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El reflejo de nada El reflejo de nada

El reflejo de nada

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Javier Silvestre

No. Yo no soy como ellos. Ni tan siquiera la gente que me rodea tiene nada que ver con su forma de actuar. Es más, considero que no son un reflejo de la sociedad, sino más bien un producto del sistema caciquista que ellos mismos se han encargado de montar durante años. Por eso, cuando critico en mis columnas de opinión a los políticos y alguien me recita ese mantra de “tenemos lo que nos merecemos”, tengo que morderme la lengua hasta hacerme daño. Hay algunas profesiones que son predominantemente vocacionales: el personal sanitario, los artistas, los bomberos, los policías, los profesores, los periodistas y los políticos (de base). Todos estos profesionales se mueven por unos mismos principios un tanto utópicos pero encomiables: quieren ayudar al prójimo, desean hacer un mundo mejor y anteponen su trabajo a cualquier otra cosa, incluyendo el dinero, la familia y las relaciones personales. Y aunque todas las profesiones tienen sus sombras, la profesionalización de la política supera todas las expectativas imaginables en cuanto a ponzoña se refiere. Fue Aristóteles el que postuló que la naturaleza del hombre era ser un "animal político". Entendía la Política como la forma de organizar a las sociedades agrupándolas en territorios (polis). Y aunque no fue el primero en hablar de Democracia (el poder en manos de muchos), sí que acuñó el concepto de politeia: un gobierno mixto entre democracia y aristocracia (unos pocos, pero los más virtuosos).

Al filósofo griego hoy le habrían lapidado públicamente porque en su concepto de "virtuosos" no tenían cabida ni las clases bajas, ni las mujeres, ni los niños, ni los “mecánicos asalariados”. Así que nadie repararía en lo más importante que debe tener un político según Aristóteles: la ética de las virtudes, por la que cada ser humano tiende, por naturaleza, a buscar el bien y hacerlo extensible al resto de la humanidad. Es el eudemonismo, un concepto que 24 siglos después sigue de máxima actualidad pero para mal.

Porque a la política de 2020 le queda poco de ética y menos aún de vocacional. Más allá de los alcaldes/concejales de pueblos -que trabajan gratis- o salvadas excepciones de diputados de la vieja escuela -movidos aún por ideales-, resulta que muchos de los que nos gobiernan se han metido en política porque no valen para nada más. Así de crudo y así de cierto.

Esto es más palpable aún en pequeños municipios donde nos conocemos todos y sabemos quién está en política por vocación y quien está por supervivencia. Y aunque muchos acaben engrosando listas y parasitando cargos de todos los partidos, hay que reconocerles un mínimo de inteligencia. Porque para destacar en política hay que saber moverse por las ciénagas de los partidos, dejar cadáveres en los maleteros y deber favores a diestro y siniestro. Con lo que la conclusión sobre en manos de quién estamos es clara y descorazonadora. Mi utopía pasa por profesionalizar la política, al menos, desde el conocimiento. Que nadie pueda cobrar siendo cargo público sin haber aprobado la carrera de ciencias políticas (gratuita para todo aquel ciudadano que quiera cursarla). No pido que sean cultos, me conformo con que tengan un mínimo de conocimiento… Nos quitaríamos de un plumazo a un alto porcentaje de indocumentados y vagos a los que les cedemos, obligados por el sistema, el timón de nuestras vidas. 

Porque me niego a admitir que los políticos sean el reflejo de nada. Porque la mayoría no lo son.