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¿Por qué el negacionismo transita por nuestras calles? ¿Por qué el negacionismo transita por nuestras calles?

¿Por qué el negacionismo transita por nuestras calles?

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Grupo Psicara

Por Javier Ibáñez Vidal

Bienvenidos y bienvenidas al Rincón de la Psicología, un espacio donde las psicólogas y psicólogos de PSICARA abordamos curiosidades relacionadas con la Psicología. Esta semana hablaremos sobre uno de los temas más polémicos de los últimos meses: el negacionismo. 

Durante las semanas previas a que se decretara el estado de alarma en nuestro país, se respiraba en el ambiente una mezcla de temor y escepticismo acerca de lo que iba a pasar con la pandemia. Pero a medida que los acontecimientos se iban dando, fuimos siendo más conscientes de todo lo que se nos avecinaba, hasta el día de hoy. A pesar del indudable impacto sanitario, económico y social de la pandemia, hay quienes siguen negando la existencia o la importancia del virus y piensan que se trata de un montaje del Gobierno para tenernos controlados o de un ente superior que maneja los hilos de la sociedad. Y aunque esto pueda hervir la sangre de los demás, sobre todo en los casos en los que la pandemia ha tocado de cerca con la pérdida de un ser querido, vamos a tratar de adentrarnos en la manera de pensar de las personas negacionistas: ¿qué les pasa por la cabeza? ¿cómo es posible que, a pesar de todas las pruebas, sigan negando lo evidente? ¿es algo que nos podría pasar a todos? Te invito a que me acompañes durante las próximas líneas, puesto que se trata de un tema que tiene mucha miga…

El fenómeno de las creencias minoritarias, basadas en teorías alternativas que rechazan la evidencia científica, es algo común en estos tiempos. Quizás el caso más reciente en los últimos años sea el de los antivacunas, movimiento que la Organización Mundial de la Salud ha considerado como uno de los diez principales factores de riesgo para nuestra salud. Pero la realidad es que el negacionismo lleva siglos en nuestra sociedad y, a día de hoy, aún podemos encontrarnos con terraplanistas, con personas que afirman que el Holocausto no ocurrió o con los que niegan el cambio climático.

Pero… ¿qué les pasa por la cabeza a estas personas? 

Al contrario de lo que muchos pueden suponer, no están “locas”. Cualquiera puede acabar pensando de esta manera, ya que las creencias negacionistas son fruto de la manera de pensar del ser humano, que tiene una gran habilidad para detectar patrones, incluso cuando no los hay, y para aferrarse a sus creencias a pesar de que la evidencia las contradigan. Al fin y al cabo, estas personas no tienen mala intención, ya que actúan así pensando que es lo mejor tanto para ellas como para sus familias.

Además, hay que tener en cuenta que la negación es algo que forma parte de nosotros, ya que cuando hay algo que nos produce un impacto de tal magnitud, como una pandemia, es esperable que de primeras se piense que eso que está pasando no es real. Y lo cierto es que la situación que estamos viviendo tiene los ingredientes perfectos para el origen y el mantenimiento de estas creencias. En primer lugar, la incertidumbre nos genera un gran malestar, y por ello necesitamos encontrar explicaciones a lo que está ocurriendo que nos permitan aferrarnos a algo. En segundo lugar, las fake news y los bulos generan el caldo de cultivo ideal para la proliferación de las teorías alternativas, puesto que desinforman a la población. En tercer lugar, las redes sociales y los medios de comunicación, intencionadamente o no, sirven de herramienta para la diseminación de estas ideas a gran escala y a gran velocidad. Y, por último, la desconfianza hacia los líderes políticos provoca la falta de credibilidad de la versión oficial y la consiguiente discrepancia de un porcentaje importante de la población, que favorece la polarización de opiniones. No hay que olvidar que si hay personas que piensan así es porque eso tiene una utilidad para ellas como, por ejemplo, darle una explicación sencilla a un escenario tan complejo.

Vale… es entendible que estas creencias puedan aparecer en un primer momento pero ¿cómo es posible que se mantengan en el tiempo a pesar de las evidencias?

Aquí entran en juego nuestros errores a la hora de pensar y para mí, el plato fuerte de la cuestión: el sesgo de confirmación. Este sesgo se puede entender como la tendencia a buscar y encontrar evidencias que refuercen nuestras creencias preexistentes, ignorando o descartando el resto. Esto hará que nos rodeemos de aquellas personas que reafirman nuestras ideas y que, por ejemplo, en redes sociales sigamos a quienes nos apoyan. También hará que nuestro foco de atención no sea imparcial, de tal manera que prestemos mucha más atención a aquello que nos permita fortalecer nuestra creencia, mientras ignoramos o hacemos poco caso a aquello que la contradice. 

Pero… ¿Y si intento debatir con el negacionista presentándole una evidencia sólida y robusta que sea imposible de rebatir? Seguramente conseguiré el efecto contrario. Mis argumentos le generarán una disonancia cognitiva, es decir, un malestar producido al dar con algo que entra en conflicto con su manera de pensar, pero se encargará de hacer posible lo imposible. ¿Cómo? Autoengañándose y reinterpretando el argumento para que encaje con sus creencias, reforzando todavía más las ideas que quiere creer a toda costa. Para entenderlo mejor pongamos un ejemplo:

Imaginemos que a Paco, un aferrado negacionista del coronavirus, le intento convencer de que el virus existe, que los sanitarios no dan abasto y que la situación es realmente grave. Para ello le muestro las cifras de infectados y de fallecimientos de la última semana y algún artículo científico que habla sobre el tema. De hecho, incluso le presento a mi amiga Vicenta, enfermera de uno de los hospitales de la ciudad para que le cuente de primera mano su testimonio. ¿Será posible que ante semejante demostración Paco siga en sus trece? Lo más probable es que sí, argumentando que mi visión de la realidad ha sido distorsionada por la propaganda de las farmacéuticas, que en la revista científica publican ese tipo de artículos porque ahora es lo que más vende y que mi compañera forma parte de un complot en el que le pagan por fingir que los centros sanitarios están saturados. Esto hará que Paco sienta cada vez más que “necesitamos despertar de esta farsa” y que menos mal que hay gente como él que está dispuesta a llegar hasta el final con el objetivo de sacar a la luz la verdad.

De esta manera, lo que era una evidencia en contra de sus creencias, se transforma en un argumento a favor de las mismas. Además, cuanto más inviertes en una creencia y más pública la haces, más difícil será dejarla. Es decir, si Paco ha defendido su postura muy abiertamente, ha ido a manifestaciones e incluso ha salido en programas de televisión hablando sobre ella, más difícil será hacerle cambiar de opinión.

Hay que tener en cuenta que estas creencias también se ven retroalimentadas por refuerzo social y por la idea de sentirse parte de un grupo privilegiado que posee una información que los demás no tienen. Desde su manera de ver las cosas, se pueden considerar como una minoría que hace frente a una mayoría que les quiere oprimir y que todavía no ha visto la luz. Y si a esto le sumamos declaraciones de personas famosas apoyando estas posturas, el efecto será mayor, puesto que somos muy influenciables por las figuras mediáticas.

¿Qué nos ha enseñado la historia sobre todo esto?

En el recomendable libro divulgativo “¿Por qué creemos en mierdas?” de Ramón Nogueras, se ilustra la influencia del sesgo de confirmación y de la reducción de la disonancia cognitiva, a partir de un suceso que se produjo en 1954 en el que un grupo de personas creía en una profecía que decía que el 20 de diciembre de ese mismo año, un platillo volante les salvaría de un diluvio que iba a arrasar la Tierra. Sorprendentemente, llegó el día, y no hubo ni rastro de ningún alienígena salvador. Sin embargo, la mayoría de creyentes siguió difundiendo el mensaje de su líder, puesto que interpretaron el acontecimiento como que su Dios de la Tierra, finalmente, les había salvado.

Y aunque es cierto que sus creencias habían hecho que varios de los miembros dejaran sus trabajos y vendieran sus casas, no hace falta irse a ejemplos tan variopintos para comprobar los efectos devastadores que pueden tener este tipo de creencias. Durante los primeros años de la epidemia del VIH, también hubo un marcado negacionismo en algunos sectores de la población, motivado por teorías de la conspiración y por la desinformación. Esto produjo que, a principios de este siglo, el gobierno sudafricano de Mbeki rechazara la evidencia que demostraba la eficacia de la medicación contra el VIH, que se tradujo en la muerte de más de 300.000 personas.

Como hemos visto, por lo general el ser humano es bastante irracional, y todos estamos expuestos a tener este tipo de creencias, puesto que hay involucrados procesos psicológicos que son completamente normales, como el sesgo de confirmación o la disonancia cognitiva. Esto queda patente en un momento como el que estamos viviendo, en el que la pandemia empezó como un murmullo lejano, que poco a poco se fue convirtiendo en un intenso zumbido, hasta transformarse en un ruido atronador. Un escenario en el que la incertidumbre sigue reinando en nuestros hogares, al mismo ritmo que el negacionismo transita por nuestras calles.

La forma práctica de distinguir entre un escéptico y un negacionista es el grado en el que están dispuestos a actualizar sus posiciones en respuesta a nueva información.

Los escépticos pueden cambiar de opinión.

Los negacionistas seguirán negando.

(Michael Shermer)