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Juan Corellano

Y  por fin lo conseguimos. Después de más de tres meses, España ha dicho adiós al estado de alarma y abraza con entusiasmo la libertad, relativa, que le esperaba al final del túnel. Aunque el alivio por levantar esa barrera simbólica, la que nos ha tenido constreñidos y confinados durante tantos días, uno también siente cierta confusión y desconcierto ante lo que se nos viene. Como en nuestros paseos con mascarilla, respiramos aliviados, pero no a pleno pulmón. 

Lo cierto es que, por lo vivido durante las últimas semanas, no creo que percibamos grandes cambios en nuestra vida. Más allá de la vuelta a casa para los que vivimos en otras provincias y la reapertura generalizada de establecimientos, todo seguirá igual que hasta ahora. Verás tú el susto del camarero cuando se acuerde de que su bar también tenía parte de dentro, y eso que había entre las máquinas tragaperras era un parroquiano fiel que no se ha movido de la barra en tres meses. 

Un cambio necesario que sí se va a producir es la normalización de las contradicciones en las que buceamos durante estos últimos días. Porque hemos llegado a compaginar horarios restringidos de paseo y mascarillas obligatorias con echar las tardes en las terrazas de nuestros queridos bares, que han sido una suerte de aguas internacionales en las que todo valía. 

La normalización va a ser tal, que los alemanes ebrios pronto volverán a poblar los establecimientos de Mallorca, pues nuestras fronteras, salvo la que guardamos con Portugal, ya están abiertas. Pero todos sabemos que en España se te da o no la bienvenida dependiendo de qué frontera hayas tenido que cruzar para llegar hasta aquí. Aplaudimos a lo Mr. Marshall a nuestros amigos rubios de mofletes sonrosados, pese a los recientes brotes del virus sufridos por Alemania, al tiempo que estrutinizamos a los migrantes infectados que llegan en patera a Canarias. 

Porque hay cosas que ni siquiera una pandemia puede cambiar. Este sábado, nuestros sanitarios tuvieron el tiempo necesario para salir a la calle a reivindicar mejores condiciones laborales y protestar contra los recortes en Sanidad. Esta vez no se escucharon aplausos. Supongo que ahora que ya nos dejan salir, nos vuelve a parecer muy lejos todo lo que va más allá de nuestro balcón.