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Grupo Psicara

Por Beatriz Gonzalvo Iranzo

Bienvenidos y bienvenidas al Rincón de la Psicología, un espacio donde todos los miércoles, las psicólogas y psicólogos de PSICARA abordamos temas y curiosidades relacionadas con la psicología. Esta semana hablaremos del perdón y de su verdadero significado.

Para comenzar, busca algún momento en el que una persona -esa persona también puedes ser tú mismo- te haya causado daño, puede ser físico o psicológico. Estoy segura de que, con apenas 2 minutos de reflexión, encontrarás algo a lo largo de toda la trayectoria de tu vida, si es que no te ha venido ya de forma inmediata al leer el comienzo de este párrafo. Siempre hay algo que nos ha dejado huella, que nos hirió, es inevitable pasar por la vida haciéndose algún que otro rasguño. Eso sí, en nuestras manos está llevar a cabo los cuidados que requieren las heridas. No se trata de coser sin más, como si aquí no hubiera pasado nada, sino de limpiar antes de cerrar, para que la herida cierre en buenas condiciones. Si no, corremos el riesgo de que la infección se extienda bajo la cicatriz y no tenga por dónde salir, entonces el daño es mayor. Y en este punto es donde nos encontramos al perdón.

Ahora, que ya tienes esa situación en mente, me tomo el permiso de preguntarte ¿Le perdonaste?, ¿te perdonaste? Tanto si la respuesta es un sí como un no, te invito a continuar leyendo y abrirle la puerta a la reflexión.

Durante el 50 Congreso Eucarístico Internacional que tuvo lugar en Dublín en el verano de 2012, se leyó una carta de la hermana Geneviève, superviviente del genocidio de Ruanda de 1994. En esa carta, la religiosa explicaba el dolor y el odio que abrigaba en su alma desde que un grupo de individuos llevaron a su familia hasta el interior de una iglesia junto con otras personas y las asesinaron. Un tiempo después ocurrió un hecho inesperado que cambió su vida. Mientras visitaba una prisión, uno de los encarcelados, que había participado en la matanza y sabía que ella había perdido a sus familiares, se le acercó y le pidió de rodillas que le perdonara. «Un sentimiento de piedad y compasión me invadió —evocaba—. Le levanté, le abracé llorando y le dije: “Eres mi hermano y siempre lo serás”. Entonces sentí que se me quitaba un gran peso de encima y en su lugar afloraba la paz interior. Di las gracias al hombre que estaba abrazando. Para mi gran sorpresa, gritó: “¡La justicia puede hacer su trabajo y condenarme a muerte, pero ahora

yo soy libre!”».

Todos, en algún momento, hemos herido a otros, ya sea de pequeñas o grandes formas. También hemos sido lastimados por personas que amamos, por familiares, amigos, parejas o por personas que no conocíamos. Una de las tendencias de actuación ante estas situaciones es transformar ese dolor en ira y odio hacia la persona agresora, pero de lo que no nos damos cuenta (o sí) es de que esa ira desencadena conductas que perpetúan la situación dolorosa y por ende, el malestar interno se incrementa, entrando cada vez más en un bucle del que costará salir.

Pero, ¿para qué nos seguimos haciendo daño unos a otros? ¿Por qué seguimos creyendo que la respuesta al mal del mundo es con más odio? Como decía V. Frankl, entre el estímulo y la respuesta existe un espacio para la libertad, y en ese espacio descansa nuestro crecimiento y nuestra felicidad. El perdón está en la raíz de ese descanso, lo necesitamos si no queremos quedarnos “enganchados en las zarzas del camino”.

Ante un acto doloroso tenemos principalmente dos caminos por donde seguir; dejarnos llevar por ese sentimiento de ira, rabia y odio, que nos llevará a conductas dirigidas a la venganza y será entonces donde los roles de agresor y agredido, posiblemente, tornen a la inversa, nos acabaremos convirtiendo en lo que nos hizo daño. En cuanto al segundo camino, desechada la venganza, solo queda la solución del perdón, un camino, sin lugar a dudas, más enriquecedor y positivo para nuestra vida. El perdón es el hacha que, con un corte limpio, rompe ese bucle originado por el dolor y la venganza.

El psicólogo social Dacher Keltner nos informa de que hay cuatro componentes que nos ayudan a definir y medir científicamente el perdón. El primero es la aceptación de que ha ocurrido la transgresión o daño que alguien nos ha hecho. El segundo, es la disminución del deseo o urgencia de buscar venganza o compensación. El tercero (y sobre todo cuando se trata de conflictos menores o con personas cercanas y que se pueda retomar la relación), es el deseo de acercamiento, disminución en el distanciamiento o evasión de la otra persona. Finalmente, el cuarto componente implica un cambio en los sentimientos negativos hacia la otra persona, como por ejemplo el aumento de la compasión y entendimiento de su propio sufrimiento, dolor, ignorancia o confusión que le haya llevado a herirnos.

Uno de los mitos acerca del perdón es asimilar el hecho de perdonar con el acto de reconciliarse. Perdonar no implica que tengamos que mantener el vínculo con esa persona. No necesitas rehacer la relación con esa amiga de toda la vida a la que veías todas las semanas para perdonarle, no necesitas convivir con esa persona que abusó de ti durante 8 años de tu infancia para perdonarle, aquél terrorista que acabó con la vida de tu hermano no tiene que estar en tu vida para significar que le has perdonado, ni tienes que permanecer en una relación con una persona que te traicionó para perdonarle. Perdonar no tiene nada que ver con que el otro lo merezca, tiene que ver con que tú mereces paz.

Pero, ¿por qué perdonar? Algunos estudios sugieren que mantener emociones desagradables tras los daños recibidos puede predisponer o desencadenar alteraciones en el funcionamiento corporal y mental. Las investigaciones nos afirman que mantener un alto nivel de rabia, ira o resentimiento tiene consecuencias devastadoras sobre nuestra salud, nos volvemos más proclives a desarrollar diversas patologías mentales y físicas. Por contra, el perdón tiende a ser asociado positivamente con el bienestar psicológico, la salud física y las buenas relaciones interpersonales. Las personas que tienden a perdonar a otros puntúan más bajo en medidas de ansiedad, depresión y hostilidad. Dejar el rencor está asociado con menos niveles de estrés y reactividad cardiovascular (presión arterial y ritmo cardíaco). De acuerdo con una revisión sobre el perdón y la salud realizada por Everett Worthington y Michael Scherer (2004), no perdonar puede comprometer el sistema inmune, es decir, puede afectar a la producción de hormonas importantes y la manera en que nuestras células combaten las infecciones y bacterias.

Perdonar nos permite continuar con nuestra vida sin elementos internos de conflicto, con armonía. Es una acción beneficiosa tanto para la persona que da el perdón como para el que lo recibe. Nos estabiliza emocionalmente, reduce el estrés y la angustia. Cuando perdonamos nos liberamos a nosotros mismos de nuestra propia esclavitud. Nos desprendemos del dolor y resentimiento que llevábamos cargando como una losa a nuestras espaldas, para dar paso a la liberación, me atrevería a decir, que es un acto de amor y autocuidado hacia nosotros mismos.

Como se comentaba al principio, las heridas no curadas, mal cicatrizadas, corren cierto peligro, pues limitan y reducen nuestra libertad. Pueden generar reacciones desproporcionadas, hacernos insensibles o inaccesibles a los demás, o, por el contrario, volvernos hipersensibles y susceptibles de cualquier estímulo. Como afirmaba en una entrevista Alex Pattakos, discípulo de Víctor Frankl: “El perdón es la llave que abre tu cárcel mental y te libera, te da el control. Porque cuanto más enojo o ira tengas hacia los otros, más poder tienen estos sobre ti”.

Quítate de encima todos los pesos. Perdona y renace. Perdonar no quiere decir que vayas a permitir que te hagan lo mismo nuevamente. Aprendiste la lección, ahora puedes escoger mejor. Perdonar quiere decir que esa experiencia ya cumplió su ciclo, y ya no necesitas repetirla. Guardar rencor, culpabilizar, aferrarse y detenerse demasiado en las heridas, socava nuestro bienestar físico y psicológico. El dolor y las decepciones son inevitables, pero la forma de procesar y vivir con ello corre a cuenta propia, perdonar es una elección y un proceso que requiere de tiempo y esfuerzo pero, créeme, merece la pena.

“Aferrarse a la ira es como aferrarse a una brasa candente con la intención de tirársela a otro; tú eres el que se quema.”

—Buda