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El Espejo de Tinta, por Francisco Herrero
Francisco Herrero

Por Francisco Herrero

Cuando recibió la primera carta, no imaginaba que su biografía podía pegar un vuelco repentino. La excitación del cambio colectivo promovido por aclamación popular ensordecía las decisiones unilaterales. El segundo aviso estaba escrito con un lenguaje ininteligible. Una de las características del moderno e inédito régimen es la confianza en las instituciones y en el liderazgo comunal. La divulgación social repite machaconamente que no existe frontera entre la administración y la ciudadanía, así que la armonía universal preside todo tipo de relación. El caso es que nada hizo presagiar que aquella comunicación enrevesada iba a tener tantas implicaciones posteriores. Lo cierto es que, al igual que ahora, carecía de una comunidad amable para comentar sobre aquel mensaje críptico para alguien poco avezado. El tercer folio, claro y conciso, está sobre la mesa.

“Distinguido/distinguida señor/señora:

Como bien conoce, en virtud del artículo 34c de la Ley Orgánica 55/01 aprobada por el Consejo Territorial debe abandonar su vivienda actual.

Visto que el artículo 45a de dicha ley le garantiza una nueva solución habitacional y que el artículo 37d establece el modo de traslado mediante un transporte tutelado, está previsto el tránsito para el día: MARTES 15 DE JUNIO A LAS 10:53

La recogida tendrá lugar en la puerta de su domicilio actual. Le confirmamos que, de acuerdo con el artículo 37f de la norma, tiene derecho a portar dos bultos que respeten las medidas regladas por el anexo I y que los objetos contenidos han de recibir la calificación afectiva neutra atendiendo a las listas del anexo III de la disposición.

Atentamente, la Dirección General del Nuevo Bien Común.”

El acceso al transporte tutelado que espera delante de casa es por la puerta trasera. Una voz metálica procedente de un altavoz camuflado a saber dónde resuena por toda la calle y le informa que ha de acomodarse en la cabina diez. La carrocería de tono oscuro da a la ocasión un carácter funesto, aunque las caras que se otean a través de las ventanillas rezuman una felicidad serena. La superficie del vehículo está compartimentada mediante mamparas móviles transparentes para formar departamentos estancos, todos ya ocupados a excepción del número diez. Las lunas de la delantera son de vidrio tintado para impedir divisar a quien dirige a la población hacia el destino desconocido.

Piensa que va a dejar detrás un entorno de miradas torvas. Desconoce que le espera una atmósfera igual de asfixiante que la que le obligan a abandonar. No importa que hayan pasado décadas desde el incidente que estigmatizó el pueblo y que lo convirtió en un espacio peligroso lleno de rencores y animadversiones. Aquello supuso el fin. La desbandada fue tan evidente que se declaró desierto el lugar. Sin embargo, una pequeña resistencia contraria al cambio y dispuesta a perpetuar los desafíos se atrincheró en sus posesiones de siempre. El campesinado tecnificado subsistió y prolongó la agonía hasta este mismo momento.

Mira la carta desde el quicio de la puerta. Ahí permanecerá la misiva hasta quién sabe cuando. Solo la presencia del papel le perturba, percibe una intimidación conminatoria que no había notado en ningún instante de su vida sin sustancia. A un lado, advierte el apremio del transporte tutelado; al otro, se huele el mensaje desafiante del certificado. La inquina de su comunidad ha sido más llevadera que el desprecio que desprenden las indiferentes frases reglamentarias del documento y el amenazador transporte tutelado. El desasosiego le vence y, por primera vez, siente que ha perdido el control de una situación que le arroja en las manos de un orden que ahora se le aparenta nocivo.

A más de cien kilómetros queda su nuevo hogar. Él todavía no lo sabe, pero le han preparado una unidad habitacional individual del tamaño legal estandarizado en el pequeño edificio construido para realojar a él y a su vecindario actual, esa gente que ya espera en el transporte tutelado. El bloque está aislado, como todos los que lo rodean. Ideado como una solución rápida prefabricada, toma como modelos la vieja arquitectura comunista y las técnicas especulativas de los complejos residenciales que tan de moda estuvieron décadas atrás y que hoy son la ostentosa morada de las elites discretas. Árboles recién trasplantados de una variedad típica del clima monzónico, de crecimiento rápido y gran porte, rodean las fincas. La ausencia de cercas se suplirá con un bosque frondoso en poco tiempo, tal y como separó un día el tapón de Darién a la América del Norte de la del Sur.

En su mente solo hay una oración: “Haced de mí lo que os plazca; sea lo que sea lo que hagáis de mí, os lo agradezco; gracias por todo; estoy dispuesto a todo; lo acepto todo; os doy gracias por todo, con tal que vuestra voluntad se haga en mí”. Desconoce la procedencia de esas palabras que elevan el abandono hasta el extremo de la santidad, pero le reconfortan. Su existencia se ha basado siempre en la resignación, así que ahora no va a ser distinto. Toma las dos maletas, gira noventa grados y da un paso al frente dejando abierto de par en par el centenario portón de madera maciza. Todo da igual.

Toma asiento y se cierra el habitáculo unipersonal. No hay vuelta atrás. Una voz celestial le da la bienvenida y le invita a disfrutar de un viaje que durará una hora y treinta y cuatro minutos. Se agarra fuerte a los reposabrazos y baja los párpados. Al levantarlos repara en que ha aparecido una pantalla que muestra un arte abstracto. Un etéreo gas inodoro surge de la parte inferior de la butaca y el gesto le muda hacia una felicidad serena.