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En una mentira En una mentira

En una mentira

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Raquel Fuertes

Una de las formas más crueles de ruptura es que tu pareja te diga que nunca te ha querido. Así, de un plumazo, convierte en una mentira lo que tu vida ha sido en los últimos diez años. O en la última semana, que también duele el amor efímero.

Entre las conversaciones intrascendentes favorecidas por el hastío de esta provisional anormalidad que tiene pinta de alargarse, de tanto en tanto surgen también momentos para la trascendencia y el otro día llegábamos a la conclusión de que creemos nuestras propias creaciones para sobrevivir. O sea, que nos creamos nuestro propio decorado emocional para deslizarnos por la vida. Y cuando alguien llega y te lo rompe es cuando toda esa escena de tu vida pasa a parecer, ficticia, ajena. Mentira.

Al margen de los episodios personales que cada uno está viviendo en este encierro también emocional (hablo en presente porque sigo con las costumbres previas a la fase 0, o sea, tengo el síndrome de la cabaña) están los episodios contextuales del mundo en el que nos ha tocado vivir. Eso que antes solo veíamos en la tele y en los periódicos y de lo que ahora nos sentimos partícipes a nada que tengamos una cuenta de Twitter.

Y ahí se me ha derrumbado el decorado. Ojo, no con los políticos actuales: de esos ya sabía que entre todos no hacemos uno y no están defraudando ni con las intervenciones parlamentarias ni con las videocomparecencias: poquita altura de miras y buscando cómo ganar ventaja en el paso siguiente cuando aún no tenemos asentado el pie en este.

¿Quién entonces? Pues el rey emérito. No es que nunca haya sido juancarlista acérrima. Me acuerdo que me dio alegría cuando lo coronaron en la tele en blanco y negro después de que se muriera un tipo que me parecía bastante antipático en el que debe de ser mi primer recuerdo televisivo. Juan Carlos venía a traer luz y democracia a este país y, ya con tele en color, con los tanques por las calles de Valencia, recuerdo vagamente su discurso firme de defensa de lo que importa: la democracia, con todas sus imperfecciones.

Decir que era un tipo campechano ya casi roza el insulto, pero ahora apenas queda resquicio para la duda en alguna de sus actuaciones y solo sé que, como país, nos ha hecho vivir en una mentira. Y eso se parece mucho a la traición.