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Espectáculo electo

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Juan Corellano

Este fin de semana se puso el cierre a las alborotadas e interminables elecciones presidenciales de Estados Unidos. Joe Biden se alzó finalmente como nuevo inquilino de la Casa Blanca, desbancando al polémico polemista Donald Trump del trono que había ocupado durante los últimos cuatro años. 

Así se puso un broche que, no obstante, parece más un punto y aparte que uno final y conclusivo, pues a este párrafo de la democracia norteamericana todavía le quedan unas cuantas líneas por escribir. Sabe dios, nunca mejor dicho, que el bueno de Trump es la viva definición de morir matando y, como el Caballero Negro de los Monty Phyton, bregará sin brazos ni piernas si es menester. 

La única garantía que tenemos ahora mismo es que Antonio Ferreras por fin podrá dormir las ocho horas reglamentarias que todo ser humano necesita para serlo. Porque ese hombre es el MacGyver de las retransmisiones en directo. Dale un palo, una goma del pelo y dos clips y tiene para tirar millas 15 horas o las que hagan falta, da igual que el tema a tratar sea Eurovisión o los Juegos Olímpicos de Invierno. 

Más allá del manido cachondeo con Ferreras, sus coberturas resultan un vívido reflejo de la inherente magnificación que sufre todo gran evento procedente de los Estados Unidos. Resulta llamativo ver cómo las elecciones norteamericanas llegan a despertar más seguimiento mediático y atención social que algunas votaciones patrias. 

Y es que los yankees son expertos en convertir cualquier disputa con un mínimo de interés en una elefantiásica batalla entre el bien y el mal, favorecidos por un sistema electoral proclive a la incertidumbre y las remontadas de última hora. Ahí nos quedamos el resto del mundo, esperando a ver si el Indiana Jones de turno consigue recuperar el sombrero a tiempo o le amputan el brazo de cuajo. Tensos por ver cómo acaba la carrera electoral por Pennsylvania, incapaces de colocar a Cuenca en el mapa. 

Esa es la narrativa que el resto del mundo nos comemos con patatas cada cuatro años, sobredimensionando la importancia de un país que dejó de ser el solitario dueño del mundo hace años. La misma que también se aplica a todo tipo de deportes y espectáculos. El más reciente ejemplo de la americanización de todo lo que nos rodea.