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Nuestra Vaquilla Nuestra Vaquilla

Nuestra Vaquilla

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Javier Silvestre

Esta foto me encanta. No sé cuántas veces la habré publicado en redes sociales, ni a cuánta gente se la habré enseñado a lo largo de mi vida. Ahora la comparto con ustedes, aún a riesgo de que mi padre vea menoscabada su intimidad. Pero me parece necesaria porque es la tesis de mi columna de esta semana. Les explico.
Cada año, cuando se acerca La Vaquilla, aparecen detractores de cómo ha evolucionado nuestra fiesta más popular. Lo podíamos leer esta misma semana en la columna de Javier Lizaga titulada ‘La NO Vaquilla’, donde se hacía un repaso a los males que para una parte de los turolenses tiene esta celebración. Entre otras cosas criticaba el “todo vale”, la pérdida de calidad musical de las actuaciones en las peñas, la exclusión de aquellos que no tengan 20 años, la constante falta de respeto a todo, el excesivo plástico o la falta de lugares para niños.
Respetando lo que dice mi compañero y que comparte más gente, me da la sensación que lo que más ha cambiado no ha sido la Vaquilla en sí sino ellos mismo. Para su consuelo le diré que es algo que nos pasa a todos. Mi padre, que en esta foto sujetaba orgulloso a su hijo de menos de un año antes de dejarlo en casa de los abuelos para irse a exprimir las fiestas, ahora se marcha fuera de Teruel durante estos mismos días. ¿Ha cambiado la fiesta o han cambiado las circunstancias de mi padre? Seguramente ambas cosas...
Yo tampoco vivo igual la Vaquilla ahora que cuando tenía 20 años (afortunadamente para mi hígado) pero la disfruto incluso más que antes. Recuerdo llegar rebozado de vino todos los días a casa y sin camiseta (es algo que aún me pasa bastante), tener un insoportable dolor de pies pero seguir bailando hasta ver salir el sol (sigo haciéndolo los tres días grandes), ir a ver actuaciones en las peñas por lo deplorable de su puesta en escena (no se pierdan el Dúo Color el año que viene), tener bronca con algún valenciano que quería ligar con las chicas (esto también sigue pasando), disfrazarme para la merienda con las cosas más inverosímiles que hemos encontrado en casa de una amiga (cada año nos seguimos superando), colarme en los remojones de las charangas de otras peñas para conseguir beber gratis (el que esté libre de culpa…)  y correr algún toro ensogado con los invitados de fuera para ver cómo se mueren de miedo (recomendable hacerlo con precaución y sin alcohol de por medio).
Cuando el alcalde de turno grita desde el balcón del Ayuntamiento aquello de “vaquilleros, la Vaquilla es vuestra” lo hace porque esa es la grandeza de nuestra fiesta: Que todo el mundo tenga cabida y que cada uno la viva como quiera, a su ritmo, con sus pros y sus contras. No hay una única Vaquilla sino tantas como vaquilleros. 
Para mí, la Vaquilla no es sólo beber, comer, ensuciarme, quedarme sordo, aguantar a gente sin educación y quejarme por todo… Es reencontrarme con los amigos y conocidos que sólo veo una vez al año, es reír sin parar con una simple pistola de agua, es ver a mis vecinos del sexto vestidos de Isabel Pantoja y, cómo no, enfundarme en una inmaculada y planchadísima camisa blanca el lunes para salir con mis padres a la plaza del Torico a comer el regañao. Un acto social en toda regla. Porque tras años de ausencia, mi padre ha decidido que su Vaquilla ahora empieza el domingo de madrugada y acaba el lunes por la tarde. Han pasado 40 años de esta foto pero hemos conseguido que, cada uno a su forma, sigamos viviendo juntos, al menos durante unas horas, nuestra Vaquilla. Y eso no tiene precio.