte. Y sin muerte, esto es una pantomima que no va con nosotros. Entre el periodismo garrapiñado y el periodismo carroñero hay un punto medio que deberíamos atrevernos a defender sin complejos para que esta tragedia haya servido para algo.