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La epidemia de cólera cesó en agosto en Alcaine quizás por la llegada de un viento frío (y II) La epidemia de cólera cesó en agosto en Alcaine quizás por la llegada de un viento frío (y II)
Única lápida que se conserva de una mujer fallecida por el cólera en Alcaine

La epidemia de cólera cesó en agosto en Alcaine quizás por la llegada de un viento frío (y II)

Cuando la enfermedad cesó hubo celebraciones en las calles y una campaña de solidaridad para distribuir fondos entre los pueblos afectados
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POR J.M. BESPÍN

A pesar de que los científicos afirmaban que aún en las epidemias graves puede salvarse entre el 50 y el 55% de los atacados y que la invasión apenas afectaba al 10% de las poblaciones que visitaba, el miedo se había apoderado de la gente, el goteo incesante de enfermos iba aumentando día a día y las noticias que llegaban de otros pueblos no eran mejores.

Alcaine, atendido por el ministrante Mariano Pérez Andreu y algún voluntario, vio muy incrementada la mortalidad en los dos meses de epidemia. En julio de 1885 fueron 39 las personas fallecidas (frente a los 11 del mismo mes del año 1884) y al mes siguiente las muertes se quintuplicaron llegando a 40 en agosto de1885 (frente a los sólo 8 del año anterior). 

El ministrante, ante la falta de médicos y cirujanos en muchos pueblos, ocupaba la plaza para realizar las tareas sanitarias. Para serlo era requisito haber servido dos o más años como practicante de cirugía en hospitales de al menos 100 camas y seis meses de cirujano dentista. El 19 de agosto de 1868 fue la primera vez  en que, al ser nombrado Alcaine partido de tercera clase por la Junta provincial de Beneficencia, el entonces alcalde Miguel Blasco convocó, a través de la Gaceta de Madrid5, una plaza titular de médico-cirujano de tercera clase dotada con 300 escudos pagaderos en trimestres, pero en muchos pueblos quedaron vacantes (ya que preferían asistir en ciudades y núcleos importantes) y tuvieron que contratar a ministrantes. Ante la falta de médicos por la expansión de la epidemia recayó en éstos hacer frente con sus conocimientos, en ocasiones con la ayuda de los farmacéuticos, al azote colérico.

Cría de animales en casa 

Dudamos de que en nuestra población se siguieran a rajatabla algunas normas, como la de no criar animales en casa, porque era habitual que la parte baja de las viviendas estuviera destinada a cuadra y se criaran en ella conejos, algún cordero y gallinas. Además las caballerías tenían allí su establo y pesebre. Quizás la limpieza diaria del estiércol y la desinfección con fumigaciones se pensó que serían suficientes. Si no había medios químicos se aconsejaban cubrir las deposiciones con absorbentes: cal, ceniza, yeso, carbón o arcilla y que fueran enterradas en pozos. Pero día a día los enfermos iban en aumento y los cuadros de ansiedad, vómitos intensos, ardor epigástrico, calambres y diarreas iban acabando con gran número de las personas invadidas.

Aunque al principio el Ministerio de Fomento ordenó solo el cierre de los colegios en los municipios afectados por el cólera, los maestros y otros sectores de la sociedad civil pedían el cierre de todos para evitar, en lo posible, la invasión. El Gobernador Civil de Teruel, Rafael San Martín de la Vara, en circular inserta en el Boletín Provincial de fecha 18 de julio de 1885 dispuso por fin la clausura de todas las escuelas de la provincia hasta nueva orden. 

Los alcaldes debían comunicar a los maestros la decisión y proceder al cierre. Desgraciadamente esta medida ya no salvó de la muerte a muchos profesores de la provincia que perecieron también afectados por el cólera. Entre otros, Pedro Aldunate maestro de Torre Las Arcas, Carmen Aguilar maestra de Oliete y la primera víctima del cólera en Alcaine… la citada Dolores Delgado Prats, la maestra de Alcaine, que falleció con veintiún años. 

A pesar de estar presente el miedo a la muerte por el cólera en todas las casas, la vida pretendía abrirse paso y sembrar algo de felicidad en los corazones. En el mes de julio fueron cinco los nacimientos en Alcaine. Los felices alumbramientos, en los primeros días de ese mes, de los niños Miguel Blasco Royo y Pedro García Nebra no hacían presagiar que la primera niña nacida el 17 de julio, Carmen María Lorente Muniesa fallecería antes de cumplir el mes de vida durante el apogeo de la epidemia. Al día siguiente una nueva vida fue alumbrada en Alcaine, de nombre Generosa Madre Luna, que evitó el contagio de la enfermedad. El siguiente nacimiento ocurrió el 27 de julio y sus padres, de las familias Quílez y Madre, le pusieron de nombre Santiago como agradecimiento y encomienda al Apóstol.

Influencia sobre el embarazo

En el mes de agosto solo aconteció el nacimiento sin vida de un bebé inmaduro. Fue el día 20 y sus padres, Agustín Morales e Isabel Lázaro, vieron truncados sus deseos. Al cólera se le ha atribuido siempre una influencia real sobre el embarazo, sobre todo en el primer y segundo trimestre, abreviando en un elevado porcentaje su duración y determinando un aborto o parto prematuro. Según tratados médicos del siglo XIX la experiencia durante otras epidemias, como en las de Francia, vino también a resaltar un hecho asombroso: el alumbramiento parecía ejercer sobre la marcha de la enfermedad una influencia favorable y se relatan casos de mujeres atacadas por el cólera de forma severa que abortaron y acabaron recuperándose milagrosamente de la enfermedad. Vencida ya la epidemia y ausente de las tierras de Alcaine, el mes de septiembre de 1885 vio nacer a una hembra y cuatro varones más.

No hubo mucha distinción por edades, en cuanto a los fallecimientos, pero el segmento que salió mejor parado fue el de edades comprendidas entre los 13 y 25 años. Al contrario, los más pequeños (de 0 a 6 años) y los de 25 a 60 años fueron los más numerosos -sin duda estos últimos, por la amplitud de la horquilla de edad- frente a sólo 7 fallecidos que superaban los 60 años.

Podemos imaginar el dolor en las familias cuando un miembro caía enfermo (y fueron 182 personas en total). Lo que comenzaba con una ligera diarrea pasaba a una fase en la que el enfermo sufría numerosísimas deposiciones –parecidas al agua de arroz– que se acompañaban de violentos vómitos, originándose una tremenda deshidratación que le provocaba intensos calambres en las pantorrillas. En la fase fatal, en la que la mortandad podía alcanzar el 60%, el pulso rápido y débil, la piel fría y azulada, la baja temperatura, la cara con los ojos hundidos y la nariz afilada eran el reflejo de que la muerte estaba rondando y el enfermo podía perecer en pocas horas.

Era obligado avisar al médico a pesar de las consecuencias que acarreaba dar conocimiento (aislamiento, posible pérdida de algunos enseres y ropa y ello la mayoría de las veces en familias pobres de solemnidad) pero era la única tabla de salvación a la que asirse. La visita del facultativo determinaría si era cólera y las medidas a tomar (en estos casos se ventilaban los espacios, se retiraban todos los muebles no precisos de la habitación, se daba aviso a la Autoridad, se ordenaba el traslado al hospital habilitado o lazareto, se desinfectaba la casa con solución fenicada –enviada por el Gobierno Civil a los pueblos que lo habían solicitado– regando o pulverizando paredes, suelos, ropas y cuantos objetos hubieran podido estar en contacto).

Los días de mayores defunciones en Alcaine fueron el miércoles 29 de julio y el lunes 3 de agosto con seis defunciones cada uno8. El 30 y 31 de julio fueron cinco los vecinos muertos. Desde el 21 de julio no hubo ningún día sin fallecimientos hasta el miércoles 12 de agosto. Se reiniciaron el día 13 (1), el 16 (1), el 18 (2), el 19 (1) y el 20 (1). Entre el 21 y el 24 no se produce ninguna muerte. El 25 de agosto se registra una, el 26 otra y el último fallecido el 30 de agosto es el bebé de 1 año Cándido Tomás Anadón Peña.

Antiguamente arrojaban todos los objetos que pudieran ser fuente de contagio y hubieran estado en contacto con el enfermo a grandes fogatas e incluso hasta los  propios cadáveres. Pero en esa fecha la instrucción enviada a todos los ayuntamientos ordenaba que los cadáveres fueran trasladados al depósito inmediatamente y enterrados a las 24 horas en sepulturas profundas hechas en el suelo y entre cal.

El trasiego de los cadáveres (en algunos días hubo 6) hasta el cementerio en El Hocino, se hacía en el denominado escaño ­­–una caja común de  madera, especie de ataúd sin tapa– que asida con unas cuerdas era llevada por cuatro vecinos por la Costera del Pueblo hasta el camposanto. Allí, en la parte con más tierra del cementerio, se depositaba en una fosa y se le cubría de cal para evitar la propagación de la epidemia.

Se desconoce si, como en Ejulve, se encendía una vela en las casas donde había un enfermo y los sepultureros avisaban con campanillas de su presencia por las calles para retirar a un fallecido. Pero de lo que sí hay constancia es que en casi todas las puertas de entrada de las casas de Alcaine (en su cara interna) se pegaban cruces hechas con la cera derretida de las velas, para así protegerse de los males y la enfermedad. Posteriormente se usaron, ya entrado el siglo XX, con la creencia de que servían para ahuyentar las brujas y las ánimas en pena del Purgatorio.

Quizás las bajas temperaturas que se sufrieron por la entrada de aire del Norte, en los últimos días de agosto, influyeron en el declive de la epidemia ya que de un día a otro la temperatura llegó a descender cerca de unos quince grados, las invasiones cesaron no registrándose nuevos enfermos y la tranquilidad comenzó a retornar a la localidad.

Es fácil suponer que al igual que en Teruel, al extinguirse la epidemia, salieron los camilleros y enterradores recorriendo las calles de la ciudad con una bandera blanca 9 (paz a los muertos, paz a los vivos) cantando jotas para celebrarlo, también en diversos pueblos de la provincia se realizó alguna rondalla para expresar el contento por superar el difícil trance que les había tocado vivir.

Con la muerte a causa de la epidemia recorriendo las casas en busca de víctimas hubo aún una anciana alcainesa, María Muniesa Franco, con domicilio en la calle de San Ramón que falleció el 23 de julio a los 78 años por causas naturales. Una parada cardio-respiratoria acabó con su vida. Fue la única persona que durante toda la epidemia pereció sin ser invadida por el cólera.

Finalizada la epidemia las misas de agradecimiento, los Te Deum, llenaron la iglesia de Santa María La Mayor en señal de gozo. Mientras, en las casas, las familias fueron asimilando su pérdida, agotando sus lágrimas y continuó el difícil día a día, el arduo trabajo, el afán de superación, en busca de la supervivencia. A través de los tiempos, la vida había ido modelando a esos seres tornándolos duros a fuerza de lucha y desgracias. Superarlas y seguir adelante ha sido siempre, a lo largo de la historia, una divisa de la gente de Alcaine.

De todos los habitantes fallecidos en Alcaine a causa del cólera tan sólo aparece actualmente en el cementerio una lápida perteneciente a la joven Constancia Burillo  -hija del olietano Manuel Burillo y la zaragozana María Albero- que estaba casada con el entonces veterinario titular de Alcaine, Pablo Bespín Garay, natural de la también turolense villa de Alloza. Es fácil imaginar que la posición económica y social en esa época de la familia, posibilitó el hecho de que pudiera tener una tumba individual y la colocación de esa lápida de recuerdo en el muro del cementerio. De todos los demás ni un solo rastro ha llegado hasta nuestros días. Deseamos pues, que sirva este artículo como recuerdo y homenaje a todos los fallecidos.

Solidaridad

Es justo señalar que a pesar de ser una epidemia que, como hemos dicho, afectó a muchos pueblos surgieron iniciativas de solidaridad que lograron reunir bastante dinero (a pesar de las penurias sufridas en esa época). Una suscripción voluntaria, que encabezó el Obispo de Teruel con 1.000 pesetas y el gobernador con 500, para atender el alivio de los pueblos más castigados en la provincia por la epidemia colérica, distribuyó a finales de septiembre las primeras ayudas: a Ejulve 250 pesetas, a Martín del Río (150), a Huesa (150), a Estercuel (150) y a Alcaine envió 150 pesetas.

Como hecho curioso añadir que, casi coincidiendo con esta epidemia de cólera, el pueblo pasó a denominarse Alcaine en lugar de Arcaine, concretamente el día 13 de julio de 1885, como así consta en la Sección 3ª del Libro de Matrimonios del Registro Civil (tomo 5, libro 19).

La Guerra Civil de 1936 nos ha privado de conocer documentos guardados en los archivos eclesiástico y municipal -que habrían posibilitado un conocimiento más preciso y profundo de esta epidemia y de otros muchos asuntos-  ya que fueron quemados por un grupo de insensatos, dejando únicamente a salvo el Registro Civil (Nacimientos, Matrimonios y Defunciones) del que hemos podido obtener -gracias a la colaboración y minuciosa búsqueda efectuada por el alcalde Cipriano Gil- los datos de las personas fallecidas en Alcaine por la epidemia.