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José María Ridao  director adjunto del diario El País: “Corremos el riesgo de que hacer lo importante sea sustituido por hacer más” José María Ridao  director adjunto del diario El País: “Corremos el riesgo de que hacer lo importante sea sustituido por hacer más”
Imagen del director adjunto de El País, José María Ridao

José María Ridao director adjunto del diario El País: “Corremos el riesgo de que hacer lo importante sea sustituido por hacer más”

Tenía previsto presentar la revista turolense Turia en un acto que fue cancelado por el coronavirus
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José María Ridao es escritor, ensayista, periodista, diplomático y uno de los intelectuales españoles más brillantes del momento. Durante el pasado mes de marzo tenía previsto participar en la presentación del número 133-134 de la revista turolense Turia en el Goethe Institut de Madrid, pero el confinamiento obligó a cancelar el acto. 

-La pandemia malogró la presentación de Turia en Madrid, aunque el proyecto sigue adelante… Una publicación de su estilo, que ha sobrevivido cerca de 40 años, parece estar vacunada contra cualquier clase de virus, ¿no cree?

-Turia se ha convertido en una de las publicaciones culturales de referencia en España. Pero no sólo por su longevidad, que constituye una verdadera proeza, sino también, y sobre todo, por el extraordinario rigor de sus contenidos y la pluralidad que acoge en sus páginas. 

Es cierto que la pandemia ha alterado por completo los planes que teníamos para el futuro, y que será difícil rehacernos de tantas pérdidas humanas y de todo tipo. Aún así, no podemos dejarnos llevar por el desánimo ni, menos aún, por la profecías. Da igual que sean optimistas o pesimistas, porque, desde que son sólo eso, profecías, invitan a abandonarnos en brazos de un destino sobre el que parecería que no tenemos ninguna influencia. En realidad, todo depende de la determinación con la que hagamos frente a las dificultades, y la revista Turia y su director, Raúl Maicas, me parecen un ejemplo de la voluntad de retomar los proyectos en el punto exacto en el que la pandemia obligó a abandonarlos. 

- ¿Qué papel desempeña Turia hoy? ¿Cree que las revistas de crítica y de creación literaria, de lectura reposada, deben seguir teniendo cabida en estos tiempos rápidos, telemáticos y de mensajes de 140 caracteres en las redes?

-Turia es a la vez un punto de encuentro y un balance de la cultura en España. Las nuevas tecnologías parecen sugerirnos, en efecto, que estos tiempos son más rápidos o, incluso, que las distancias son más cortas. Se trata de un error de perspectiva que, en último extremo, puede acarrear graves consecuencias. A mi juicio, no es que los tiempos sean más rápidos sino que las tecnologías nos permiten hacer más cosas en menos tiempo. Y lo mismo ocurre con las distancias, que no es que sean más cortas, sino que podemos recorrerlas más rápido. 

En ese error de perspectiva es donde veo el riesgo, en que facilita que el objetivo de hacer lo importante se sustituya, simplemente, por el de hacer más.  Más, siempre más, aunque sean banalidades y tonterías, como si todo consistiera en celebrar que tenemos herramientas potentísimas que no sabemos para qué utilizar. 

- Uno de los platos fuertes del último número de Turia es el monográfico sobre Robert Walser. ¿En qué sentido cree que es apropiado poner de relevancia al autor suizo?

-La importancia de que una revista como Turia dedique un número a Robert Walser no reside en que reafirme el valor de su obra, algo que está fuera de duda, sino en que llama la atención sobre su vigencia. En estos tiempos, la publicidad se ha adueñado de la totalidad del espacio público, incluida la literatura. Y el problema de la publicidad es que acaba convirtiéndose en una especie de rueda loca, puesto que cumple tanto mejor su función cuando peor es el producto que promociona.  

Walser, lo mismo que autores como Kafka o Emily Dickinson, son por completo ajenos a cualquier forma de publicidad. Y con esto no quiero decir sólo que no se preocupan por la promoción de sus obras, algo que sería irrelevante para su valor, sino que no hacen ninguna concesión para que resulten, por así decir, promocionables. Al leer a Walser, lo mismo que al leer a Kafka o a Dickinson, tenemos la certeza de estar ante un concepto del mundo no mediatizado por nada ni por nadie, ante una mirada individual que, precisamente por ser individual, irrepetible, amplía la nuestra.  

- ¿Por qué no gozó del favor mayoritario del público, a nivel de otros autores del siglo XX que sin embargo se declararon admiradores suyos?

-No es algo que sólo le suceda a Walser, y no creo que se puedan encontrar razones definitivas ni, mucho menos, una suerte de leyes literarias que expliquen el fenómeno. Existe, eso sí, una cierta lógica en que los autores que se preocupan más por la creación de sus obras que por su recepción tarden más tiempo en llegar a los lectores. Es algo que también sucede con las obras que se salen de las pautas convencionales. Al crear su propia forma de ser leídas, no llegan tan rápido a acumular un gran número de lectores como aquéllas que avanzan por caminos conocidos. 

- Este número de Turia analiza, entre otras, su última obra, ‘La democracia intrascendente’… ¿Cuál es el objetivo del ensayo? ¿Debería la democracia legitimarse precisamente renunciando a esa obsesión por darle carácter trascendente?

-Al hablar de la intrascendencia de la democracia no quiero decir que sea irrelevante. Antes por el contrario, lo que trato de señalar es la contradicción que existe en algunos de sus principales teóricos al defender, por un lado, el principio democrático y reivindicar, por el otro, la existencia de una verdad objetiva, y, por tanto, trascendente. Si la verdad es objetiva, la disidencia no es posible, porque disentir de una verdad es precipitarse en el error. Y si la disidencia no es posible, la democracia, entonces, carece de sentido. 

La única salida, a mi juicio, es la que apuntaron los denostados sofistas, cuya tradición filosófica fue ridiculizada y vilipendiada, quedando en vía muerta. Sin embargo, los sofistas fueron los primeros en reflexionar sobre el lenguaje y sus consecuencias, y sobre la importancia capital de las instituciones representativas. No es lo mismo tratar a un extranjero encontrado a la deriva en alta mar como náufrago que como inmigrante. Como náufrago, debe ser acogido en el puerto más cercano. Como inmigrante puede ser rechazado e, incluso, abandonado a su suerte, según hemos visto tantas veces en el Mediterráneo. La verdad objetiva acerca de esa persona será la que sea, si es que es alguna. Pero lo que determinará su suerte es el lenguaje con el que se la califica y la reacción que para esa calificación hayan previsto las instituciones.

-Volviendo a la pandemia, ¿qué papel ha jugado la Covid-19 en la divulgación del conocimiento y la industrial cultural? ¿Está siendo una oportunidad para recuperar el tiempo, reflexionar sobre los asuntos filosóficos que afloran (o deberían hacerlo) durante los ‘shocks’ vitales como este, y reencontrarnos con la gran cultura? ¿O está ganando la partida el consumo rápido y desmadejado, y el ocio ligero de las plataformas de televisión?

-Me resisto a creer que el momento para reflexionar sean las situaciones excepcionales. Más bien creo lo contrario: que las situaciones excepcionales ponen a prueba las reflexiones que teníamos hechas y nuestro compromiso con ellas. Desde esta perspectiva, me parece que la moda profética a la que se han lanzado no pocos intelectuales durante la pandemia, haciendo especulaciones sin fundamento sobre cómo será el mundo después del virus, es parte del mismo espectáculo que ya existía.

Por lo demás, no estoy en contra del ocio por banal que sea. Lo que me parece aberrante es que el ocio se confunda con la cultura y que, como se ha dicho demasiadas veces durante el confinamiento, las series de televisión sean el equivalente actual de la gran literatura clásica. Las habrá, sin duda, mejores y peores, y quizá algunas sean comparables a las obras se Shakespeare, Cervantes, Proust, Kafka o el propio Walser. Por lo que a mí respecta, tal vez no haya tenido la fortuna de encontrarlas. Aunque confieso mi escasa paciencia para permanecer a la espera de no se sabe qué, episodio tras episodio, mientras me gana la desagradable sensación de que alguien está rellenando la nada con el vacío.   

- El País, del cual es adjunto a la dirección, está siendo uno de los medios de información que están liderando en España la transición a un modelo de periodismo profesional y riguroso, y de pago, a través de internet, y que durante la pandemia se ha revelado como imprescindible. ¿Ganará este modelo la partida sobre el que se basa en la gratuidad de casi todo en la red, que parece tan implantado?

-Espero que la gane porque, en realidad, la gratuidad en la red no existe. Parece gratis sólo porque exige pagar otros costes. Por ejemplo, el coste de quedar desarmados ante el engaño y la manipulación.