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Yo también soy racista Yo también soy racista

Yo también soy racista

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Grupo Psicara

Por Alba Nicolás Agustín

Bienvenidos y bienvenidas al Rincón de la Psicología, un espacio donde las psicólogas y psicólogos de PSICARA abordamos temas y curiosidades relacionadas con la psicología. En el artículo de hoy vamos a hablar sobre racismo y por qué todas y todos tenemos comportamientos racistas.

Estamos viviendo un momento de enorme tensión a raíz del asesinato de George Floyd a manos de un policía blanco. Por desgracia, este deplorable acontecimiento sólo simboliza la punta del iceberg que el racismo lleva consigo detrás. Pocas personas defenderán un acto como el ocurrido, pero antes de llegar a esos extremos están ocurriendo a nuestro alrededor acciones que perpetúan el racismo. Todas y todos somos racistas de alguna manera y es precisamente el ser conscientes de ello el primer paso a dar para poder cambiar. 

Es evidente la respuesta que las redes sociales han dado en contra de los acontecimientos mediante manifestaciones, infinitos debates, campañas de donaciones, empleo de hashtags como #BlackLivesMatter, el apagón del #blackouttuesday o la foto de color negro en señal de protesta. Todo el mundo estará de acuerdo que lo que ha ocurrido ha sido una desgracia y que no se pueden permitir este tipo de acciones, pero ¿solo se presenta el racismo en actos como este? Por desgracia la respuesta es no, existen otras muchas formas manifestarlo, aunque de una manera menos directa y más “sutil”. Estos se denominan microracismos y se podrían observar en frases como “yo no soy racista, pero… en realidad reciben más ayudas que todos los demás”, “yo no soy racista, pero que mi hijo/hija no tenga un novio/novia inmigrante” y muchas otras más. A menudo, este tipo de frases acompañadas del “pero” enmascaran un racismo que inconscientemente está presente en nuestro pensamiento. Otros microracismos que pasan más desapercibidos son expresiones como “bajar al chino o al paqui”, “chuchumeco”, “negrito/a”, etc. Otros ejemplos de microracismo serían el presuponer que alguien por ser negro tenga que tener un tipo de trabajo normalmente muy poco cualificado o sorprenderte porque esa persona tenga estudios universitarios, cogerte el bolso cuando pasas al lado de una persona negra por la calle, quedarte mirando a una chica con velo, la preferencia en la elección de un puesto de trabajo hacia la persona blanca que tiene la misma titulación y experiencia que otra persona que sea negra, ver una situación de discriminación racial y no hacer nada… Podemos estar de acuerdo que no son las mismas acciones que, por ejemplo, escuchar a alguien gritar por la calle “negra, vete a tu país”, pero todas ellas tienen el mismo trasfondo.

Existe un sinfín de ejemplos como estos que lo único que hacen es perpetuar la no integración de las personas migrantes en la sociedad. El problema del racismo no son las leyes sino las prácticas políticas, culturales, económicas y sociales, que privan el acceso a la ciudadanía plena, manteniendo así un mecanismo de exclusión eficaz y sistemático. Pero no cualquier inmigrante sufre este tipo de discriminación, no es lo mismo la concepción que tenemos hacia un individuo que es inmigrante procedente de Alemania o de Estados Unidos que otro que procede de Marruecos, Siria, Rumanía o Colombia, ¿cierto?

El racismo lleva cientos de años existiendo y, aún a día de hoy, existen claros indicios de que este problema no se ha erradicado. Cabe plantearse entonces, ¿por qué sigue existiendo esta discriminación a día de hoy? ¿de dónde viene? Por un lado, los seres humanos manejamos el mundo social agrupando conjuntamente a las personas que parecen similares. Por otro lado, los psicólogos y psicólogas sociales consideran que el proceso que subyace a la discriminación se debe generalmente al prejuicio. Los prejuicios son evaluaciones positivas o negativas de un grupo social y de sus miembros, este constructo es complejo y multifacético y sus raíces provienen de procesos cognitivos y sociales que guían todas nuestras interacciones con los grupos. 

Con todo, ello podríamos cuestionarnos ¿qué se considera un grupo social? Sería definido como: “dos o más personas que comparten alguna característica común que es socialmente significativa para ellas o para los demás”. Las diferencias culturales hacen hincapié sobre diferentes tipos de grupos, aunque aspectos como la raza, la religión, el sexo, la edad, el estatus social y el entorno cultural son consideradas aspectos importantes que generan grandes líneas divisorias en muchas sociedades. 

Los grupos sociales existen en gran medida en los ojos de quienes los contemplan y, por ello, cualquier grupo que comparte una característica socialmente significativa puede ser blanco de perjuicio. La clasificación, por un lado, permite saber si un individuo comparte rasgos con los miembros de ese grupo y, por otro lado, hace que ignoremos información para poder centrarnos en lo “relevante” y evita el esfuerzo de tener en cuenta todos los aspectos que cada individuo posee. Esta clasificación social hace que todos los sujetos que se asocian a un grupo parezcan más similares entre sí de lo que serían si no estuvieran categorizados. De este modo, a menudo se sobreestima la uniformidad que poseen los miembros de un mismo grupo y no percibimos su diversidad.

Estos juicios emergen de forma automática y, por lo tanto, generalmente no solemos ser conscientes de ellos; aquí viene parte del problema y, a su vez, parte de la solución. El primer paso es ser consciente de que estos juicios automáticos van a estar presentes y ¡no pasa nada por ello!, actuar o no en consecuencia a ellos es lo que va a marcar la diferencia. Por otro lado, también puede ayudar informarnos de manera contrastada, cuestionarnos más la información que nos llega, interactuar con miembros de esos grupos diferentes al nuestro… No debemos olvidar que, aunque cambiar los prejuicios puede ser una tarea difícil, merece la pena.