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La turba La turba
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Javier Silvestre

Todos somos una masa. Tirando del latín, un amontonamiento de personas. Así de crudo. Cuando nos juntamos en un espacio abierto dejamos de ser individuos con un comportamiento predecible y pasamos a ser una muchedumbre que se convierte en una turba. En función de su comportamiento hay varias clases de turbas: agresiva, adquisitiva, gozosa y evasiva. Todas tienen en común que la muchedumbre actúa de forma irracional imitando lo que hacen unos pocos. La psicología de masas lo tiene perfectamente estudiado y sabe lo fácil que es transformar una protesta pacífica en lo que hemos visto en las calles de algunas ciudades españolas este fin de semana.
Es lo que vimos en Estados Unidos durante semanas con los disturbios por el asesinato de George Floyd a manos de la policía. Lo que parecía un movimiento espontáneo como respuesta a los abusos policiales era una campaña de marketing orquestada en las redes sociales desde hacía tiempo. Una protesta legítima que acababa con una turba agresiva saqueando y destrozando todo lo que se les ponía por delante. Una guerra de masas para enfrentar al individuo.
De hecho, no es nada extraño que se infiltren violentos en algunas grandes manifestaciones para deslegitimar la protesta en sí. Por muy loable que sea aquello que reclame la masa, si desemboca en una turba violenta, las reivindicaciones serán cuestionadas automáticamente por la mayoría de la sociedad y fracasarán. 
No lo digo yo, lo dice la politóloga de Harvard Erica Chenoweth, que ha analizado todas las protestas contra dictaduras que ha habido en el mundo desde 1900 hasta nuestros días. Y ha llegado a la conclusión que las turbas agresivas tienen la mitad de posibilidad de éxito que aquellas en las que no se usa la violencia. Es un análisis interesante pero difícil de trasladar a nuestra sociedad, donde la libertad y la democracia son sus pilares básicos. 
Aletargados en nuestro inquebrantable estado del bienestar permitimos algunas “fallas del Sistema”, porque es un precio que estamos dispuestos a pagar a cambio mantener nuestra tranquilidad. En tiempos de bonanza toleramos cierto grado de corrupción institucional, de incompetencia generalizada y, si me apuran, incluso de violencia focalizada en grupúsculos radicales. Pero cuando millones de personas ven desmoronarse este castillo de naipes en el que han edificado sus vidas, aparece una sensación de inseguridad que pocos han experimentado antes.
Y se asustan. Y tienen miedo. Y se someten. Y se convierten en otra clase de turba, la evasiva, la que huye de una realidad que no quieren asumir. Algo que aprovechan los ingenieros sociales para moldear a una masa de individuos que han dejado de pensar por sí mismos para pasar a reaccionar por el instinto de supervivencia. Son conceptos que los amantes de las psicología de masas y la geopolítica conocen bien. Y que pueden resultar extraños pero están a la orden del día.
Nuestra sociedad es el resultado de lo que otros nos permiten ser. Lo disfrazan de libertad. Pero la verdadera guerra que libra el mundo hoy por hoy es por control de masas. 
Y llegan tiempos en que nos daremos cuenta que hemos dejado de ser individuos para formar parte de una turba. Quién ganará esta guerra no lo sé, pero me temo que incluso eso está decidido ya.