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Quimeras 2.0

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Javier Silvestre

No seré yo el que abogue por limitar la libertad de expresión de nadie. Pero no me negarán que dan ganas de cerrarle las cuentas de Twitter a más de uno durante estos días. Porque sólo aportan mezquindad y odio. Porque mienten deliberadamente. Porque su sectarismo destruye lo que tanto nos está costando construir como sociedad. 

Podría enumerar aquí decenas de personajes que, parapetados en el anonimato pero respaldados por huestes de mercenarios a sueldo, merecen que alguien les prohiba seguir esparciendo su ciberbilis por doquier.

Al final, estos auto erigidos líderes de opinión 2.0, a los que nadie ha convalidado la carrera, no dejan de ser unos meros esperpentos que sólo se representan a sí mismos. 

El verdadero problema es cuando entran en este juego nuestros representantes a los que ‘a priori’ les otorgamos un mínimo grado de responsabilidad. Pero, ¡oh sorpresa!, nada más lejos de la realidad.

Y para colmo, las cuentas en Twitter de los partidos políticos son sumideros de la bilis más repugnante que uno se puede encontrar en Internet. 

Todas ellas se utilizan como armas de destrucción masiva, sin ningún tipo de escrúpulo. Los mismos que exigen al ciudadano que obedezca y sea civilizado en tiempos de pandemia, son capaces de desollar a navajazos al rival en las redes sin que les tiemble el pulso. 

Los que braman contra el creciente clima de odio son los mismos que abonan el terreno para que nos partamos la cara con el que no piense como nosotros.

Y, como si del propio coronavirus se tratase, esto se propaga a velocidad vertiginosa entre los internautas. Sin embargo, el verdadero problema es que la gente ya no piensa por sí misma. Nos hemos acostumbrado a que nos digan qué opinar sin cuestionarnos, ni tan siquiera, si estamos de acuerdo. Simplemente nos sumamos a lo que creemos que piensa la mayoría y nos radicalizamos. 

Nos volvemos unos hooligans de pensamiento único que no admiten ninguna crítica pero que usan la descalificación como único argumento. 

Nos informamos a través de los medios que reafirman nuestra postura, retuiteamos los comentarios de aquellos que piensan como nosotros y bloqueamos cualquier conato de desmontar nuestro posicionamiento absolutista.

Al final, tal y como les ocurre a los dirigentes carcomidos por el síndrome de Hubris, creemos saberlo todo y que la nuestra es la única verdad que existe. Pero en el fondo somos muy conscientes de que nuestros cimientos son prestados y de cartón-piedra. Y, como si de un matón de instituto se tratase, preferimos liarnos a golpes antes que admitir lo perdidos que estamos. 

Menos ciberbilis y más materia gris. Quimeras 2.0.