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Pépinot y Mathieu Pépinot y Mathieu

Pépinot y Mathieu

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Nuria Andrés

En 1949 en Europa se pasaba hambre. Pero había esperanzas. El pequeño Pépinot, por ejemplo, esperaba que sus padres le fueran a recoger el sábado. Eran sus ojos chispeantes los que se hundían en las falsas promesas de ver pasar los autobuses y que ninguno fuera a salvarle de la soledad del orfanato de Fond de l’Etang. Ser huérfano es muy duro y sentirse huérfano de estado también lo es.

Teruel también se ha hundido en falsas promesas de que vendrían tiempos mejores. La realidad es que son tantos los buses que ha perdido, que ahora sólo tiene uno al día para viajar a Madrid. A las 6:30 de la mañana. Esa hora siempre me ha parecido temprana hasta para irme a casa una noche de fiesta. Imagínense para iniciar una travesía por la España profunda a paso de tortuga. 

Los campos que custodia el viento y los pueblos de puertas cerradas hacen a una darse cuenta de que no hace falta viajar a Macondo para sentir cien años de soledad. Y en Teruel también esperamos cada sábado, cada año o cada legislatura para que nuestro optimismo, ya bañado por el frío del olvido, cale en los huesos de aquellos que ordenan desde Madrid.

Los padres de Pépinot nunca llegaron. Pero sí Mathieu, quien, a través de la música, desveló las maravillas que escondían Pépinot y los niños del orfanato. En Teruel también tuvimos nuestro propio Mathieu. Ese que advertía: “Ya sé que el camino es duro, ya sé que el camino es largo”, porque desde la tierra de Buñuel, todo es un poco más arduo, todo un poco más tardío. Nuestro Mathieu fue Joaquín Carbonell, quien llevó a los escenarios de ciudades con metro y calles saturadas, versos de nuestro cielo maternal y del nevado desierto turolense. La voz de Carbonell no sólo fue poesía para el placer del oído, sino también una denuncia a los de arriba de lo duro que es que por nuestras calles haya más funerales que bautizos.

Pépinot jamás olvidaría el día que Mathieu fue despedido, pues ese día también era sábado. Los niños del orfanato se despidieron de él con aviones de papel y Mathieu, aunque hubiese preferido un abrazo, recogía emocionado sus palabras de afecto. Miles fueron también los mensajes de admiración que mandamos a Carbonell los turolenses por no haber podido decírselos en persona. Y ese día también era sábado.