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La epidemia de cólera de 1885 en Alcaine mató en 36 días a 78 personas e infectó a 182 (I) La epidemia de cólera de 1885 en Alcaine mató en 36 días a 78 personas e infectó a 182 (I)
El periódico de Primera Enseñanza La Unión daba cuenta el 15 de agosto de las defunciones de varios docentes

La epidemia de cólera de 1885 en Alcaine mató en 36 días a 78 personas e infectó a 182 (I)

En esta localidad, como en otras muchas de la provincia de Teruel, pocas familias quedaron libres de que ninguno de sus miembros enfermara
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POR J.M. BESPÍN

El siglo XIX en España fue un periodo de dolor, cuajado de muerte (distintas epidemias de cólera), luchas y diversas guerras (de la Independencia, guerras carlistas). Pero fueron, sin duda, las epidemias de cólera de 1865 y 1885 las que llevaron más miedo, dolor, desolación y muerte a miles de hogares. Un libro –impreso en 1887 por el Ministerio de la Gobernación y adquirido en un anticuario londinense– permite conocer un valioso resumen general de la invasión de cólera de 1885 en España1 y, en concreto, en la provincia de Teruel . 

En ese año un total de 2.247 pueblos y ciudades del país fueron invadidos por la enfermedad, causando más de ciento veinte mil muertos. Zaragoza, con 13.526 muertos, fue la provincia más castigada de España seguida de Valencia y Teruel (6.960 muertos). Así, 161 municipios, que suponen el 56% de la provincia de Teruel, fueron atacados por la epidemia. En el partido judicial de Montalbán, al que pertenecía Alcaine, 25 municipios (el 62% del total) sufrieron el azote del cólera. 

Partidos judiciales

Del resto de partidos judiciales de la provincia éste es el número de pueblos afectados en cada uno de ellos: Valderrobres (2), Teruel (21), Mora de Rubielos (15), Híjar (12), Castellote (14), Calamocha (21), Aliaga (17), Alcañiz (10) y Albarracín (24). 

El cólera morbo asiático (enfermedad infecciosa de transmisión hídrica a partir de las deyecciones de los enfermos portadores de gérmenes que contaminan las aguas y los alimentos) era endémico en diversos puntos del valle del Ganges. Desde allí se extendió a Asia y Europa siguiendo el curso de los ríos y propagado por las naves, caravanas y ejércitos que surcaban esas rutas. El cólera, al igual que las otras epidemias de peste, siempre se ha cebado principalmente entre las capas más desfavorecidas de la población. La imposibilidad de huir del foco afectado, el hacinamiento, la pobreza y la carencia de higiene hacían objetivo principal a ese sector de habitantes.

En 1883 se detectó en Egipto y llegó al puerto de Marsella y Este francés para invadir después la costa levantina y adentrarse en el resto de España con gran virulencia. En marzo de 1885 se anunciaba ya que una enfermedad sospechosa había invadido la provincia de Murcia y se extendió a Castellón y Valencia (sólo de marzo a junio cerca de 300 personas murieron en la localidad de Alcira). En el verano la enfermedad se presenta ya en Zaragoza. 

Las instrucciones que llegaban desde el gobierno y autoridades de la capital iban mostrando la gravedad de la enfermedad que les amenazaba. Si bien era cierto que muchas poblaciones no eran atacadas por el cólera, pronto se tuvo conocimiento de que había penetrado también en la provincia. Puede suponerse que las noticias que llegaban a Alcaine infundieron el lógico temor en la población ante el contagio. En los primeros días de julio se conocen invasiones y muertes en Fuentes Claras, Cuevas Labradas, Caudé, Alcañiz, Villel, Villastar, Calanda, Calamocha, Ejulve y otros pueblos de la provincia.

1.119 vecinos

En esa época Alcaine contaba con dos centenares de viviendas y una población -según el censo del año 1877- de 1.119 vecinos. Las minas de alumbre, caparrosa y carbón de piedra, los tintes de paños, un par de batanes (para el proceso final de los tejidos, principalmente mantas y paños, aprovechando la corriente de agua del río)  y otros tantos molinos harineros, la cría del ganado lanar y cabrío, la caza y pesca abundante y la agricultura con todo lo que se producía en sus fértiles huertas y campos habían hecho aumentar la población desde las 815 almas con las que contaba apenas 25 años atrás.

Aguantar rezando

Aunque es de suponer que alguna familia con medios abandonara el pueblo para dirigirse a zonas libres de peligro, la mayoría aguantó rezando para que las pocas medidas de prevención que se podían adoptar surtieran efecto y consiguieran salvar las vidas. No hace falta decir que en esos trances la religiosidad se acrecienta aún más y que la iglesia de Santa María la Mayor acogió infinidad de plegarias dirigidas por el párroco Faustino Sancho (que ejerció entre 1882 y 1886 en Alcaine) ayudado por un capellán y un sacristán. 

El Obispado de Teruel, ya el 11 de junio, dictó circulares a los curas, regentes y encargados de iglesias para hacer cuantas rogativas y ejercicios de piedad les sugiriera su celo y fervor religioso. Para estímulo de sus fieles concedió 40 días de indulgencias por la asistencia a cada uno de los actos que con ese objeto se practicaran y pidió se inculcara a los feligreses la utilidad y conveniencia de las comuniones generales para hacer propicio a Nuestro Dios y Señor.

Pasada la primera semana de julio y aprovechando el tiempo estival se celebró el matrimonio entre Vicente Tesán Muniesa y Josefa Tomás Val. De momento Alcaine se libraba de la epidemia y, a pesar del conocimiento de fallecidos en otros pueblos la vida seguía con las celebraciones programadas. Tanto es así que, cuando la invasión se produjo y comenzaron a fallecer los cuatro primeros alcaineses, aún el día 22 de julio, se celebró el matrimonio entre Pascual Albero Villarig y María Muniesa Val. No es difícil de imaginar que la celebración no sería muy alegre a pesar de la importancia del acto y es que sólo faltaba conocer que ese mismo día fallecía el quinto vecino: Gregorio Gracia Gil con apenas treinta años de vida. Ya hasta cerca de final de año no se produciría en Alcaine  ningún otro matrimonio más.

Los pueblos más próximos a Alcaine recibieron el contagio de la enfermedad en unas fechas aproximadas. Así, en Montalbán se inició el 16 de julio, el día 17 en Ariño, el 18 en Muniesa y Obón y el 19 en Oliete y Josa. Aunque en Alcaine la fecha que ofrecen los datos del Ministerio es el 21 de julio, la verdad es que el Registro Civil inscribe el primer fallecido oficialmente por cólera morbo el día 17 de julio. Se trata del joven Pedro Juan Quílez Quílez.  Bien es cierto que apenas dos días antes había fallecido diagnosticada de gastritis la joven Dolores Delgado y es que quizás entonces se dudó de calificar la causa como cólera por no despertar la alarma en la población. Pero los contagios posteriores confirmaron los peores augurios: definitivamente, el cólera había llegado a Alcaine.

Estas dos primeras muertes ocurrieron en sus domicilios de las calles Planillo y San Valero respectivamente y a ellas siguieron otras dos en la calle San Ramón y la Plaza Alta. Confirmado pues el ataque de la epidemia y siguiendo las directrices oficiales, el Ayuntamiento debió habilitar una especie de lazareto en algún edificio de la Plaza Alta porque, desde el día 21 de julio, en la certificación de todas las defunciones no consta el domicilio de las víctimas sino el de Plaza Alta, s/n. 

Como en otras poblaciones, y de acuerdo a las instrucciones de la autoridad provincial, se habilitaría ese local con las medidas preventivas indicadas. Ya meses antes La Real Academia de Medicina y Cirugía de Aragón publicó boletines explicando medidas preventivas, la naturaleza del mal, reglas de preservación, primeros auxilios al enfermo y medios de desinfección.4 

Además estas medidas fueron recogidas por los periódicos de la época así que el Alcalde y miembros del Ayuntamiento, el secretario Francisco Lorente, el Juez de Paz Manuel Candial Gascón y el sanitario Mariano Pérez tomaron las medidas oportunas: máxima higiene con los alimentos y el agua, encalado de habitaciones, alcobas y escaleras, limpieza de las calles y plazas, retirada de estercoleros dentro del pueblo que pudieran ser focos de infección y evitar la cría de animales en las casas, no beber agua del río ni efectuar allí el lavado de ropa y utensilios infectados, entre otras. Algunos municipios prohibieron también la venta ambulante de frutas y hortalizas y decidieron la supresión de ferias y romerías que se celebraban en esas fechas.