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Guillermo Fuertes Esteban. Joven aficionado a la fotografía y a los toros

Las alas

El Espejo de Tinta, por José Miguel Meléndez Torán

Por José Miguel Meléndez Torán

En nuestro segundo viaje a Disneyland París, surgió el momento. 

¡Quiero vestirme de hada!, dijo la pequeña. 

¡Y yo, de pirata!, siguió el hermano mayor.

Nuestros hijos habían elegido. 

Durante su crianza, su madre y yo, habíamos hablado de romper con los modelos sexistas y de los roles de juguetes y películas, de los disfraces. Quisimos que fueran capaces de interpretar lo positivo de cada elemento del juego, para que fueran libres, sin prejuicios y sin límites.

¡Pero quiero el que tenga la varita mágica y las alas!, tenía tan clara su elección como el color del vestido. 

¡ROSA!, a voz en grito delante del mostrador lleno de disfraces.

¡Yo con sombrero, parche en el ojo, espada y pistola¡, lo tenía clarísimo, no le faltaba ningún detalle, ni complemento.

Durante las siguientes semanas interpretaron a la perfección sus papeles. La una sin volar y el otro sin atacar a nadie, con los pies en el suelo, pero con la mente abierta a su propia interpretación. 

De vez en cuando, sus papeles chocaban por el pasillo. El hada le cogía la espada al pirata y se libraba una batalla, de lo más imaginaria.

¿dónde están mis alas, mamá? – los fines de semana y las tardes con menos cargas lectivas, quería volver a ponerse su indumentaria que la transportaba a un estado mágico y soñado. 

La verdad es que la sola pregunta daba mucho juego, pero evidentemente hacía referencia a su querido complemento.

¡No encuentro la pistola!, en este caso, se quedó en la aduana del aeropuerto. Las medidas tras el 11-S impedían subir a la aeronave cualquier juguete con esa forma.

Con el tiempo, sus juguetes los fuimos donando a colegios, guarderías y familia, conforme dejaban de jugar y de acordarse de ellos. Aunque los más especiales todavía los guardamos como recuerdo de una niñez feliz e imaginativa.

Ni siquiera recordaba aquellos disfraces si no fuera por los libros de fotos que tenemos editados y que de vez en cuando solemos mirar en familia. 

No eres consciente de la importancia de aquellos regalos y de su significado real para ellos. En aquel momento, una princesa maravillosa y un pirata “malote” se paseaban por el pasillo de casa, por la escalera, en el parque o en casa de la abuela, interpretando sus papeles. 

Más de una década después. Él es un universitario, con aire “malote” con un gran corazón, que no tiene más armas que su compromiso, generosidad y amistad.

A ella, estudiante también en la Educación Secundaria Obligatoria, le ha tocado vivir estos momentos complicados del COVID-19, estudiando a 7.530,47 kilómetros de Teruel.  Ya pasaron los años de “jugar” con juguetes. Ahora no nos preguntan por sus “armas” secretas.

Estamos en un momento en el que nuestras “conversaciones” sacan a relucir parte de lo aprendido. El mayor nos plantea ante los exámenes finales:

Necesito un sitio tranquilo donde estudiar, las bibliotecas siguen con problemas de aforo y distanciamiento social, me tenéis que ayudar.

La pequeña nos escribió por sorpresa esta maravillosa carta:

 “Es gracioso porque al estar tan lejos de la gente que quieres, te das cuenta de que no piensas tanto en ellos cuando estás físicamente a su lado, pero al no poder verles piensas, y piensas, y piensas.

Esta noche me acordé de que una de las cosas que más amaba de pequeña eran unas alas de hada que tenía. 

Siempre las solía perder por mi armario, siempre. Me acuerdo que todas las semanas le preguntaría a mi madre “mamá, ¿dónde están mis alas?” Y ella siempre me ayudaba a encontrarlas pero para ella siempre fue fácil encontrarlas, no como para mí. Me resultaba tan, tan, tan difícil encontrar mis alas... Al paso del tiempo deje de usarlas… 

Pasaron semanas, meses, años y de verdad que no tengo ni idea de donde estarán... 

Luego me di cuenta de que yo siempre había llevado las alas conmigo. Las alas que mis padres me ayudaron a conseguir y si las vierais... SON ENORMES. 

Me encantan, van conmigo a todas partes y me ayudan a volar, sigo volando hacia arriba y con la mirada a 180 grados. Y lo que me ayuda a seguir volando es que estoy ansiosa de llegar a la cima de todo esto. Del tiempo, de la distancia. De las razones que me separan de mi familia ahora mismo. Todo porque sé que cuando llegue a la cima, vosotros estaréis arriba y por fin os podré dar el abrazo que tanto deseo daros desde el 26 de agosto.

Gracias por ayudarme a volar y por seguir conmigo aunque vuele sola. Os quiero más que a nada y os echo de menos”.

Con cariño, M

Unas alas, pueden ser un regalo insignificante o la herramienta fundamental para dar impulso a una vida. Las alas servirán para coger impulso y autonomía. Parece que, además ahora, nuestros hijos empiezan a reconocer la importancia de saber de dónde viene la energía para poder volar, y sobre todo, el rumbo que quieren tomar, el horizonte, la meta.  De poco les servirían unas buenas alas si están dando vueltas en círculo. 

Quisiera agradecer a quienes nos ofrecen la oportunidad de conseguir alcanzar nuestras metas, a las personas que nos guían de manera consciente o con su ejemplo, a quienes nos dan energía o nos proporcionan instrumentos con los que volar.

Reconozco que sin la participación de personas que nos roban la energía, aquellas que nos ponen pegas y obstáculos en nuestro camino, no sabríamos lo que es la superación, por lo que también son necesarias en nuestro viaje, aunque no imprescindibles y en ocasiones poco recomendables. 

Por un mundo en el que se construyan sueños reales basados en la verdad, la esperanza y la libertad de volar… si les damos las alas adecuadas.