Síguenos
Me emociono, luego percibo Me emociono, luego percibo

Me emociono, luego percibo

banner click 244 banner 244
Grupo Psicara

Por Alberto Gracia Agudo

Bienvenidos y bienvenidas al Rincón de la Psicología, un espacio donde todos los miércoles, las psicólogas y psicólogos de PSICARA (Psicología Aragonesa en Acción) abordamos temas y curiosidades relacionadas con la psicología. Esta semana vamos a hablar… ¡Mejor vamos a verlo!

Os invito a que miréis la imagen que tenéis adjunta. ¿La veis en movimiento o parada? Y si se mueve, ¿lo hace rápido o lento? ¿Y si os digo que nuestra percepción, en este y otros muchos casos, se ve afectada por las emociones que sentimos? ¡Pero no nos adelantemos y centrémonos en la percepción visual!

A menudo describimos el globo ocular como una cámara fotográfica. Sin embargo, la visión no queda reducida a conseguir imágenes de objetos, sino que el cerebro es capaz de interpretar estas imágenes y aportarles un significado. Y en este último paso, en el que elaboramos una hipótesis de lo que estamos viendo, es cuando influyen nuestras emociones y motivaciones. La "Teoría del afecto como información" explica que esta influencia puede llegar a anular las características más objetivas que creemos estar viendo, produciendo los fallos en la percepción que conocemos como ilusiones.

¿Nuestra percepción varía según la emoción que sentimos? Así es. En el caso del miedo, es lógico pensar que ante una situación de amenaza es preferible percibir la localización del estímulo antes que los detalles físicos de ese estímulo, para facilitar la lucha o huida,. Por ejemplo, si al girar la esquina de la calle, tenemos la buena suerte de encontrarnos con un león, ¿nos servirá de más ayuda percibir en qué parte de la calle está o los colores y detalles de su bonito pelaje? El miedo tiene clara la respuesta.

El asco produce una sensación similar: aquellos objetos que están sucios (suscitando asco en la persona) tienden a percibirse más cerca que aquellos que están limpios. Siempre nos parecerá que está más cerca de nosotros una naranja enmohecida que una bola de papel, ambas situadas en el suelo.  Una posible explicación es que lo vemos más próximo para motivar que nos alejemos del objeto, ya que el asco funciona como una estrategia defensiva que evita que nos acerquemos a posibles agentes patógenos. ¡Pero no es lo único que varía! Nuestra percepción de los colores y de sus contrastes se ve mejorada cuando sentimos asco.

Respecto a la tristeza, el efecto es el contrario: percibimos peor los colores y sus contrastes (“vemos la vida más gris”).  Los hallazgos encontrados parecen demostrar que la tristeza influencia la percepción de los colores en el eje azul-amarillo (principalmente se percibe mejor el azul), pero no en el rojo-verde. Buscando una explicación se barajaron dos teorías: La primera de ellas nos viene a decir que estas diferencias se deben a cambios neurológicos producidos por un déficit de dopamina. La segunda, se centra más en la influencia de la emoción en nuestro comportamiento, y explica que dichas diferencias se dan por una disminución del esfuerzo, la motivación y la atención a la tarea debido a la tristeza.

El caso de la alegría es muy simple: se observan los efectos contrarios a la tristeza. ¿Fácil, verdad? Aclaremos este efecto con un estudio realizado en 2012 por Trick y colaboradores en el que analizaron la habilidad de conducir según el estado anímico. Para ello, se sirvieron de un simulador que evaluó la dirección de un vehículo (lo que se alejaba el centro del vehículo del centro de la calle) y la respuesta ante una situación de peligro mientras se conduce. Junto con el simulador había una pantalla en la que se mostró al sujeto imágenes que inducían estados anímicos positivos y negativos. En ocasiones (la mitad precedidas de una de las dos categorías de imágenes y la otra mitad no) el vehículo frena y el sujeto debe frenar rápidamente para evitar colisionar. Así demostraron que cuando sentimos alegría nos activamos en mayor cantidad para poder responder correctamente. En relación a esta influencia, una investigación de Gasper y Clore en el 2002 explica que esa reacción de activación se debe a una mejor atención selectiva (capacidad para seleccionar un estímulo en presencia de distractores) cuando sentimos alegría o, por tanto, una peor cuando sentimos emociones como la tristeza o la ira. 

¿Y qué pasa con la ira? Un estudio realizado en 2011 por Fetterman y sus colaboradores buscó la relación existente entre la ira y la tendencia a relacionarla con el color rojo. Evaluaron la relación mediante dos experimentos. En el primero se presentaban palabras a los/las participantes que debían identificar si estaban relacionadas con la ira o con la tristeza. A continuación, se les presentaba un color y debían identificar si era rojo o azul. En el segundo experimento se buscaba que diferenciasen entre rojo y azul cuando previamente se le sometía a una situación que podía ser irritante (ruido) o no irritante (silencio). Los resultados de ambos experimentos mostraron que la influencia de la ira hace que se observe el color rojo con independencia del color presentado (fuera rojo o no).

Además, la relación entre la ira y el color rojo es común en las diferentes culturas. Los autores sostienen que el hecho de que relacionemos la ira con el color rojo, hasta el punto de que influye en nuestra percepción visual, es en parte por el aumento del nivel de testosterona que se produce cuando una persona está enfadada. Esto incrementa el flujo sanguíneo, haciéndose más visible en el cuello y la cara. Como consecuencia, una persona enfadada presenta una cara enrojecida, quedando asociado este color con la emoción.    

Retomando lo que se presentaba al inicio, cuando decíamos que nuestra percepción se ve afectada por nuestras emociones, y en base a lo que sabemos ahora, te voy a invitar a hacer lo siguiente: Asómate a la ventana del sitio donde vivas o el próximo edificio que visites de más de una planta, o el siguiente día que salgas, mira desde la calle hacia la ventana. ¿Sabrías calcular la distancia que hay desde la ventana al suelo o viceversa? 

Probablemente, y según dónde vivas, sentirás algo de miedo al encontrarte a tanta altura, y tu percepción espacial se verá sobreestimada. En general, las alturas se perciben como un 60% más grandes que la realidad cuando se mira desde arriba hacia abajo y un 30% cuando se mira desde abajo.

Así pues, la próxima vez que sientas miedo, asco, tristeza, alegría, ira o cualquier otra emoción; pregúntate: ¿cómo está afectando a mi percepción?