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Sabores perdidos Sabores perdidos

Sabores perdidos

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Elena Gómez

Siempre me ha resultado curioso comprobar cómo un sabor o un aroma, algo tan simple, puede trasladarnos en un fugaz instante a tiempos remotos. De repente, volvemos a la niñez sin movernos  del sitio, esbozando una sonrisa boba, evocando un pasado que guardamos en nuestra memoria como algo mejor de lo que en realidad fue. Instantes llenos de inocencia, que quedarán grabados en la retina y no se esfumarán nunca, incluso cuando ya no recordemos lo más elemental. 

Nunca volveré a probar la trenza sobada o la empanada de la panadería de Miguel, ni los helados de la Dulce Alianza, ni las obleas del quiosco de Patro, ni los encurtidos de Tizas... El sabor de todos aquellos manjares están retenidos en mi cerebro y, si me concentro, todavía puedo sentirlos en mi paladar.

Los que he nombrado son productos que ya no volverán a nuestras vidas, porque aquellos míticos comercios ya no existen. Pero esta sensación de que nada volverá a ser como antes, en mi caso, se acentúa por las dificultades que hoy en día tengo para comer. La paulatina debilidad muscular es el principal síntoma de la AME, y aunque casi todo el mundo pone el foco en que no puedo caminar, la afectación en el resto del cuerpo suele ser más incómoda y frustrante.

La degeneración perjudica ya de una forma importante a mis mandíbulas y mi glotis. Me cuesta mucho masticar y tragar, así que poco a poco voy adaptando mi dieta y voy perdiéndome esos pequeños placeres con los que siempre disfruté tanto.

También me cuesta más tiempo terminar un plato, por lo que suelo decidir quedarme a medias cuando saborear es un acto social. Mis acompañantes me animan a que me lo tome con tranquilidad, pero es bastante agobiante. Al final, tengo la opción de disfrutar de la compañía o de la comida. Siempre elijo la primera.

Además, me tienen que dar de comer, mis brazos tampoco funcionan. Al principio lo llevaba muy mal, era una batalla perdida y me daba mucha rabia. Pero al final te haces a todo, tampoco es cuestión de morir de inanición, así que ya no me opongo si alguien quiere ayudarme.

Sí, para mí los tiempos pasados fueron mejores en muchos sentidos. Pero mientras tenga imaginación, seguiré reinventándome. Queda mucha mecha por quemar.