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Rueda el balón Rueda el balón

Rueda el balón

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Juan Corellano

Lo peor ha pasado. El miedo reinante durante meses poco a poco se disipa y, de manera inevitable, nuestra conciencia, ese incómodo ruido de fondo, se apaga. Apuntábamos hace solo unos cuantos días, y con bastante acierto, que esta crisis podría suponer un punto de inflexión para acometer muchos cambios, muchos buenos. La pandemia abrió la oportunidad de cuestionarnos muchas cosas para las que solo encontramos tiempo cuando el mundo se paró en seco. La lucha contra la crisis climática, la insostenible masificación de nuestras grandes ciudades, la desatención de nuestros servicios sanitarios… 

Entre todos esos debates, en un insignificante segundo plano, estaba también el fútbol. El balón dejó de rodar, los estadios se quedaron vacíos y la escuálida y endeble arquitectura económica del deporte rey quedó más expuesta que nunca. Sin el dinero de las retransmisiones por televisión, la taquilla y demás negocios paralelos, las astronómicas cifras de las que siempre presume el fútbol, las cuales no han parado de crecer durante los últimos años, representaban ahora una carga que ahogaba a este deporte.

Algunos ilusos vimos en estas circunstancias, sin balón de por medio, una oportunidad para que aficionados y, sobre todo, periodistas aumentasen el escrutinio e hiciesen al fútbol  preguntas pendientes: ¿ha fomentado durante años una burbuja económica que no es capaz de soportar? ¿deberían estar obligados los clubes de élite a apoyar a los más modestos y al femenino en estos tiempos difíciles? ¿por qué se sigue permitiendo que países como Arabia Saudí utilicen este deporte para limpiar internacionalmente su nombre? ¿cómo explicamos a un trabajador de un equipo afectado por un ERTE los millones que su club pretende gastar este verano en fichajes?

Pocas han sido formuladas y  ninguna contestada. El fútbol de élite, consciente de que su maquinaria funciona como un reloj suizo mientras está en movimiento y fenece cada segundo que permanece parada, ha empleado una distracción que bien podría bautizarse como la maniobra Freddie Corleone. O Michael Mercury, según gusten. Nos ha convencido a todos de que lo importante es que ‘The Show Must Go On’. Sin embargo, el mensaje subyacente parece ser otro distinto: “No preguntes sobre mis negocios”.