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La memoria de la bámbola La memoria de la bámbola

La memoria de la bámbola

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Raquel Fuertes

Llevo toda la semana con la cancioncita en la cabeza: “Para ti yo soy, para ti yo soy solamente una bámbola”. Y es que el italiano tiene eso: todo suena mucho mejor, más romanticón. Sin embargo, la historia que la trae a mi mente no es nada romántica (algunos sugieren que para sus protagonistas lo fue en algún momento, más teniendo en cuenta la fama que le precede a él) sino que tiene tintes escabrosos y alguna vertiente soez, pasando por el nepotismo y la traición. Vamos, un dislate que, según nuestro vicepresidente segundo, podría adornar yo con algunos insultos porque eso demuestra la madurez de nuestra democracia.

Vuelvo a la historia. Hace cinco años roban el móvil a una chica de 25 años (20 según Iglesias, 25 según Google). Esa chica es asesora de Pablo eurodiputado. En el móvil había información personal (como en el de cualquiera de nosotros), imágenes íntimas (como en el de algunos de nosotros) e información de Podemos y Pablo Iglesias (como en el de pocos de nosotros).

El robo no fue casual, según marcan todas las evidencias y algunas filtraciones (como la fantasía de azotar hasta sangrar a Mariló Montero) dejan en mal lugar a Iglesias (¿la misma Dina despechada?). Tras el recorrido entre lo peor de la policía este país (son pocos, pero qué mal dan) y varipintas redacciones, una copia de la tarjeta de memoria cae en manos de Iglesias hace ¿cuatro años?

Iglesias no le devuelve la tarjeta a la joven e inocente Dina. La misma que le podía asesorar en el parlamento no podría “soportar la presión” (Pablo dixit) de custodiar la información contenida en su propio móvil e Iglesias hace uso de su mayor criterio, hombría, responsabilidad y paternalismo (ironía) para decidir que él custodiaría esa información sin contárselo a su dueña.

En este punto, y desde su flamante nuevo puesto (?), ¿qué es Dina? ¿Una mujer capaz de gestionar su vida (y hasta su móvil, si me apuran)? ¿O solamente una bámbola en manos de quien está demostrando un machismo atroz (o miedo a lo que la tarjeta escondía…)? Se la devuelve, deteriorada, años después. Pero somos los periodistas quienes tenemos la culpa de todo. Y (de) las cloacas. La verdad, me quedo con las ganas de hacer uso del nuevo derecho a insultar.