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Juan Corellano

Me ha contado el niño de El sexto sentido que en ocasiones no ve banderas rojigualdas. Que, contados días, cuando baja a por el pan solo ve geranios mustios en los balcones, coches apátridas y gente que se viste con ropa nada más. Pero esos días son escasos, jornadas en las que los astros se alinean, porque últimamente nuestro país anda envuelto en estandartes como si viviéramos en una película de Clint Eastwood. 

Aunque lo nuestro es demasiado hasta para el bueno de Clint, pues en las caravanas de este sábado no solo hubo Banderas de nuestros padres, también cundieron las de nuestros abuelos. Alguien ha debido dejar abierta la cerca de este corral alborotado, única explicación para que entre tanto algarabío se escaparan unos cuantos pollos, ingrediente secreto de aquellos a los que, a secas y sin aliños, la rojigualda les sabe a poco. 

La efervescencia patriotera ha llegado hasta tal punto que, con tanta gente con la bandera ondeando a sus espaldas como si de una capa se tratase, Superlópez está viviendo una crisis de identidad. Vistiendo una capa roja a secas y luciendo una combinación de colores que recuerda más a la senyera que a la rojigualda, el pobre hombre ya no ve en el espejo al Clark Kent patrio. Ni un tupido bigote que aprobaría el mismísimo José María Aznar le salva de sentirse un completo farsante. 

Pero no es el único que naufraga en sentimientos contradictorios a causa de las hileras de coches que este sábado circulaban por nuestro país. Entre vehículos de toda clase, y Mercedes Clase A, la fotoperiodista de El Confidencial Carmen Castellón captó con su objetivo un Volkswagen California. Estamos, probablemente, ante el mayor revés para la comunidad hippie desde el asesinato de John Lennon. Ríete tú de la apropiación cultural de Rosalía. 

Ya me disculparán quienes consideren poco serio que intente tomarme con algo de humor semejante clima de crispación. Corren tiempos complicados para la risa, a alguno ya no le hacen gracia ni las ocurrencias de Pepe Reina. Es curioso recordar cómo hace diez años todos le reíamos los chistes rodeados de rojo y amarillo. Tampoco podíamos sacar demasiadas enseñanzas sobre banderas de un simple Mundial de fútbol. Menos aún siendo en Sudáfrica.