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Lágrimas Lágrimas
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Raquel Fuertes

Han empezado a dejarse ver sin pudor. El director de Sanidad aragonés, la consejera castellanoleonesa y la presidenta madrileña. Lloran. Los periódicos y las televisiones cuentan la cara A de esta tragedia y, al fin, nos sentimos con permiso social para llorar, que a ratos es lo que necesitamos.

Me indignan las voces resabiadas de esa gente con tanto ¿aplomo? que no llora jamás. Quizás ni tiene sentimientos. En medio de esta espiral egoísta (no nos equivoquemos: la cuarentena no nos ha cambiado, seguimos siendo igual de mezquinos) en la que cada uno solo piensa en cuándo empieza su desescalada es bueno ver que aún hay personas al otro lado. De todo color político, sexo y procedencia. La humanidad no entiende de esos inventos y etiquetas que nos hemos puesto para intentar dominar a otros.

Los empáticos lo pasamos mal con estas escenas de llanto. Las voces resabiadas (e insensibles) ven postureo donde yo, inocente de mí, solo veo una expresión de dolor de una persona, no de un personaje al que he votado o votaría. Solo veo personas que gestionan situaciones que nunca pensamos que fuésemos a vivir. No me gustaría estar en su pellejo. Y me da igual que llore Ayuso o que sea Margarita Robles la que hace un discurso de reconocimiento al ejército con voz entrecortada. Me emociona ver que hay alguien detrás de esos bustos impertérritos que habitualmente pronuncian discursos, hacen anuncios y difunden datos. Siempre tengo la sensación de que quieren convencerme para comprar algo que no necesito.

Hasta que veo que también se derrumban. Que son humanos, incluso sinceros, y que no solo son vendedores de humo que intentan vender su inútil brebaje a incautos. ¿Peco de ingenua?, me reconforta ver expresiones de humanidad que otros tildarían de debilidad.

Pero ahora que solo hablamos de fases de desescalada, de bares y peluquerías (que necesito como la que más), quizás ya sea hora de que lloremos. Que nos arranquemos el dolor que hay detrás de este horror. Que no nos quedemos en la pelea de balcones entre los que aplauden y los que sacan las cacerolas. Que no veamos solo el aplauso y los bailes que celebran las buenas noticias. Y que, de una vez, seamos conscientes del peligro, de que la palabra que deslexicalizamos a diario no es otra que muerte y que podemos llorar: Por incertidumbre, por miedo o por nuestros muertos. Dejemos brotar nuestras lágrimas para volver a reír mañana.