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Manuel Martínez Forega, poeta y traductor: “Una obra impresa, si reúne las condiciones necesarias, no caduca jamás” Manuel Martínez Forega, poeta y traductor: “Una obra impresa, si reúne las condiciones necesarias, no caduca jamás”
Imagen del poeta Manuel Martínez Forega, molinés de nacimiento, zaragozano de adopción y alcañizano por amor. Juan Indio Moro

Manuel Martínez Forega, poeta y traductor: “Una obra impresa, si reúne las condiciones necesarias, no caduca jamás”

Acaba de editar ‘El viaje exterior IV’ con ensayos literarios escritos entre 2005 y 2018
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Manuel Martínez Forega es autor de más de 40 títulos entre poemarios (Cuerpo de la edad, Ocho poemas de deseo, labios, En la solidez del Aire o Luz, más luz, entre otros muchos), además de traducciones de poetas checos (Vladimir Holan, Josef Kostohryz o Frantisek Halas) y de textos dramáticos de Moliere; ensayos (Ángel Guinda: pus esplendoroso del cielo, Memoria y recuerdo en el poema Espacio de Juan Ramón Jimenez), fundador de Lola Editorial y autor de infinidad de artículos de prensa de crítica literaria. Estos últimos están recopilados en la serie de libros El Viaje Exterior, cuyo cuarto volumen acaba de publicar, en una obra con la que regresa al sello Pregunta Ediciones. Se trata de una firma aragonesa independiente que reúne autores universales como Rilke, Cervantes, Kafka o Larra junto a otros aragoneses como Ana Muñoz, Pepe Verón, Miguel Mena, Antón Castro o el propio Forega, con el que ya publicó Litiasis (2014) y la traducción de Los poetas malditos de Verlaine y Vidrieras de Tailhade hace dos años.

-Nació en Molina de Aragón en 1952, ha residido buena parte de tu vida en Zaragoza pero estás estrechamente vinculado a Alcañiz… ¿ha superado ya las limitaciones geográficas que tenemos las personas, o todavía necesitas sentir ese útero materno arraigado a la tierra? ¿Dónde se localiza, si existe?

-En efecto, nací en Molina de Aragón. Mi familia se trasladó a Daroca primero y a Zaragoza después; de Daroca guardo muy nítidos recuerdos. A Zaragoza llegué con seis años y allí fijó mi familia su residencia definitiva; Zaragoza es, por tanto, mi ciudad y Aragón es, por así decirlo, mi país. Además, viví un año en Lérida y en Jersey (Channel Islands); desde 1983 a 1992, residí en Praga durante largos períodos, así que no tengo, creo yo, una especial raigambre por un territorio determinado. Sin embargo, pese a abandonar Molina tan niño, nunca dejé de volver: desde las primeras, todas las vacaciones escolares durante el bachillerato (verano, Navidades y Semana Santa) las disfrutaba en Molina; entre pitos y flautas, cuatro meses al año los pasaba allí y, de hecho, buena parte de mis amigos de la infancia y de la adolescencia son molineses. Es verdad que el hombre guarda siempre en su interior un nexo con la naturaleza a veces inconsciente y otras veces, aun siendo consciente, no confesado. Esa naturaleza está íntimamente ligada a un paisaje, a un entorno de periódico reencuentro personal con la felicidad que ese paisaje representa. A mí no me ha resultado nunca inconveniente –sino todo lo contrario— revelar que ese paisaje no especulativo, sino sentido y vivido a la manera de Lucrecio o de Virgilio, es el paisaje de Molina de Aragón y su Comarca. Estoy plenamente convencido de ello. Rilke y Pessoa tienen razón: la verdadera patria es la infancia. 

-¿Qué vínculo le unió entonces a Alcañiz?

-Tengo la fortuna de estar casado con una persona que, además de otras hermosas virtudes, es una excelente y prestigiosa poeta; esa persona se llama Inés Ramón (Un esqueleto cóncavo, Hallarse en la caída). Inés vivía en Alcañiz cuando una tarde escuché sus versos en una lectura poética programada en Zaragoza. Desde ese día me interesé en dar con ella y con sus poemas, circunstancia que me llevó indefectiblemente a Alcañiz. Lo que comenzó con un objetivo literario (y lo fue, y fue cumplido) terminó adquiriendo inopinadamente la fisonomía del amor. Durante cinco años estuve viviendo entre Zaragoza y Alcañiz, donde guardo estupendos amigos que, a su vez, lo eran de Inés. Ahora ya llevamos viviendo dos años en Zaragoza. 

-El primer volumen de ‘El Viaje exterior’ fue editado por Lola Editorial en 2004… ¿Este cuarto volumen pone fin a la serie, o todavía restan nuevas entregas?

-En 2004 y 2005 aparecieron en Lola Editorial los tres primeros volúmenes de El viaje exterior. Ensayos censores, que recogía trabajos escritos entre 1979 y 2003. No se trata de una reedición, sino de un volumen nuevo, el IV, y queda un volumen V que por razones editoriales aparecerá más adelante. Reúne una amplia selección de breves ensayos literarios escritos desde 2005 hasta 2018. El volumen V acopia, igualmente, textos de este último período. 

-¿Por qué utiliza la fórmula ‘Ensayos Censores’ en en subtítulo?

-El subtítulo Ensayos censores tiene quizá, y dicho así, de pronto, un sentido más grave del que pretende su implícita ironía y su moderado tono provocador en un contexto en el que se elaboran plantillas exegéticas capaces de adaptarse a un género o incluso a varios y se aplican a cualquier variante, lo mismo a un roto que a un descosido. En seguida se asocia censor con una carga moral o arbitraria al servicio de un pensamiento excluyente (el Index librorum prohibitorum o la censura franquista nos lo recuerdan), cuando, en realidad se trata de recensiones; es decir, de reseñas de obras literarias. Claro que tanto censor como recensión tienen la misma raíz semántica, pero no deben confundirse; no, al menos, en mis Ensayos censores.

-¿La crítica es necesaria para que la literatura viva, o puede llegar a destruirla?

-No. Ni la crítica es necesaria para que la literatura viva, ni la crítica puede destruirla. Otra cosa es que exista la demanda de un discurso crítico. En el arte, por ejemplo, esa demanda tiene mayor fuerza a partir de la reproducibilidad gráfica y, sobre todo, a partir de la aparición de las vanguardias e incluso de los prevanguardistas; y no digamos a partir del expresionismo abstracto estadounidense. Pero la crítica literaria ha sido paralela a la literatura misma, siempre han ido de la mano. Basta citar a Safo, a Catulo, o a Marcial. La primera, como ejemplo de diana receptora de toda clase de diatribas por enfrentarse modelo viril heredado de Homero; los segundos, ejemplos de todo lo contrario: como fuente de invectivas y reprobaciones contra todo, incluso contra obras literarias. Tampoco estoy de acuerdo con la creencia generalizada que tilda al crítico profesional de escritor fracasado. Es inaceptable y falso.

-¿Por qué el título de’ El Viaje Exterior? ¿Hacia dónde nos lleva ese viaje’?

-Ángel Guinda diría de este título que es un antitópico y efectivamente lo es. Se acostumbra a citar el sintagma viaje interior como un raro mecanismo socrático mediante el cual tratamos de conocernos a nosotros mismos. Ese viaje interior sirve para todos: lo mismo para un eremita que para un ejecutivo agresivo con una gran carga de fatiga nerviosa; puede sustituir a una dieta de raíces en el ermitaño o al squash en el ejecutivo. El título (que no excluye la aventura propia de un maravilloso viaje por las páginas de la poesía) trata de ilustrar mi intención de reconocerme en la lectura de los otros y aprender de ellos. Ese viaje lleva a cualquier parte: no importa el destino.

-¿En los aspectos formales, con qué se encontrará el lector en esta obra?

-En el trabajo analítico contemporáneo ya se han superado las claves retóricas que en cierto modo impuso el antiguo régimen dieciochesco. Ahora, cada uno va por su lado. Sin embargo, me parece a mí que para abordar con alguna garantía la labor exegética es necesario, cuando menos, haber sido un buen y dilatado lector de unas cuantas disciplinas y perseverar en la objetividad, pues la subjetividad es inevitable y representa un lastre del que es muy difícil desprenderse. La morfología de mis análisis incumbe casi siempre al rescate de la carga simbólica de los textos y a su filtro mediante el tamiz del pensamiento clásico. Aunque la presto y de vez en cuando lo señalo, es verdad que apenas dedico atención al carácter meramente estructural de mis lecturas. También les añado unas goticas de extrapolación textual (para no cansar). Si Larra es el maestro indiscutible del ensayo periodístico, Bécquer lo es del periodismo literario. Aunque fuera sólo un poquico, me gustaría parecerme a ambos. 

-¿Firmaría de nuevo todos y cada uno de sus poemarios y libros?  ¿O las obras impresas, como las palabras y los pensamientos, caducan y reniegan de sus dueños al cabo de los años?

-No; no lo haría. Tan es así que he destruido por completo mis dos primeros libros de poemas; el tercero está en permanente revisión (me temo que apenas sobrevivirá un diez por ciento) y, del resto, pues… como todos, según te pilla: algunos títulos los quemarías; otros, soportan la duda. Existe una solución: la socorrida antología personal, pero me temo que estaría de nuevo sometida a los mismos criterios. Fue Paul Verlaine quien dijo que un poema se defiende por sí mismo, negando así validez al principio de la unidad operística como condición imperativa de la poesía. Este criterio nos salva a los renegadores y dubitativos (yo me agarro a él como a un clavo ardiendo). Una obra impresa, si reúne las condiciones necesarias, no caduca jamás. Juan Ramón Jiménez, por ejemplo, se empeñó en que así fuera, y lo consiguió (al menos de momento).

-Usted ha escrito sobre todo poesía, pero también, y como pone de manifiesto ‘El viaje exterior’, ensayo, crítica, artículos periodísticos o textos de carácter divulgativo… ¿qué palabra cree que le define mejor: escritor, o poeta?

-Te corrijo sólo en lo de los textos divulgativos. Doy talleres de poesía, eso sí, y quizá éstos tenga un contenido divulgativo además de didáctico. Sin embargo, no tengo el don de la poligrafía como lo tuvieron Américo Castro, Menéndez Pelayo, Menéndez Pidal u otros… y lo atesora con excelencia nuestro Javier Barreiro, por ejemplo. Mi madre me repetía que nunca me empeñara en saber mucho de una sola cosa, sino al contrario, que aprendiera un poco de todas las que pudiera (aun siendo gran lectora, me hablaba, pues, de Nietzsche sin haberlo leído). Este tipo un tanto postmoderno de educación integral lo he llevado a la práctica, no sé si por sugerencia de mi madre o por mi propia naturaleza, pero nunca he superado el grado de aspirante. Por eso mismo —y aunque se supongan uno al otro— prefiero ser definido como poeta, sustantivo que me acomoda y matiza, antes que como escritor, sustantivo que, sin desacomodarme, me dispersa.