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Imagen del libro fotográfico Una maleta sin viaje de Miguel Sebastián

La miseria

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Javier Lizaga

A Buñuel hay que mirarlo, leerlo y admirarlo. Supervivencia. En su autobiografía cuenta que vivió cinco meses en Estados Unidos en 1930 en plena Ley Seca y que, en cambio, nunca había bebido tanto. Les sucede igual a algunos que nunca han ido y venido tanto al pueblo, justo ahora que estamos confinados perimetralmente. Y sí, ya se, que están empadronados allí y que les cubre la legalidad. Pero la vergüenza es una manta más corta.

He vuelto a Luis estos días por culpa de un espíritu. Así llamaría al fotógrafo Miguel Sebastián, porque así deben llamarse quienes pueden caminar entre el pasado y el presente. Miguel ha dedicado tres años y cientos de noches (otra prueba más) a buscar la mirada de los ojos de Buñuel. Empezó siguiendo los pasos del cineasta turolense y ha caminado por Calanda, Madrid, Paris, Los Ángeles, Nueva York y México. Lo ha tenido que resumir todo en 125 imágenes, aunque uno intuye que, como en los noviazgos, todo se queda corto. “Buñuel, una maleta sin viaje” es una delicia, uno de los mejores libros de fotografías que han llegado a mis manos y un incunable para los que amamos a Buñuel, sin preguntar, que es la única manera de amar. Después de contarnos cómo estudió Filosofía (Buñuel quería irse de España y así podía acceder a ser lector), el propio Luis se disculpa por dar tantos detalles “pesados” pero se pregunta “¿cómo distinguir lo superfluo de lo indispensable?”. Así lo maravilloso de este libro de miradas buñuelianas son los rostros anónimos que nos miran también, las calles borrosas, las mesas ahora vacías o los paisajes huecos. Porque quizá nos construyen las cotidianidades, aunque nos recuerden por las excepciones.

Buñuel cuenta en su biografía la historia del poeta Pedro Garfias, que “podía pasar 15 días buscando un adjetivo” y que huyó exiliado a México. Entraba como un mendigo a leer poesías en alto en los cafés y murió en la miseria. Miguel Sebastian ha hablado con amigos de Luis, con alguna de sus actrices, con quienes le conocieron como Saura. Después de pisar cines que están intactos, expone que donde, de verdad, ha hallado al calandino es en los olvidados o los perseguidos de ahora. Lo cuenta así como si fuera algo sencillo. Como si no fuera cosa de genios descubrir las miserias que nos rodean y que con los años solo cambian de nombre.