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Jéssica Calahorro, dependienta: “Si Valdeltormo no hubiera tenido el río que tiene, no nos hubiéramos quedado” Jéssica Calahorro, dependienta: “Si Valdeltormo no hubiera tenido el río que tiene, no nos hubiéramos quedado”
Jéssica Calahorro, en su pueblo, Valdeltormo

Jéssica Calahorro, dependienta: “Si Valdeltormo no hubiera tenido el río que tiene, no nos hubiéramos quedado”

Lo dejó todo, casa, trabajo y una vida encarrilada, para asentarse en un pueblo y empezar desde cero
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Jéssica Calahorro lleva tres años viviendo en Valdeltormo. Junto con su marido, Rubén, y sus dos hijas, Gisela y Natalia, se tiró la manta a la cabeza, dejó trabajo fijo en Barcelona, se compró una vivienda en Teruel, la rehabilitó y empezó de nuevo. No cambiaría su vida actual por la anterior, según cuenta. Ha cambiado el estrés por la tranquilidad, la falta de conversación por las amistades y una casa en un pueblo grande por una en un pueblo pequeño donde tiene una huerta  junto a un río por el que sintió amor a primera vista. 

-¿Por qué decidió instalarse en Valdeltormo?

-Teníamos aquí la casa y veníamos en verano, pero cuando nos íbamos de vuelta siempre lo hacíamos con pena. Y así fue como poco a poco decidimos dar el paso de instalarnos aquí.

-¿Ambos tenían trabajo fijo?

-Sí, y en mi caso una antigüedad de 14 años.

-¿Y les costó dejarlo todo, un trabajo fijo, una casa, para dar el paso de vivir en un pueblo  y empezar de nuevo?

-Yo quería venir aquí como fuera. Al no tener aquí trabajo, decidimos coger uno de los bares del pueblo, aunque luego nos dimos cuenta de que no era lo que pensábamos.

-¿Cuánto cuesta tomar esa decisión?

-Nada, de un día para otro. El estrés que llevábamos allí, de tener que llevar a las niñas al comedor, de dejarlas de un lado a otro, de estar constantemente preocupados, en fin, todo.

-¿Qué vida era?

-Yo trabajaba 12 horas a la semana, a mis hijas casi ni las veía, las tenía que tener siempre en el comedor. Además, me tenía que buscar a una persona para que me las cuidara hasta que yo terminaba de trabajar, y mi marido, Rubén, constantemente tenía que pedir favores a los compañeros para que le cambiaran el turno para poder llegar a recoger a las niñas cuando yo no podía. Otras veces, tenía que llevar a mi niña pequeña con mi madre, que estaba a 40 kilómetros de donde nosotros vivíamos...

-Y encontraron un pueblo.

-Sí, Valdeltormo, y aquí nos dimos cuenta de que aquí para vivir no hace falta tanto, que aquí puedes tener tu huerta, los gastos no son los que teníamos en Barcelona... Así que en 2014 compramos la casa y en 2016 nos vinimos a vivir. Y luego compramos una huerta.

-¿Cómo se ve a toro pasado, tres años después?

-A veces echas de menos un poco…

-¿Se arrepiente?

-No, no, en absoluto. De lo que me arrepiento es de haberme comprado la casa allí (risas).

-¿Ha pensado alguna vez en que se precipitaron?

-No, porque imagínate ahora con lo que ha pasado con el Covid-19. Es el mejor sitio donde podíamos haber estado.

-¿Qué tiene un pueblo que no tiene una ciudad?

-A mis hijas nunca jamás las había dejado estar solas en la calle como aquí. Y eso que nosotros vivíamos en un pueblo de Barcelona, muchísimo más grande que este, aunque era un pueblo. Allí nunca salían a jugar solas, iban del colegio a casa, o al parque por la tarde, y poco más.

-¿Cuesta empezar?

-Los principios siempre son duros, lo que pasa es que me busqué uno de los trabajos más esclavos que había, que era llevar un bar, y con dos niñas pequeñas no se puede, porque lo que les gusta a los niños es ir al río, salir a jugar, etc, no estar en un bar todo el día. De todas formas, después de dejar el bar enseguida me ofrecieron trabajo.

-¿Qué es lo  más duro de vivir en un pueblo?

-No lo veo nada duro, sino todo lo contrario. Es lo mejor.

-¿Y lo de la huerta?

-Mi huerta está al lado del río, que es lo que nos gustó de Valdeltormo, que tenía río. De hecho, si no hubiera tenido río, no hubiéramos venido. Yo quería el río cerca. Cuando de jóvenes habíamos estado de camping por todos estos pueblos siempre buscábamos los que tenían río o lo tenían cerca. Veíamos que el Matarraña era un río bonito, y por donde pasa mucha agua.

-¿La huerta es como una válvula de escape?

-Me encanta plantar, recoger y preparar. Me gusta la vida de pueblo. Lo rural.

-¿Además de toda la libertad, qué mas cree que se gana de vivir en un pueblo?

-La comunicación, el contacto con la gente, poder estar más rato en la calle, estar con los amigos para hablar, tener a la gente cerca, que puedas hablar con la gente mayor y te expliquen cosas, algo que a mí me encanta. Antes estaba siempre corriendo, del trabajo a casa, a comprar, etc. 

-¿Y las niñas, cómo lo llevan, se han adaptado bien?

-No te las puedes llevar de aquí. Aquí tienen a sus amigas y lo que les gusta es estar en la calle con los niños. El pueblo es un sitio ideal para poder criar a los hijos. 

-¿Se ve siempre aquí?

-No lo sé, depende del trabajo. Si tienes trabajo, se puede vivir. Lo bueno de vivir en un sitio así es que puedes hacerte cosas en casa, conservas, membrillo, mermeladas, planteros… y lo mejor es que sales a la calle y hablas con todo el mundo. 

-¿Y a hacer todo eso ha aprendido o ya sabía?

-Eso lo he aprendido preguntando a la gente.