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Dieciocho artistas reflexionan sobre los precios de vivir en nuestra sociedad Dieciocho artistas reflexionan sobre los precios de vivir en nuestra sociedad
Pepe Gimeno elabora un cartel basado en el lema de ‘Teruel existe’

Dieciocho artistas reflexionan sobre los precios de vivir en nuestra sociedad

‘El Grito’ es una muestra colectiva que puede verse en Bellas Artes y el Vicerrectorado de Teruel
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Dieciocho artistas, entre estudiantes, profesores y artistas independientes vinculados al grado de Bellas Artes de Teruel y la Universidad Politécnica de Valencia, han reinterpretado la filosofía crítica desde el ámbito de la creación que subyace en El grito de Munch para proponer una exposición colectiva que, con ese mismo título, reúne en Teruel una heterogénea serie de piezas que reflexionan sobre las agresiones que la naturaleza o el ser humano sufre por parte de la sociedad contemporánea.

La muestra, que fue inaugurada el 16 de octubre, está dividida en dos espacios, la sala de exposiciones de Bellas Artes en Teruel, que permanecerá abierta hasta este viernes, 30 de octubre, y la sala del Vicerrectorado de la Facultad de CC. SS. y HH., donde el plazo se alargará hasta el 13 noviembre. Está comisariada por la turolense Irene Covaleda y el valenciano Martillopis, que también aportan sendas obras, y surgió como continuación de una primera exposición que tuvo lugar con anterioridad en Alboraya, abriéndose a estudiantes de Bellas Artes en Teruel. La organiza el campus universitario de Teruel y la Universidad Politécnica de Valencia, con la financiación de la Fundación Antonio Gargallo. 

Cerca de veinte piezas

Entre las piezas que pueden verse en el Edificio de Bellas Artes de Teruel, Made in Martillopis –Josep Lluís Martillopis– propone una pieza tautológica basada en el concepto acuñado por Joseph Kosuth sobre el arte que habla del arte. En su caso presenta una cómoda antigua bajo una fotografía de la propia cómoda, y el propio mueble representa la vejez, el abandono, el recuerdo de la memoria que se deteriora y se aboca hacia su final inexorable. 

Otro punto de vista acerca la de memoria lo aporta Claudia García de Mateos, que presenta tres fotografías en color sobreescritas a mano. Son espacios que representan lugares de la infancia de la autora, y al escribir de puño y letra sobre ellas realiza un alegato hacia lo más tradicional, la propia escritura, de manera que revitaliza y actualiza esa memoria. La autora llama la atención sobre la necesidad de regresar a esos paisajes primigenios del ser humano mirándolos desde una perspectiva –la escritura manual–, alejados de la cultura productiva contemporánea. 

Por su parte Inés Regaña realiza una instalación de ladrillo que habla sobre la insostenibilidad de las actuales ciudades, cada vez más grandes y alejadas de las necesidades reales de quienes las habitan. Esos muros ya no dan cobijo sino que más bien representan una barrera infranqueable, al estilo de las que proponía Carl André, que aisla y oprime a quienes viven en ellas sin posibilidad de elegir lo contrario. 

Than Casany propone una instalación posminimalista formada por 16 bolsas de plástico iguales, llenas de aire tomado en emplazamientos rurales, a las que ha colocado una etiqueta y un precio. Es una reflexión, no carente de ironía, sobre el precio que podríamos llegar a pagar por respirar aire no contaminado, si este llegara a venderse en las grandes superficies o en Amazon.

Pepe Gimeno, artista que se mueve entre la creación y el diseño gráfico, presenta una reinterpretación del eslogan Teruel Existe como Teruel Insiste, con el que hace un alegato a que Teruel no solo siga existiendo sino que haga alarde de ello, como si de una especie de bastión en defensa se tratara. 

Por su parte Cristina M. Lizama habla del encaje en la sociedad, a través de una mesa con unos contenedores de cristal de diferentes formas y tamaño. Reivindica la necesidad de salirse de los corsés en los que la sociedad, como grupo, encajona a cada cuál, según lo que se espera de la persona en función de su condición, y de la paradoja que se produce cuando es ser humano reivindica su libertad al mismo tiempo que se esfuerza por adaptarse y encajar en el contenedor que la sociedad ha reservado para él. Un pequeño motor hace que la mesa vibre, transmitiendo la sensación de que la estabilidad de la superestructura es solo aparente, y que es cuestión de tiempo que todo salte, se desmorone y acabe hecho añicos. 

Un discurso similar realiza Luis Utrillas, que presenta dos piezas relacionadas. Es una taza de water y una silla con una especie de prótesis añadidas en los laterales, para que resulten cómodas a personas de un tamaño mayor a lo habitual. Reflexiona sobre el dolor que causa el sentimiento de no encajar en un mundo diseñado para tallas medianas, estándar, convencionales, o como quiera denominarse, y reivindica un cuerpo social más abierto y previsor hacia la diferencia. 

La profesora Gema Hoyas presenta una obra protagonizada por manos llenas de pedazos de Teruel, una invitación a conocer el territorio y aprehenderlo. Recortadas y colocadas formando un círculo evocan a La danza de Matisse, como unas manos que abrazan, acogen y acarician en tiempos de crisis y de dudas. 

También utiliza un tema turolense Jaume Chornet, que aunque suele trabajar más el volumen, en este caso presenta una fotografía de estudio con un jamón completamente desguazado y mal aprovechado. Representa la degradación y la malogración de valores importantes y de elementos cuya existencia está infravalorada. 

Elena Martí centra esa degradación y la concreta con una pieza en la que un cuadro de tela, que representa lo que podría ser un paisaje rural de cultivos o de vegetación silvestre, aparece roto por una estructura metálica que recuerda a la malla empleada en los encofrados de hormigón, como una denuncia hacia la voracidad de algunas infraestructuras, que devoran paisajes al mismo tiempo que aislan o arrinconan otros. 

Fan Jiang también evoca parte del pasado o de la memoria, aunque en forma de heridas, permanentemente abiertas o sin cicatrizar, que en su instalación cuelgan de unas perchas como si formaran parte de nuestro vestuario habitual, que consiste en parte en renunciar a los orígenes en un eterno proceso de adaptación.

 Y en la entrada de ese edificio de Bellas Artes puede verse una doble instalación de vídeo de Silvia Ariño. Uno  muestra la secuencia de una máquina de feria en la que la gente se divierte, y en la otra un grupo de personas que aguardan en la cola para montar en esa máquina. Las dos imágenes se confrontan en un discurso en el que la turolense llama la atención sobre el hecho de que el vídeo de la cola, el que aparentemente es más anodino, resulta más interesante y revelador, en lo que representa un análisis del comportamiento humano que tiene que ver con las espectativas, los preparativos y los tiempos de espera. 

La sala de Vicerrectorado

El resto de las piezas pueden verse en la sala de exposiciones del Vicerrectorado, y permanecerán allí unos días más que las demás, hasta el 13 de noviembre. 

Álvaro Salcedo expone su perspectiva ecologista con una crítica hacia la sobreexplotación del territorio aragonés a través de las granjas porcinas, con una instalación sobre la que realizó una performance durante la inauguración de la muestra, el 16 de octubre, que critica la actividad cortoplacista y casi suicida que domina la sociedad de la economía. 

Por su parte Miguel Molina-Alarcón, catedrático de la UPV, propone una pieza muy diferente a su línea habitual, que tiene que ver más con la escultura, y que hace referencia a la propia cartela de la obra. Sobre la pared se lee Zona Temporalmente Percibida, con letras que recuerdan a los carteles de peligro, llamando la atención sobre el hecho de que un territorio que acapara cierto protagonismo, como podría ser Teruel, puede dejar de hacerlo en cualquier momento. 

Irene Covaleda, que es una de las comisarias de la exposición, presenta una obra derivada de la que ya se vio en El grito de Alboraya, compuesta por 40 troncos de árbol que hablaban sobre la devastación de la naturaleza desbocada. En este caso recupera algunos fragmentos de madera para hablar de lo contrario, de la obstinación de la naturaleza por crear vida allí donde se dan las mínimas condiciones posibles, en una de las visiones más optimistas que se ofrecen en la colectiva. 

Carla M. Grifo también hecha mano de la videoproyección confrontando en un audiovisual las visiones de la ciudad y del campo, de calles asfaltadas, ruidosas y estresantes ante la tierra en silencio y sosegada. No plantea tanto una crítica a una u otra, sino la obligación por parte del espectador a tomar partido. 

Pep Sales habla en su obra de masculinidades tóxicas, con una irónica pieza compuesta por nueve retratos de líderes y mandatarios masculinos a quienes hace responsables de la asfixia del planeta. En el collage aparecen marcados con elementos en color rojo sangre, ridiculizándolos y victimizándolos ante la evidencia de que la degradación que ocasionan también les salpicará a ellos. 

Por último, la pareja artística asturiana que firma como Arze & DelaCage también tira de ironía, construyendo un paisaje marciano y atribuyéndolo al territorio de Teruel, como el colmo de la devastación y el abandono. De algún modo vaticinan un futuro en el que será necesario viajar fuera de nuestro planeta para reencontrarnos con lo que un día fue un idea de vida humana, algo que mínimamente recuerde al mundo rural.  

La exposición, que ha tenido durante esta quincena un buen número de visitas, según la comisaria Irene Covaleda, editará un catálogo de la misma durante los próximos días. Además se cerrará con una conferencia que ofrecerá la turolense sobre El grito de Munch y sobre cómo los artistas participantes en esta muestra han abordado cada una de sus perspectivas. Aunque está todavía por confirmar, esa charla podría tener lugar el próximo 12 de noviembre en la sala de proyecciones del Edificio de Bellas Artes de Teruel, a partir de las 18 horas.