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Desescalada centralista

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Juan Corellano

El reparto de fases entre territorios durante la desescalada es un espectáculo sonrojante y vergonzoso del que uno no puede apartar la mirada ni por un solo instante. Como bien apuntaban muchos durante estos días, es lo más parecido a Eurovisión que existe actualmente para una audiencia que, privada de espectáculos, se conforma con este bochorno tristemente entretenido. Como en la gala musical, nadie parece tomarse el asunto muy en serio, los espectadores esperan con ansia a ver quién hace más el ridículo y siempre aparece algún candidato que se presentó solo por las risas. Que cada cual determine quién ha sido en esta ocasión Chiquilicuatre. Para sorpresa de nadie, el reparto no ha dejado satisfechas a muchas regiones. Algunos pueblos de Soria, ante la perspectiva de que un cambio a la fase 1 no les iba a suponer nada positivo, reclamaron quedarse como estaban y finalmente avanzaron en contra de su propia voluntad. Madrid tuvo un berrinche porque se tiró un ‘a ver si cuela’, y no coló. Los únicos que parecen contentos son los canarios, disfrutando eso de ir por delante de la península por primera vez en su historia. 

El caso de la capital ha sido especialmente bochornoso, una región cuyo gobierno parece estar, más que en la cero, en esa fase complicada y turbulenta llamada pubertad. Reclamando constantemente una independencia y adultez de las que se cree valedor, pero demostrando con cada acto su absoluta inmadurez. 

Su presidenta, Isabel Díaz Ayuso, también conocida como virgen de los dolores según la portada de El Mundo, ha reconocido abiertamente que reclamó entrar en la fase uno poniendo a los intereses económicos de la comunidad por delante los sanitarios. Si ya de por sí es temerario el desoír las voces expertas de la salud en un contexto normal, hacerlo como responsable de una de las regiones más afectadas del mundo durante una pandemia global es directamente negligente y kamikaze.  Aunque el centralismo emerja hasta en situaciones críticas como esta desescalada, yo, al igual que la mayoría de residentes en Madrid, comprendo perfectamente que en esta ocasión tengamos que ser los últimos. Vivir en la capital nunca fue tan marciano, así que dejamos el reunirnos con el resto del país para los encuentros tras la tercera fase.