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Avaricia y lujuria Avaricia y lujuria

Avaricia y lujuria

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Raquel Fuertes

Dos palabras (dos pecados) que a nadie le gustaría ver en su epitafio y que Juan Carlos I (ya no sé si es emérito, rey o, sencillamente, un granuja en horas bajas) está teniendo que ver en las precuelas de obituario en las que se está convirtiendo la información de estos días.
La decepción que empezó con la cacería de elefantes y que lo deslizó cuesta abajo no en la popularidad (término demasiado frívolo para una figura de tal calado histórico) sino en el sentimiento de los españoles y en su página de la historia está teniendo un final que nadie querría para sí.
En lugar de un rey de consenso que consiguió el milagro de la transición pacífica hacia una democracia (que fue) ejemplar será recordado como un hombre cegado por el afán de riqueza y por un descontrolado deseo sexual. Ambos pecados, capitales, muy extendidos e incluso tolerados, pero que se convierten en imperdonables para quien, al igual que la mujer del césar, tiene que ser bueno y parecerlo.  Lo pareció. Nos tenía engañados el campechano rey. Hizo cosas bien, no lo dudaremos, pero todo queda empañado por las cantidades millonarias que percibió de quién sabe quién y, sobre todo, a cambio de qué. Oculto, sin declarar. Una avaricia tax free que tal vez hubiera quedado en conocimiento de muy pocos si no hubiera sido porque falló la otra parte del pecado: la amante despechada.
Es curioso. Imaginarme a Corinna, tan fina y elegante, charlando con el otro rey, el de las cloacas, desvelándole las debilidades del amante que le hacía transferencias millonarias (me resisto a imaginar sus encuentros íntimos). ¿Se les rompió el amor (o la lujuria) o se acabó el negocio? 
Para terminar el episodio surrealista en el que JCI está convirtiendo el final de su vida solo faltaba esta forzada huida que, a pesar del resort  dominicano, nos hace rememorar la de Puigdemont en un maletero. Si cobarde nos pareció aquel, dejando atrás a sus compañeros de independencia ilegal, hoy en la cárcel, qué no vamos a pensar de este que deja atrás a su hijo. Y a un país. En las horas más bajas de España en tiempos de paz (y lo que nos espera…) solo nos faltaba una crisis institucional. Pobre Felipe VI. Pobre España. Parece que, ahora sí, llegó la hora de los “todo mal”.