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Controlar la mente afrontando el mundo: el poder de una mascarilla discreta en tiempos de Covid-19 Controlar la mente afrontando el mundo: el poder de una mascarilla discreta en tiempos de Covid-19

Controlar la mente afrontando el mundo: el poder de una mascarilla discreta en tiempos de Covid-19

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Aunque pueda parecer meramente superficial, nuestra estética post-pandemia ha afectado gravemente a nuestra autoestima. Las mascarillas se han convertido en una bandera que señala el miedo y la incertidumbre, pero, en otros casos, pueden ser también la columna que asir para reestablecer el equilibrio. Una dualidad a la que debemos adaptarnos para sobrevivir mentalmente a la “nueva normalidad”.

La repercusión de la pandemia en nuestra estética

Sin lugar a dudas, uno de los aspectos sociales y personales contra el que más ha repercutido la pandemia del Covid-19, ha sido nuestra estética. La cuarentena y los sucesivos confinamientos, así como el distanciamiento social, ha provocado que una gran parte de la población se haya sumido en la comodidad textil por encima de su estilo anterior al asedio del virus de Wuhan. Por doquier, hemos podido constatar ciudadanos ataviados con cualquier pijama de camino al supermercado o a tirar la basura por falta de más actividades permitidas al aire libre. Pero, contrariamente, los comercios y los negocios debieron y deben mantener aún su imagen profesional de cara al público.

De entre toda la caterva de mascarillas dispares que hemos portado este último año, des del buque insignia de las mascarillas quirúrgicas hasta los motivos estampados e incluso las inútiles debido a su escasa cobertura, una de sus tipologías se ha establecido con más fuerza. Las mascarillas FFP2 negras homologadas se han utilizado con mucha frecuencia en salones de belleza y de tatuajes, restaurantes y todo tipo de negocios. ¿La razón? Un color discreto, que le resta relevancia al temor y a la incertidumbre general, a la par que profesionalizaun complemento que, por desgracia, dormirá sobre nuestras bocas durante muchísimo más tiempo del esperado.

Normalizar la realidad a través de la apariencia

A pesar de que este tema pueda parecer superficial, e incluso superfluo, la realidad es que la pandemia ha minado nuestra autoestima de un modo sorprendente. Durante todas las etapas, la salud mental ha retomado su importancia en nuestro bienestar a raíz del deterioro emocional provocado por la falta de libertad y la imposibilidad de contacto humano. Si bien muchos han reaccionado a ello retomando antiguos hobbies e incluso abordando actividades nuevas, otros tantos han sentido el gran peso de la soledad devorando su espacio vital. Por lo que, como daño colateral, nuestro estilo y aspecto también se han resentido.

Por ello, precisamos de recursos mediante los que normalizar la situación de alarma bajo la que vivimos. A menudo, tan sencillos como una mascarilla estampada que trascienda la omisión de la expresión facial o, en este caso, una mascarilla negra que pase desapercibida incluso para nosotros mismos, como un complemento de ropa más en nuestro armario. Además, y como se ha mencionado, su uso en establecimientos de cara al público ha permitido amoldar la realidad a nuestro imaginario personal. Si bien manteniendo la distancia tácita a la que ya induce una boca tapada, tejiéndose, más que como muro, como un detalle insignificante en nuestra normalidad.

Mascarillas seguras y certificadas

Posiblemente, la ausencia de mascarillas hábiles a los efectos mencionados haya provocado cierto desapego hacia su correcto uso; lo que, a su vez, ha contribuido muy paulatina y clandestinamente a reavivar contagios. Cómo usar la mascarilla de forma segura se ha convertido en un enigma entre comunidades de familia, amigos y vecinos que es preciso esclarecer. Especialmente, porque hemos incorporado su uso en nuestras rutinas de un modo que no contempla ciertas necesidades. Por ejemplo, y como recuerda constantemente el Ministerio de Sanidad, lavarse las manos antes de siquiera tocar la mascarilla o, dado el caso, desecharla tras su uso.

En otra instancia, algunas mascarillas de mala calidad o de un modelo no homologado no se amoldan bien a nuestro rostro, por lo que estamos poniendo en peligro a nuestros conciudadanos y a nosotros mismos. Por el contrario, las mascarillas del tipo FFP2 son las más recomendadas mientras el coronavirus siga a sus anchas. Confeccionadas con 5 capas de protección y una eficacia de filtración que consigue retener el 95% de partículas en suspensión, su comodidad, bajo certificación de la Unión Europea, merece interés. Además, pudiéndose adquirir en distintos packs desde 10 hasta de 60 unidades.

La salud mental como prioridad

Lejos del aparente humor que pueda suscitar la cuestión de la estética en un agresivo marco como el actual, es de especial importancia mencionar cuán necesario es asistir nuestra estabilidad mental en estos momentos. Las cifras de contagios y defunciones que se han acumulado en grandes proporciones, unidas a una paralización de la economía y el constante riesgo de quiebra de múltiples empresas y comercios, son factores que llevan nuestra mente al límite. Por ello, cuando estamos a ciegas, palpar la oscuridad hasta poder asirnos a algo, aunque sea a nosotros mismos y la constancia de nuestra integridad, es ya de un generoso y agradable alivio.

En un instante de súbita disociación, es importante tener cerca cuanto nos recuerde a la realidad. O, al menos, algo que consiga apaciguar su intensidad sobre nuestras endebles emociones. En esta “nueva normalidad”, una mascarilla no es sólo primordial, sino que forma parte también de nuestra identidad. Como en una sucesión de encadenamientos, ver repercutida la autoestima puede hacer que nos confinemos por voluntad propia en el hogar y, tras ello, sumirnos en una dependencia insana a la protección que, cada vez más, erosione quienes fuimos antes de la pandemia.

Por eso, y porque los pequeños detalles cuentan, por la seguridad pública, personal y la propia autoestima, una mascarilla negra y segura puede marcar la diferencia entre el abismo y el control. Un control que, ahora más que nunca y en total colaboración, precisamos de forma inmediata. Tanto para encauzar hacia el buen camino esta pandemia como para cicatrizar las mellas de una sociedad que, hoy por hoy, se enfrenta a todo y que necesita la más honesta de las esperanzas.