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Fernando Arnau

Alguien que no ha nacido para pasar a la posteridad como deportista de élite, y que no dispone ya de tiempo para hacer méritos, sí tiene necesidad de recordar que un día, no hubo más que uno en si vida, llegó a sentir el gusanillo del éxito deportivo.
Abierto el melón, diré que cincuenta años atrás, que son dos tangos y medio, quien esto escribe fue proclamado campeón provincial de salto de altura. 
Equipado de pantalón azul y camiseta de un cierto marrón adornada con la correspondiente cruz potenzada, y unas zapatillas casi tan humildes como las esparteñas de mi padre, fui dejando atrás a mis oponentes. Tengo que reconocer sin falsa modestia que tenía aptitudes para el salto modalidad tijereta. Sólo para este tipo de salto, que realizábamos sin colchoneta la mayor parte de las veces con una caída limpia, salvo los zapatones.
La gracia está en que el último tramo de la competición se realizaba en la pista de baloncesto del polideportivo de la ciudad. A cubierto, sobre el parquet. Razón por la cual conté con un animador de excepción: Paco Silvestre.
Ahí me ví dando los últimos empujones al listón arropado por un campeón al que idolatrábamos toda la chavalada estudiantil. Un atleta del que me quedó grabado su estilo impecable, las elegantes progresiones con las que terminaba las carreras en pista.
Supongo que como casi todo se contagia, mi endeble corazón deportista tomó algo del maestro, y, aunque la disciplina era otra, aquella competición puede decirse que la rematamos a medias. 
Bueno, a mis oponentes los superé yo solo pero los centímetros de más que salté en solitario tenían el refuerzo de un atleta carismático como pocos en el Teruel de los últimos sesenta.
Tal vez crean que aquel día comenzó una trayectoria brillante. No fue así. Apenas sí hubo una satisfacción deportiva posterior derivada de mi especialidad, una actuación discretísima que fue premiada con una prolongada molestia física, enjuagada con un permiso de veinte días. Única pausa oficial durante mi servicio militar.
Pero de los días de aquella adolescencia lejos de casa, marcados por el deporte, ese fue sin duda alguna el mejor.