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Juanjo Francisco

Manchas como naranjas se dispersaban sobre el lomo blancuzco. Era pequeña y tenía muchos pelos sobre los ojos, a modo de grandes cejas, que miraban aturdidos y por escasos segundos. Después bajaba la cabeza, esperando no sé muy bien qué.
Nunca supo de dónde había llegado ese animal a las cercanías de la casa. Apareció una mañana de comienzos del verano, mientras el viento mañanero rezumaba humedad y las nubes bajas se iban oscureciendo por momentos, aventurando una tormenta estruendosa y como deben ser las tormentas de verano: rotundas, copiosas y cortas. ¿Olió el riesgo?, ¿quiso buscar un refugio ante lo que venía y que, si no lo remediaba, la iba a pillar a campo abierto, muy abierto?, el caso es que ella se plantó ante el chaval así, de primeras, dando como lástima y esperando que el muchacho soltase el manillar de la bicicleta y tomase una decisión. Tenía miedo, como así constató el crío poco después.
Mientras el tiempo se detenía en la escena, el cielo no quiso esperar y descargó toda el agua que encerraba aquella nube negra. Las gotas le chorreaban desde esas enormes cejas peludas, las manchas naranjas del lomo blanco se oscurecieron, se agachó y siguió esperando, cabizbaja. El chico se decidió: soltó la bici y calado como estaba, se acercó, acarició esa cabeza humillada e intentó cargarla en sus brazos, lo que consiguió con absoluta destreza. Mansamente, el animal se dejó transportar hasta el porche de la vivienda.
Desde aquella mañana de tormenta, en el pórtico de un verano espléndido, como suelen ser todos los veranos cuando se tienen nueve años, aquella perra de raza inclasificable adquirió un nombre, Perla, y no se separó del dueño de la bicicleta verde, que le puso ese nombre, tal vez, en homenaje a sus libros preferidos, aquellos que hablaban de fabulosos tesoros que escondían piratas desaprensivos y valentones. 
Porque ella sí fue un tesoro vivo en aquel verano, una compañera de aventuras, entregada toda ella a aquel humano de pantalón corto. Piensa él que Perla fue feliz hasta que acabó el verano y se interrumpió, ya para siempre, la magia que crearon juntos. El adulto que fue niño ya sabe que nunca volvió a encontrar un tesoro más valioso.

 

 


cuando la vida se asentó y el chico se marchó para seguir los renglones que marcan el desarrollo de la vida, hacia la edad adulta. Nunca tuvo un tesoro igual.