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Los niños Los niños
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Nuria Andrés

El contrato de Lionel Messi acaparó el foco mediático. Al otro lado del mundo, lo único que pasaba era que Min Aung Hiang- el general del genocido rohingya que dejó a sus espaldas la friolera cifra de 25.000 muertos y 725.000 desplazados del país-  se hacía con el control de Birmania. Qué fuerte viene este 2021, pensé mientras leía los cerca de 40.000 nuevos casos de Covid en España, las nuevas seiscientas muertes en 24 horas, las nuevas restricciones, los nuevos horarios, las nuevas medidas, las nuevas mascarillas, las nuevas cepas… Una ya no puede ni aburrirse en este mundo. 

De hecho, espero no ser la única infeliz que se enteró de la gravedad de lo sucedido en Birmania gracias a una clase de aeróbic que se grabó cerca del parlamento de Myanmar. Este vídeo consiguió retransmitir a la vez un ataque militar y un animado baile al ritmo de música alegre.

Es inevitable no verse reflejado en este vídeo, simboliza a la perfección la sincronicidad de millones de burbujas que luchan por existir en un mismo espacio y no colisionar entre ellas. Por un lado, la entrenadora concentrada en impartir tranquilamente su clase de aeróbic y a sus espaldas, el general del genocidio rohingya queriendo tomar el control del país asiático. 

Esta imagen no tardó en dar la vuelta al mundo y se convirtió en una parodia de cómo concebimos las noticias hoy en día. El mundo parece que se acaba y mientras, nosotros bailamos para intentar sobrevivir a esta realidad. Nos hemos convertido en nuestra propia parodia, intentando vivir mientras el globo a nuestro alrededor se cae. 

En ese momento, me acordé de un cuento de Galeano que denunciaba que en este mundo a los niños se les niega el derecho de ser niños. “Mucha magia y mucha suerte tienen los niños que consiguen ser niños”, decía. Yo no sé si algún día conseguí ser niña pero ahora de joven me planteo si he conseguido ser una simple chica de veintiún años o, en lugar de eso, he estado centrada en intentar controlar las millones de burbujas de mi alrededor. La celeridad de los sucesos de hoy en día nos enseña- además de que este mundo no tiene solución- de que igual nuestro deber solo era intentar ser niños y dejar que el mundo siguiera su curso.