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El año sin primavera

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Raquel Fuertes

Una vez ya hemos visto muertos y ataúdes, volvemos a nuestra repetitiva rutina de ensimismamiento rumiando una frase escrita al principio de estos días que cada vez nos duele más: éramos felices y no lo sabíamos.

Un ineficiente lamento que no nos lleva más allá de meternos en la espiral negativa (que es lo que toca en días alternos, combinando con el espíritu infantiloide que comentaba mi compañero Javier hace unos días). Imagino que para que después podamos diferenciar unos días de otros recordaremos los que vivimos pensando en todo lo malo enfrentados con esos en los que vivimos en modo carpe diem. Y que sea lo que Dios quiera. Así, sin llegar nunca a hacer nada realmente provechoso, un día nos torturaremos con imposibles tablas de ejercicios mientras otro nos entregaremos al placer de la copa compartida con amigos a través de una pantalla. Un día lloraremos por sentirnos encerrados y sin saber qué va a pasar mañana (aunque probablemente siga sin pasar nada) y al siguiente nos reconfortará el simple hecho de seguir vivos. Porque, al final, esto va de eso: de supervivencia. Por mucho que todo sean datos, gráficos y comparecencias, nos jugamos seguir viviendo. Y parece que se nos olvida hasta que el cerco se estrecha tanto que el que muere ya no es un número más sino una persona menos, alguien a quien eres capaz de identificar.

Cuando éramos felices hubiésemos pasado medio abril despotricando porque esto ni es primavera ni es nada. Y deseando tener tiempo. Ahora nos da lo mismo que llueva o haga frío. Somos meros espectadores en este año sin primavera y tras la ventana es preferible esta sucesión borrascosa que los días llenos de luz que nos recuerdan la vida. O, mejor, cómo era la vida.

Leo los acontecimientos que trastocaron los inicios de los siglos XIX y XX. Si en el XX fue la gripe española que tanto nos recuerda a lo que estamos viviendo (con comida y Netflix, cuidado), en el XIX fue el año sin verano. De aquella debacle climática, entre las brumas y el hambre, salieron obras maestras como Frankenstein y la necesidad de inventar algo parecido a la bicicleta. Entregados por igual a la autocompasión y a la autocomplacencia quién sabe si seremos capaces de sacar algo bueno de esto y recuperar nuestra creatividad. Mientras, corre el calendario sin que llegue la primavera. Ahora que tenemos tiempo.